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A GOLPE DE CONTROL POR CARLOS COVA @CARLOSCOBERO

Y una serie de medios de comunicación continúa en su rol de azuzadores de la confrontación nacional reproduciendo noticias imprecisas, equívocas y tendenciosas. Por ejemplo, Globovisión el día 26 de abril se hace eco de un tuit (flamante género periodístico) del SNTP (¿periodistas?) en el que se afirma que “fueron agredidos y atacados 11 trabajadores de la prensa durante la cobertura de manifestaciones y movilizaciones registradas en el país”. Si bien la nota renuncia a un mínimo rigor informativo, puede uno deducir que si (y solo si) resultaron agredidos, no lo fueron por ser periodistas sino por encontrarse en la cercanía de los disturbios. Lo más irónico resulta  que, idos al detalle, solo uno de esos 11 fue herido por efecto de bomba lacrimógena; los otros 10 acabaron lastimados por piedras o cohetones (elementos empleados por los agentes violentos) y/o, directamente “hostigados por manifestantes de la Plaza Altamira”.
Por debajo de la intención de sumar la noticia al coro de denuncias sobre un sistemático abuso represivo por parte de los cuerpos de seguridad, se cuela en esta información un detalle que suele pasarse por alto en el análisis y tiene que ver con la ya asumida condición protagónica del comunicador. No hacerse parte de la noticia dejó de ser un principio del buen periodismo (del “buen superviviente”, incluso) para convertirse a ratos en el propósito mismo de la pauta periodística. Por razones que no hay tiempo de enumerar, la labor reporteril se reivindicó un derecho superior, convirtiendo la otrora natural comparecencia del reportero en un privilegio. Este privilegio impone que todo en el hecho noticioso (incluidas las fuerzas de la naturaleza) debe plegarse a su presencia. Esta soberbia, atestiguada en su propio registro audiovisual, lo planta como un intocable en el lugar de los acontecimientos, corresponsal plenipotenciario de los medios de comunicación. De allí el escándalo que se genera cuando la esquirla conflagratoria les toca un pelo.