Alfredo Oliva
mbre, 2017
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La señora, muy cristiana –católica, para más señas– estaba enfrascada en una fiera y larga disputa con el párroco de su iglesia.
María Coromoto –así se llamaba la señora– con mucha vehemencia le replicaba al cura: “Y no me vuelva a decir irresponsable, se lo ruego, padre Felipe”.
El padre Felipe aprovechó la pequeña pausa –respiro– de María Coromoto, para insistirle: “Pero, mujer, si hay cientos de nombres para bautizar a tu hijo: Juan, Pedro, Andrés, Mateo, Jesús, Jacobo, Tomás, Simón… ¿Por qué te empeñas en ponerle…?” –fue interrumpido–.
María Coromoto: “Mire, padre, vamos a respetarnos, yo tengo muy claro para dónde voy y lo que quiero…” –el cura la interrumpió.
Padre Felipe: “Pero, mujer, te lo ruego, dame una sola razón por la cual quieres ponerle ese nombre a tu hijo”.
María Coromoto: “Padre Felipe, con mucho respeto: ¡Hay que estar informado! Le voy a responder con una pregunta: si hay una persona que se llama Julio Iglesias, ¿por qué yo no le puedo poner el nombre de Agosto Catedral a mi hijo?”
Creemos que la comunicación de la Revolución Bolivariana sigue estando en deuda con el pueblo venezolano, con la Nación. Nuestra comunicación se percibe en ¿minusvalía? ante la arremetida nacional e internacional contra Venezuela y su gobierno.
En todo el proceso de comunicación humana, la percepción es clave.
La percepción y los sesgos marcan la visión que tenemos del mundo y de las dinámicas sociales –diagnósticos, contextos, elección de soluciones, etc.– la percepción muchas veces determina la información y caminos a seguir.
En comunicación siempre será necesario preguntarse individualmente y en equipo: ¿Sabemos a dónde vamos y qué queremos lograr? ¿Con qué información contamos y qué necesitamos? ¿Con cuántos recursos contamos?
Necesitamos una comunicación estratégica, audaz, que acompañe al presidente Nicolás Maduro en la construcción pedagógica de su identidad y del “nosotros”.
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