Por más de 500 vacas, tres autos de último modelo y 10 mil dólares, Kok Alat, empresario del país africano Sudán del Sur, compró mediante una subasta a una niña de 16 años con quien contrajo matrimonio los primeros días de noviembre en la ciudad capitalina de Juba.
El nombre de la niña es Nyalong Ngong Deng Jalang y vive en uno de los países más pobres del continente africano, azotado por confrontaciones civiles y militares en las cuales han intervenido potencias e intereses económicos transnacionales al menos desde 2013.
La subasta que terminó con su venta incluyó a un funcionario del gobierno, entre otros tres participantes que ofrecieron importantes sumas de dinero a la familia que comerció a la niña al mejor postor. La noticia rápidamente trascendió a los medios locales, quienes tildaron a Jalang como la "novia más cara de África". Un cruel retrato de la bestializada situación del país y cómo el capital y la guerra permean toda la esfera humana.
Como si se tratara de una mercancía u objeto que se compra en un mercado, la subasta de Jalang nos pone a pensar si el tiempo de los barcos negreros y mercados de esclavos de los imperios europeos coloniales realmente está tan lejos como nos hizo creer la modernidad y el sistema internacional basado en los derechos humanos.
Aunque si buscamos responder a esto en el pasado más reciente, la situación post intervención de Libia, con sus mercados de esclavos a cielo abierto, nos da un rotundo no. El capitalismo todavía mantiene mucho del pillaje y despojo de toda condición humana con el cual sentó sus bases.
Por una razón, el caso de la niña de Sudán del Sur destacó por encima de las millones de almas que todavía en las periferias del sistema capitalista son contrabandeadas: la subasta se realizó mediante Facebook, plataforma que utilizan millones de personas para comunicarse diariamente.
El portal Mashable, citando al director de la ONG Plan Internacional Sudán, George Otim, destaca sobre el caso que "si bien es común que las dotes (intercambios) se utilicen en matrimonios en la cultura de Sudán del Sur, nada puede excusar la forma en que esta niña, que aún es una niña, ha sido tratada como nada más que un objeto, vendida al oferente preparado para ofrecer la mayor cantidad de dinero y bienes".
Facebook, por su parte, dijo al medio Mashable que "eliminó la publicación tan pronto como se dio cuenta de ello el 9 de noviembre, días después de que la ONG Plan International dijera que se casó el 3 de noviembre". El post publicado con el que inició la subasta tiene fecha del 25 de octubre, y llevaba la siguiente aclaratoria: "la competición está perfectamente permitida en la cultura Dinka/Jieng".
La ONG Girls Not Brides, citada por el medio PlayGround, afirma que si bien el matrimonio de niñas menores de edad en Sudán del Sur es "una práctica ilegal, está fuertemente arraigada en la cultura de la zona".
Visto con ese desparpajo, pareciera que la pobreza extrema y la fragilidad social de Sudán del Sur son elementos distantes a la subasta de Jalang. Pero es al revés: vender niñas vírgenes, a medida que ha aumentado la precariedad y el conflicto en el país, se ha transformado en una vía rápida para conseguir dinero para una cada vez mayor cantidad de familias sudsudanesas.
Según reportó Vice News, "Facebook tiene una sola oficina en el continente africano, ubicada en Sudáfrica. La compañía depende en gran medida de los usuarios locales para informar incidentes de odio o incidentes como la subasta del mes pasado".
Lo que deja entrever este dato es más que la huida hacia delante de la empresa para no asumir responsabilidades. Reconoce una de las principales contradicciones existentes cuando países periféricos son incluidos en el salto tecnológico global: la expansión de los derechos liberales (como por ejemplo el acceso a la información mediante Facebook) en sociedades con grandes desigualdades exacerba la desesperación del consumo y generaliza sus traumas y vicisitudes a niveles impensables; las hace viral, para hablar en términos de la neolengua actual.
La subasta de Jalang es también un retrato de la naturaleza globalizante del capitalismo que lleva consigo toda guerra. La vida humana como recurso y su inclusión forzada en un mercado mundial que poca dignidad humana le queda ya por absorber.
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