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A LAS AFUERAS DE UNA CIUDAD EN LA QUE EL CIELO ES CASI INACCESIBLE DEBIDO A LOS EDIFICIOS, HACE VIDA UN CULTOR QUE NOS ACERCA A LAS NUBES CON SUS SUEÑOS DE VOLAR HACIA LA PAZ
POR MALÚ RENGIFO • @MALURENGIFO / FOTOGRAFÍAS MICHAEL MATA
Yeisivi Romero tiene 13 años, vive en Ciudad Caribia y estudia 6to grado. No sabe volar papagayo, pero quiere aprender. Hace unas semanas, durante una actividad colectiva que se realizó en su escuela, le puso las flores a la Cruz de Mayo con la esperanza de que esta se sintiera bien bonita y bien querida y trajera de regalo buenas cosechas, lluvias, alimento y compañerismo a las montañas vestidas de luz de sol en las que vive.
Alex Silva es compañero de salón de Yeisivi. Él sí es un experto conductor de esas sencillas navecillas voladoras y se está haciendo un maestro en su fabricación. Le gustan los juegos tradicionales, como a su amiga Sinaí Torres, quien es capaz de darle a la perinola más de 20 veces seguidas, y aunque aún no sabe mantener el vuelo de un papagayo, dicen en Ciudad Caribia que los sostiene mejor que cualquiera en toda la zona: cuando alguien necesita ayuda para alzar en el viento los colores de su volantín, Sinaí se para a unos cuantos largos pasos de distancia, sujetando el papagayo con una técnica precisa, impecable, con pulso de cirujana y en un silencio solemne, hasta sentir crepitar el momento preciso en que el cometa necesita alzar camino hacia las nubes, y durante unos segundos se alzan también al viento su mirada abierta y su sonrisa dulce de niña buena y bonita.
Comandando el flujo aéreo de la zona se encuentra el maestro Isaac Papagayo.
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El velorio se realiza gracias a un esfuerzo colectivo de recolección de materiales
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Para Isaac Páez el juego tradicional promueve la resolución de conflictos
EL FESTIVAL DE LAS CRUCES AL VIENTO
Se llama Isaac Páez y no quiso decir su edad, pero a juzgar por la expresión de sus cejas persiguiendo la estelas de los sueños voladores, podría decirse que es compañero de aula de Yeisivi y Sinaí. Y no es del todo mentira, porque desde el mes de febrero de este año se traslada, cada día, desde el municipio Baruta de Caracas hasta la punta de un cerro en Ciudad Caribia para ejercer sus funciones como maestro de agricultura del programa Todas las Manos a la Siembra en la escuela Pedro Pérez Delgado, la cual, por cierto —y me van a disculpar el paréntesis incómodo—, todavía no ha sido inaugurada por el Ministerio del Poder Popular para la Educación ni ofrece a los niños comedor escolar. Eso hay que arreglarlo con urgencia.
Pero volvamos a Isaac Páez: apasionado por los vuelos de papel, este muchacho grande ha viajado por el país persiguiendo festivales de papagayo y tratando de multiplicar la experiencia en espacios como el barrio El 70 (en El Valle), la escuela Sorocaima de Baruta, el 23 de Enero y muchísimas otras que se le escapan de la memoria al vuelo de los cometas.
Estudió Agronomía y logró graduarse con mucho esfuerzo, vendiendo sus papagayos entre Caracas, Aragua y Barinas. Es cultor desde hace décadas, apasionado por el rescate de los juegos tradicionales, a los que ve como un importantísimo recurso para la promoción de los valores del compañerismo y la colaboración. Siente también un profundo apego por nuestras fiestas tradicionales, y fue gracias a ello que un día, en una epifanía poética, decidió que inauguraría una nueva forma de rendir tributo a la cruz colorida que nos brinda mangos y sardinas cada año: acuñó el término “el vuelorio de la Cruz”.
Desde hace cuatro años Isaac, sin apoyo institucional —esto también hay que arreglarlo de inmediato—, busca la forma de estimular a niños y adultos en diferentes comunidades para se unan en una “vaca” de verada, papel y pabilo, fabricar de forma colectiva numerosos papagayos en honor a la Cruz de Mayo y lanzarlos a los aires en tributo volador. Tal iniciativa le ha merecido reconocimientos por parte de diversas escuelas y organizaciones admiradoras de su compromiso con la cultura nuestra y la difusión de los saberes.
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Por sus condiciones geográficas Ciudad Caribia es el lugar ideal para el papagayódromo
EL PAPAGAYO MÁS GRANDE DEL MUNDO Y OTROS ENORMES SUEÑOS POR CUMPLIR
Un hombre que dedica su vida a alzar colores al viento no puede otra cosa que estar lleno de sueños gigantescos, como la propuesta de que Venezuela rompa el récord mundial del papagayo más grande del mundo construyendo un dragón volador de un kilómetro de longitud (“la marca mundial es de 800 metros”, dice). Semejante empresa solo podría ser posible con el apoyo institucional suficiente, para la adquisición de los materiales, y con la participación de al menos 2.000 personas que se entreguen a la construcción de un gigante que no escupirá fuego, pero tragará viento.
Registró la fundación Escuela Internacional Papagayo, un espacio intangible todavía, pero que está abierto a recibir a todos los voluntarios apasionados por el vuelo, que quieran unirse a la labor de organizar un encuentro internacional de papagayología y juegos tradicionales en Venezuela. Ha establecido contactos con organizaciones y personas aficionadas al vuelo de cometas en más de 60 países a través de internet. Cuenta que con frecuencia es convocado a participar en encuentros realizados en diversas partes del mundo, representando a Venezuela, pero todavía no ha podido asistir. Un poco de apoyo para alcanzar esta meta tampoco estaría de más, así como tampoco lo estaría para la realización de lo que su mente ha concebido como el papagayódromo y las olimpiadas tradicionales, que intuye como eventos de participación no competitiva sino cooperativa, en los cuales los asistentes podrán socializar sus destrezas en el manejo y elaboración de papagayos, gurrufíos, perinolas, trompos, yoyos y demás juegos tradicionales.
Son numerosos los espacios hacia los cuales se va volando el pensamiento de Isaac “Papagayo” Páez, hombre para quien el vuelo de un cometa es un símbolo de paz. “Muchas personas no sabemos qué hacer para conseguir la paz en nuestras casas, en nuestras calles o en nuestro país. Creo que el camino va por los lados del arte. El arte y la cultura contribuyen a la formación de individuos para la paz. Estas actividades que planteo descontaminan la mente de los niños, de la gente; promueve el diálogo y la resolución de conflictos. Eso es lo que necesitamos”, dice.