Muerte de Ruiz Pineda

Lo perseguían por haber sido uno de los que se adiestraron para matar a Betancourt en 1954, en respuesta al atentado de Ramella Vegas y también, en otra ocasión, para matar a Carlos Andrés Pérez en 1956. Fortunato cumplía órdenes, pero, claro, se sabe que hacen falta condiciones especiales en el hombre que va a hacer trabajo de asesino. De ahí que lo hubieran escogido.
El rostro de Fortunato apareció en los periódicos, como esbirro de la Seguridad Nacional, una foto vieja, tomada por la policía de Costa Rica. Vestía el flux nuevo que le dio la Sastrería Jahan por orden de Don Pedro, pues un hombre que va a hacer un atentado debe aparecer con prestancia. Fue lo único que le quedó de aquel preparativo. La cosa fue así: por gente del general Pérez Jiménez infiltrada entre los enemigos, se supo que Carlos Andrés Pérez, un hombre muy de Rómulo Betancourt, entraría a Venezuela con comisión de matar a Don Pedro Estrada y entonces fue creada una comisión para matar a Pérez, lo que se haría en la frontera de Colombia, por donde intentaría entrar a Venezuela. Lo peor del caso es que el general Pérez Jiménez tenía una posición ambigua en el asunto, o sea no se sabía si protegería a Estrada o era miembro de la conspiración, que era conspiración andina, vale decir de nacidos en la región de los Andes que buscaban ejercer el poder total, desplazando a Estrada, que era de la región oriental, concretamente del pueblo de Guiria. A Fortunato le parecía una locura que por asunto de regionalismos y grupos se fueran a matar entre los del gobierno, a ponerse en peligro todos, entre tantos él, que valía nada pero valía para su mamá Felipa Reyero. Después comprendió que no era así, que la cosa era grande, tan grande que inclusive era de Rusia y comunismo, hasta de eso había, según le dijeron. Andinos había en el gobierno y en la oposición y eran muy unidos, pero unidos hasta el crimen. Formaban un clan o grupo secreto llamado el Grupo Uribante y dentro de ese clan militaban gente del gobierno, como Pérez Jiménez y gente de la oposición como Pérez. El caso es que había un jefesote llamado Ruiz Pineda, de oposición, que estaba de acuerdo con Pérez Jiménez para formar un nuevo poder, andino y nada más que andino. Para eso funcionaba como eslabón entre Ruiz Pineda y Pérez Jiménez el doctor Rafael Pinzón, que era secretario de Pérez Jiménez y al tiempo hermano de Carlos Andrés Pérez. Ese vínculo secretísimo solo era conocido por los uribanteros y por gente demasiado metida en secretos en Caracas o en los Andes, en un pueblito llamado Rubio, historias de aldea en síntesis.
El hecho es que con los años de 1920 vino un desastre y los alemanes hicieron caída y mesa limpia, los alemanes porque eran los banqueros que financiaban a los cosecheros en el período de siembra y en el de zafra cobraban y ganaban su comisión de banqueros. Vino la langosta y casi nadie en los Andes salvó la cosecha. Los alemanes ejecutaron a mucha gente.
ENTONCES SE PUSO RARO
Entre los ejecutados estuvo el señor Eusebio Pérez. El señor Pérez viajó a San Cristóbal y se humilló en la oficina de los Steinvort pero no pudo salvar su hacienda, llamada «La Argentina».
Entonces se puso raro, aparecía en la plaza de Rubio con un pumpá y no saludaba a la gente amiga de toda la vida; se daba aires. Se le aceptó esto pero el vaso se colmó el domingo en que subió al púlpito, interrumpiendo la misa, y dijo un discurso. Sus palabras no fueron de masón de los que le quitan la acera al cura, habló a favor de Dios pero lo tacharon de loco. Es que pasaban hambre entonces los Pérez. Enflaqueció el señor Eusebio Pérez y enflaquecieron sus hijos Julián, Jorge y otros que ya habían nacido. Nadie ayudaba a nadie en aquel mínimo pueblo, a excepción del bodeguero y el bodeguero era de apellido Pinzón, Servelión Pinzón. Y entonces pasó lo que tenía que pasar entre la señora Pérez, que estaba pasando hambre y el señor Servelión, que podía remediarla y nació Carlos Andrés Pérez, que recibió naturalmente el apellido Pérez en la pila bautismal. Por eso eran hermanos Rafael Pinzón y Carlos Andrés Pérez y llegó a conocimiento de Pinzón que lo de Pérez estaba descubierto y que lo iban matar y se fue solo, en la mañana temprano un sábado para los Andes, manejando su carro. Llegó a Rubio a las cuatro de la tarde, se reunió con su papá, le explicó todo y el viejo se fue a Cúcuta y llamó a Carlos Andrés desde allá y le dijo que no se viniera. Pinzón durmió unas horas en Rubio y al día siguiente salió para Caracas, donde ya en la tarde estuvo a la vista de todo el mundo.
CON EL ARMA EN LA MANO
Don Pedro Estrada no era pendejo para dejar de ese tamaño una acción donde se pensó asesinarle. Él como que sabía que Pinzón había hecho instalar un teléfono directo entre su oficina y la casa de Ruiz Pineda, el jefe grande. O no lo sabía. El caso es que invadió con varios hombres esa casa. Fueron en plan de atropello, rompiendo los muebles como que estuviera buscando papeles escondidos, ignorando a la señora hasta que esta, furiosa, agarró el teléfono y llamó a Pinzón. Ella podía hacer eso porque era la esposa del jefesote, pero Pinzón se asustó muchísimo y le respondía “Yo no la conozco a usted, señora” . Total, que Pinzón tuvo que revelar cómo era el carro de Ruiz Pineda, a qué hora pasaría por tal parte, y con esos datos Estrada le organizó una celada donde lo mataron. Y quien lo mató fue uno que andaba con él, como su escolta, pero era hombre de Betancourt, que también estaba contra la conspiración andina, porque también buscaba destronarlo a él. En esa conspiración andina había algo de soviético, algo que Fortunato con sus pocas luces no conoció, aunque después le llegó por las vueltas que da la vida y tenía que ver con el doctor Ugarte Pelayo. De momento su conocimiento fue que a él le tocó participar en el allanamiento a la casa del doctor Ruiz Pineda y rompió un mueble y después estuvo en la patrulla que siguió a Ruiz Pineda hasta el abordaje final y aunque no disparó si estuvo con el arma en la mano apuntándolo, por lo cual lo calificaban de esbirro de la Seguridad Nacional en los periódicos e incitaban a su captura, calificándolo de hombre peligroso, lo cual era una mala invitación. Para colmo, el hombre que había matado a Ruiz Pineda estaba en el gobierno como gran amigo de Rómulo Betancourt y era de los que hablaban mal de él.
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