sábado, 20 de enero de 2018

Marcos y Getsemaní, los venezolanos que llegaron al Fin del mundo en bicicleta


Jhoandry Suárez
Cortesía: @cicloexpedicionistas
El camino se hace al andar, reza cierto adagio, pero los periodistas venezolanos Marcos Díaz y Getsemaní Peinado comprobaron que también se hace al pedalear. Convirtieron toda Suramérica en su ciclovía en una expedición de 21 mil kilómetros de Caracas al extremo sur del continente, a Ushuaia, Argentina, conocida como el fin del mundo. 
No les bastaron dos años de travesías en bicicleta a Mérida, Maracay o Paraguaná. Partieron el 7 de noviembre de 2015, a bordo de una bici de dos puestos equipada con un sueño que los impulsaba más allá de siete fronteras. Ana Peinado, hermana de Getsemaní, salió con ellos y los acompañó hasta Ecuador. 
La primera bienvenida, fuera de Venezuela, se las dio el calor caribeño de Colombia, un lugar que recuerdan por la ruta de costas que eligieron y en la que se bañaron de un espectáculo de playas tropicales, cuyas olas ondeaban al ritmo de los vientos decembrinos. Cambiaron, así, las montañas caraqueñas por la ribera neogranadina. 
Su cicloexpedición no albergaba la mera idea de hacer turismo o un paseo de diversión, sino que buscaba promover, en cada rincón, el uso ecológico de la bici; por lo tanto, no les estimulaba llegar deprisa a su destino, sino apreciar, vivir y disfrutar el camino.
“Algunas personas nos preguntan por qué decidimos la ruta más larga en Colombia, pero le respondemos que nuestra meta no era llegar rápido, por eso tomamos la ruta más larga, bonita y plana”, describe Marcos, de 30 años. 
Por Ipiales cruzaron a Ecuador, donde el clima templado se convirtió en frío  gélido que descendía hasta los -12°C, mientras que la cresta de volcanes silueteaba los amaneceres. Allí, incluso, tuvieron la oportunidad de dormir en dos volcanes: el Quilotoa y Tungurahua.  

Durante su recorrido por Venezuela, pasaron por varias de ciudades, entre ellas Maracay,  Valencia y Maracaibo.
 
Pedalear y pedalear hasta cubrir 100 kilómetros diarios era su desafío cotidiano; además, mantenerse fieles a una premisa: jamás quedarse en un pueblo más de dos o tres días para no transformarse en emigrantes o residentes. Esto significó pernotar en un lugar diferente diariamente y nunca establecerse en ninguno, una analogía de “estar literalmente viviendo en la calle”, como ellos mismos lo percibieron.
Getsemaní asegura que fue un duro cambio para ella. “Pasábamos todo el día pedaleando y al final de la jornada, no podíamos decir vamos a casa, porque no teníamos una, aunque nunca nos faltó quienes nos hospedaran”, recuerda la ciclista de 26 años. 
“Tampoco pude traer todas mis cosas y me tuve que conformar con dos camisas y un mono (pantalón deportivo); pero, a veces había sitios fabulosos en los que me tomaba una foto y solo pensaba que aparecería con el mismo traje de siempre”, bromea desde Ushuaia. 
Luego de cruzar la mitad del mundo, su travesía incluyó los desiertos de la tierra del Machu Pichu; evadir huecos del tamaño de automóviles en Bolivia y apreciar los paisajes australes de Chile. En todo el itinerario, apenas portaban unos cuantos dólares en sus bolsillos. 
La providencia de residentes y de Dios no les faltó, sobre todo, en más de 70 ocasiones cuando se quedaron sin un centavo. “Dios ha sido nuestro único patrocinante. A veces terminábamos de comer y quedábamos sin nada, entonces decíamos: ‘Bueno, Dios, este es el momento en que te haces presente’, y sorprendentemente salíamos y veíamos dinero en efectivo en el piso. La gente no nos cree esto”, narró Marcos. 

En los sitios a los que llegaban programaban actividades culturales y educativas para, sin fines de lucro, para promover el uso de la bici y concienciar sobre la xenofobia. 
 
A cada kilómetro, un trabajo los esperaba. En Ecuador, por ejemplo, consiguieron empleo durante un mes como mecánicos de bicicletas. Además, vendieron pulseras con motivo de su viaje y desarrollaron actividades culturales y educativas, sin fines de lucro, para destacar las ventajas de la bici, organizaron bailoterapias, conversatorios sobre la xenofobia, recitales de poesías. A través de ellas consiguieron el apoyo material para continuar. “Nunca nos paramos económicamente”, insiste el periodista. 
“Hasta en los desiertos de Perú –agrega–, que son tan áridos y solitarios, conseguimos agua y comida. Siempre encontramos la forma de avanzar”.
Su método para ahorrar fue sencillo: evadir las vías comerciales y turísticas donde los productos y alojamiento eran costosos. En su lugar, prefirieron las rutas rurales, donde les ofrecían jardines y sembradíos para establecer sus tiendas de campar. 
Las ganas de detenerse para descansar los asaltaron más de una docena de veces tras pedalear horas, cansados del ritmo nómada que llevaban. Sin embargo, retomaban el volante de su transporte y continuaban, con 70 kilogramos de equipaje a cuestas, por peñascos, barrancos y caminos de nadie.  
Marcos, no obstante, resalta que la muerte de su mamá, el 25 de diciembre de 2016, representó un acontecimiento que por poco lo hace abandonar la expedición para regresar a Venezuela; sin embargo, se encontraba atravesando pleno desierto peruano y sin dinero para un boleto de vuelta. 
Los riesgos y peligros fueron dos pasajeros omnipresentes en su aventura. En varias oportunidades sufrieron accidentes, el más grave ocurrió en Ecuador, donde las ruedas de una gandola golpearon a Ana Peinado y la lanzó a un extremo de la carretera, sin provocarle heridas de gravedad. En el mismo país, mientras recorrían una bajada de 40 kilómetros cerca del volcán Chimborazo, un neumático se les estalló y cayeron estrepitosamente al suelo. 
Su movilidad los hizo un blanco atractivo para la delincuencia y en más de 8 ocasiones los intentaron robar. “En Perú, un boliviano quiso quitarnos muchas cosas, por suerte solo se llevó tonterías”, recuerda Marcos; al mismo tiempo reconoce que la incertidumbre e inseguridad fueron sus mayores preocupaciones, sobre todo a la hora de elegir un sitio para descansar. 
En 2011, el caraqueño sopesó este tipo de situaciones mientras cavilaba la idea del viaje y observaba por la ventana de su oficina en Sabana Grande, con un cansancio de tres meses de trabajo ininterrumpido que se perfilaba a no terminar. Minutos antes, había encontrado una foto en internet de una bici cerca de un glaciar argentino y esta fue el punto de partida para emprender dos años de preparación para ir al sur del sur.
Ushuaia, Argentina, es considerada como la "ciudad más austral" del planeta. Se caracteriza por ser un sitio muy  turísitico por su clima frío y paisajes montañosos.
 
Marcos y Getsemaní indican que durante su cicloexpedición se han topado con decenas de venezolanos emigrando a pie o bus, viviendo en pueblos remotos o con comercios en donde les ofrecieron trabajo; incluso, en una ocasión consiguieron a un paisano en 500 kilómetros de desierto cerca de la frontera argentina. “Lo curioso es que no nos creen que venimos del mismo país y creen que somos estadounidenses o franceses, hasta que reconocen el acento”, revelan. 
Para entrar a Argentina descartaron la conocida ruta 40, contigua con la cordillera andina, y optaron por un desvío de 3 mil kilómetros por el trayecto 34-3 Buenos Aires con rumbo a Ushuaia, el sitio que los recibió el 27 octubre, tras 12 cambios de neumáticos y cuatro reemplazos de rines. 
El viaje, no obstante, no se detiene allí, en el último puerto de América, sino que apunta a extenderse al viejo continente, a cruzarlo de punta a punta, desde Portugal a Filipinas, o viceversa. Los aventureros aseguran que mientras este proyecto se concreta, aprovecharán para descansar las rodillas, actualizar su portal web, www.cicloexpedicionista.com (una suerte de diario y guía para ciclistas) y publicar varios libros. 
“Nuestra idea es demostrar que, aunque no tengas el entrenamiento o la bici especializada, lo puedes hacer. Lo ideal es que cada quien viva sus sueños. Tal vez mucha gente no lo hace porque no tiene dinero, los recursos; pero nosotros no los teníamos y cumplimos dos años rodando. Esto nos motiva y es la motivación que queremos darle a los demás”, subraya Marcos. 
Es así como una bicicleta que salió en busca del fin del mundo, lo encontró, no sin antes quedar impregnada de los aromas, sabores y sonidos más variopintos de medio continente.
 
Los ciclistas a través de la página www.cicloexpedicionista.com documentaban su viaje y ofrecían consejos a otros expedicionistas. 
 
En una bicicleta de dos puestos, tardaron dos años en llegar a su destino en el extremo sur de América. 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario