martes, 29 de julio de 2014

Allá, donde el río diluye las fronteras


Comuna Ribereña del Caño Mánamo Hugo Chávez Frías, municipios Tucupita (Delta Amacuro) y Uracoa (Monagas).
GLS (12 de 48)
Mientras la noche amenaza con extinguir los últimos chispazos del mechuzo de gasoil que ilumina los predios de los ranchos, Myriam pelea con el radiecito de pila, mueve de un lado a otro la antena y vence. En la oscurana de esa lejanía llega la palabra certera de un hombre: “Pueblo mío, a organizarse y a construir comunas”, suena medio metálicamente por el yugo de un sonido sucio, allá, donde las telecomunicaciones son casi milagros.
En esa fecha difusa en el calendario más allá del año, 2009, en esa masa milenaria construida por la naturaleza misma a punta de erupción de volcanes, conglomerado de sedimentos, tierra e historia arrastrada por el bravo río Orinoco, la mujer duerme a los nueve hijos y sueña, sueña en colectivo, sueña inmenso como inmenso corre el Delta a través de los casi 400 kilómetros que le dan cuerpo de agua y riberas.
“Cuando el comandante hizo el llamado para que nos organizáramos en comunas, porque así teníamos más posibilidad de acción y de acceder al bienestar social, yo dije ‘bueno, esto es lo que tenemos que hacer’ (…) El camarada Humberto y yo encendimos esa candelita. Nosotros fuimos los que salimos en una lanchita con un motorcito 40 por ahí a visitar casa por casa, a decirle a la gente que ese era el camino, la propuesta que nos tenía nuestro comandante, porque como él lo decía, la gente organizada es más fuerte que cada uno por separado”, recuerda Myriam Hernández, frente al pionero y compañero de lucha, Humberto “Mon” Güira.
Miryam Hernández
Miryam Hernández
Podría decirse de ellos -dupla sonriente y combativa- que de tanta soledad y silencio que acompasa la vida deltana, la imaginación fue el músculo intangible que se les desarrolló con mayor potencia. Cuando la comuna era sólo una palabra, ellos la visionaron, palparon en la tierra dónde podrían erigirse los pilares y detectaron en algunos rostros vecinos quiénes pondrían el cuerpo para el trajín que haría posible lo que desde noviembre del año pasado tiene acta de nacimiento legítimo: la comuna “Ribereña del Caño Mánamo, Hugo Chávez Frías”.
Cuando el zigzagueo del río anunciaba la llegada de la lancha, una tarde cualquiera, algún indiscreto salía a su encuentro y gritaba “¡Aquí llegaron los loquitos!”, cuenta mientras emula el ademán de sorpresa y desconfianza con las manos tiznadas de tanto sol, tanto fogón, tierra y hasta construcción de 14 casas en su consejo comunal: “Los Mangos”.
“Duramos como tres meses buscando gente para un proyecto que ellos pensaban que no se iba a dar, que era la comuna. Íbamos Humberto y yo pa’ allá y pa’ ca (…) Luego, cuando la gente empezó a creernos, nos empezamos a reunir todos los jueves los voceros de los 12 consejos comunales, y ahora se están dando cuenta de que la constancia y la fe hace que las cosas lleguen. Como nosotros teníamos la fe de que íbamos a vivir en las casas, por ejemplo, y aquí están, 14 ranchos sustituidos por viviendas”.
Una brisa amaina el calor abrasador de un Delta de mediodía. De fondo, las casas de fachada rosa vieja, con los niños descalzos, en pañales, corriendo por los pasillos, medio asomados medios escondidos mientras la abuela, comunera de alta estima entre los vecinos, reconstruye la historia con la que se levantaron no sólo las 180 casas que desde 2010 se han construido en toda la comuna, también la organización necesaria para cambiar la relación de los ribereños con el trabajo, la producción y la participación política.
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 Humberto Guiria

Humberto Guiria
“Aquí la gente está acostumbrada a hacer pura política de maletín, formarse ahí para tener un cargo en la Alcaldía o en la Gobernación, trabajar en Tucupita, así viva en la miseria en su comunidad (…) Nosotros nos hemos dado cuenta de que eso es un gran daño, porque se nos da el trabajo pero estás olvidando de dónde vienes y en dónde vives: el campo. Entonces la cosa no es que uno tenga un trabajo en una oficina y ya, sino que uno tenga el control de la producción del producto”, sentencia Humberto Güira, y deja tendidas las cartas que representan uno de los mayores obstáculos con los que bregan los comuneros de Caño Mánamo.
Quien pregunte aquí por Humberto, no lo consigue nunca, para todos es “Mon”. A diferencia de muchos, la fantasía con Caracas le duró poco, hasta una revelación. Excepcionalmente oriundo de una de estas laderas, que ahora es el consejo comunal “Altagracia”, a los 13 años decidió que lo suyo eran los golpes con técnica y abandonó el campo para convertirse en boxeador.
“Tomaba clases de boxeo y vivía en Quinta Crespo, en casa de una de mis hermanas, que se había quedado viuda. Trabajé en un banco, luego en una fábrica de calzado, y hablando con un compañero un día me dije ‘Dios, pero mi papá con tanto terreno, con tantas cosas allá, y yo trabajándole pa´ otro, yo me voy pa’ mi campo, me voy a producir. Y cuando llegué a Tucupita dije que me venía a Altagracia, en la ribera del Delta. Pensaban que estaba loco, porque apenas se producía una poquita lechita, y ahí empecé a hacer intercambio que si de plátano, de yuca que producía con mi familia, por pescado que traían los pescadores del caño, y así”.
De esa cualidad de olfatear los caminos posibles, de ser prueba viva de que con producción y trueke solidario se pudo alimentar a la compañera, a los hijos y hasta a los vecinos, y de esa pulsión de vida que se le nota en los mocasines marrones desvencijados de tanto charco, tierra y asfalto, “Mon” pasó a darse golpes con las estructuras burocráticas y se convirtió -por acuerdo absoluto- en el vocero político de la comuna.
GLS (28 de 48)No le hace falta el papel para citar de memoria los proyectos del Plan de Desarrollo Comunal. Donde el forastero ve una simple estructura, Humberto ve la sede de la Planta Procesadora de Bora, de la cual -luego del procesamiento de la auyama, el plátano, la yuca sobrante y la bora que se reproduce en los costados del río- saldrá un innovador preparado para alimentar al ganado: NutriBora. “Con esa planta vamos a generar 20 empleos directos, por ejemplo, para que nuestra gente salga del ocio -los jóvenes, sobre todo- y también la gente se dé cuenta de que el único destino no es nada más tener un cargo público”, remata.
Maneja la lancha de dos motores 100 que le fue otorgada a la comuna hace dos años, toda una navesi se compara con los motores particulares, en el que no hay títere que quede con cabeza ante el disparo directo de un sol que no perdona.
Se conoce las aguas como las esquinas de una plaza, y además del esqueleto de la futura fábrica de NutriBora, nos acerca a los predios donde unas cuantas ramas hacen las veces de vaquera y retienen a los 60 búfalos de los cuales se extrae la leche -entre 35 y 40 litros diarios- con la que se elabora el queso que, al menos por ahora, genera los principales ingresos de la comuna.
Sabe-y ha hecho extensivo su saber a los vecinos- que la planta procesadora no es suficiente para que la producción comunal le haga frente a los medianos productores y latifundistas que aún detentan grandes extensiones de tierra en estas riberas.
“¿Qué necesita la comuna? El alimento, y ¿dónde lo vamos a conseguir? De lo que nosotros produzcamos estamos trabajando en la instalación de un Mercal Comunal tipo II en la comunidad de Chaguarama. También necesitamos el producto para la siembra, por eso otro proyecto es abrir un Agropatria Comunal. Para que no se nos pierda el excedente -por ejemplo si viene un temporal de lluvia- proponemos crear un centro de acopio. Y también una planta para la cría de cachamas, y una casabera, porque aquí que nos encanta tanto el casabe y se produce tanta yuca no tiene sentido que todo el casabe que comemos venga o de Monagas o de Bolívar”.
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GLS (19 de 48)Es difícil asir con las retinas la transición de los grises madrugadores al brillo incandescente de la mañana. El nuevo día se siente en el sopor que humedece la piel, y así -por intuición- por un calor que rebota en las paredes de zinc, Rafael Contreras, Jean Carlos Contreras y Eliseo Contreras despiertan, toma uno el caballo y sale a arrear a las búfalas para la jornada de ordeño.
Los tres llevan en el rostro la estampa materna, la que lleva por nombre Candelaria del Valle Urrieta. De ella no sólo aprendieron la sapiencia rudimentaria de la fabricación del queso, también una vocación difusa hacia la comuna, y son los tres hermanos los que -desde las 5 de la mañana-vacían las ubres, cuajan y fermentan la leche de la que saldrá la torta fresca de 10 kilos que se distribuye entre los consejos comunales y el Mercado Municipal de Tucupita.
La madre afronta la parquedad de sus vástagos, y todo lo que ellos no quieren explicar, lo describe Candelaria, que ha tenido que formarse en tiempo récord en leyes del Poder Popular, trámites administrativos, planes productivos y todo lo que el tamaño del compromiso -ser cuentadante- le ha impuesto.
Tres días atrás nomás, le tocó rearmar la humilde quesera, cuando tras la muerte del antiguo ordeñador, la viuda salió en reclamo de cuanta cosa clavada en la tierra hubiese dejado el difunto. “Mire, ser comunera es eso, cómo nosotros construimos un rancho en un día, echamos tierra, hicimos de todo porque nos estaban dejando sin nada (…) La mujer reclamó todas las cosas materiales que él tenía ahí, se lo llevaron todo, hasta lo que estaba dentro, pero inmediatamente, como comuna organizada, agarramos y levantamos otra casita (…) Como comuneros unidos levantamos una nueva casita, juntamos los animales, los contamos, los teníamos completos, y aquí seguimos, haciendo queso todos los días”.
GLS (8 de 48)El hacer solidario, a varias manos, “pa’surgir, pa’ echar pa’ lante”, atraviesa las respuestas que surgen de cada boca, de cada camino andado que devino en el título comunero o comunera. Aquí, donde el río diluye las fronteras entre los estados Delta Amacuro y Monagas, donde el navío bien puede durar minutos u horas, el queso además de sustento es alimento para los tantos viajes al puerto o a ciudades vecinas.
Pedazos de queso fresco, catalina y casabe -cuenta Humberto- fue lo que se llevaron 12 jóvenes de la comuna que viajaron a San Félix, estado Bolívar, para recibir capacitación en la cría de cachamas. También del queso -ahora de lo recaudado con su venta a 110 bolívares el kilo- un grupo más grande se trasladó para hacer un intercambio de saberes y no sólo aprender a hacer el casabe sino también a administrar la futura casabera.
Queso deltano“Nosotros, de lo poquito que tenemos de la producción de queso de búfalo, agarramos esos recursos y nos financiamos los viajes que necesitamos para formarnos y así poner a producir los proyectos que tenemos. A veces vendemos un queso, dos quesos y nos llevamos una parte y comemos con pan hasta que llegamos a la ciudad a la que vamos, nos den o no nos den viáticos, eso es lo que menos importa.Si hay que ir a un Encuentro Nacional de Comuneros allí vendemos 3, 4 quesos, nos llevamos uno y agarramos camino”, asegura y trocea con una soga la alta torre del queso hecho esa misma mañana, saca una rueda perfecta que corta en triángulos, y el residuo aún lechoso se disuelve en la lengua que saborea -hambrienta- los pedazos mantecosos y salados.
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Pablo Plaza
Pablo Plaza
Cuando “El pájaro alegre”, Pablo Plaza, le saca unas notas al cuatro y otras tantas a la armónica, no hay calor ni desánimo que amaine los aplausos. Los pies y alguna cadera se mueven al ritmo de los merengues que ha compuesto este cultor, y -aunque sea brevemente- todo obstáculo parece ínfimo ante el paisaje compuesto por río, manglares, araguatos, palmeras, infinito.
Ese miércoles de asamblea extraordinaria sólo unos 15 -de una comunidad que suma los 1900 habitantes- responden a la convocatoria de la comuna para discutir la activación del Plan Jóvenes del Barrio. Como comuna lo saben: sortear la dificultad del transporte fluvial cuando no se tiene una chalana, motores, una lancha que haga de transporte público, cuesta. El sueño de multitud parlamentaria se disuelve ante una realidad que tiene forma de cifra signada en billete: 100 bolívares por traslado ida y vuelta.
Y junto a la dificultad del transporte -que incide directamente en la indiferencia de los más jóvenes ante el estudio formal-, estar a merced de los cuatreros que al filo de la noche y la impunidad descompletan los pollos, los chivos, los puercos y los búfalos, completa el puño de la realidad que golpea duro, pero no por ello triunfa por nocaut.
Poco saben los ribereños de sus vecinos y ancestros waraos. Las comunidades indígenas se alejan de la comuna por distancias medibles en horas, lejanías demasiado costosas de recorrer cuando se lucha por conseguir aceite a menos de 300 bolívares y gasolina. Pero esa mística que por ahora permanece como lo otro, como aquello exótico que se divisa en los campamentos que se pagan en dólares, euros y cuyos nombres terminan en lodge, eso que vive en los ojos rasgados de los deltanos, la tez amarillenta, viaja también a través del río.
No lo saben, pero estos navegantes del Wirinoko, topónimo warao de las aguas que unen sus historias, llevan taladrado en la perseverancia la estirpe del “lugar donde se rema”. Allí, en la lancha, van remando junto a “Mon”, Candelaria, Alexis, Nery, Rafael, los visionarios: donde cualquier inadvertido ve vacío, ellos ven nacimiento; donde se ve traba, ellos oportunidad.
Llegados a estas orillas a mediados de los 70, cuando el cierre del caño Mánamo había menguado la pesca y la sal había vuelto la tierra yerma, allí, cuando el campo empezó a migrar al centro urbano, ellos fueron contracorriente. Myriam lo dice claro: “Aquí nosotros nunca pensamos que no íbamos a poder, de deltanos nos enamoramos, nos quedamos, les parimos sus hijos, nos enamoramos del paisaje, de la tierra, y si usted me pregunta si hay un día en que yo haya perdido la fe porque esto es difícil, le digo bien clarito ‘no, no y no’, ni un día hemos perdido la fe, si no hay fe, no hay lucha, y si no hay lucha, ya se perdió todo, ¿oyó?”. Y se oyó, se hizo eco.
Texto: Marianny Sánchez
FotosGustavo Lagarde
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lanchas atracadas DELTA

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