Sentía una especie de placer indescriptible cuando cortaba los cables y veía como las barriadas quedaban en completa penumbra
Pedro Luis nunca se detuvo a pensar que lo que resulta demasiado fácil es sospechoso y quizás fue por eso que nunca se imaginó el embrollo en el que se estaba metiendo al vincularse con aquellos tipos bien vestidos, que le ofrecían villas y castillos y le prometían hacerse de mucho dinero en un tiempo relativamente corto.
Lo contactaron cuando era un malviviente que merodeaba los basureros de la ciudad en busca de algún trozo de pan para comer o hallar algo de valor entre las bolsas repletas de sobras alimenticias.
Pertenecía a una familia humilde del oeste de la ciudad, que lo crió junto a sus cuatro hermanos con muchas carencias, pero con mucho amor y sacrificios.
Sin embargo, cuando apenas tenía dieciséis años de edad comenzó a entrarle de lleno al aguardiente y amanecía casi que todos los días con una botella bajo el brazo en cualquier recodo del barrio.
Más tarde incursionó en el mundo de las drogas y allí si fue verdad que la cosa se puso fea, pues se envició y como no tenía plata para comprarla, comenzó a tomar enseres de su propia vivienda para venderlos a fin de comprar la droga.
Luego comenzó a cometer hurtos menores hasta que una vez, armado con un cuchillo, asaltó a un vecino del barrio. En esa ocasión, sus padres lo echaron de la casa y se convirtió en menesteroso.
En esas andaba cuando tres hombres lo llamaron un día y le propusieron un negocio. Era relativamente sencillo. Sólo tenía que hacer una fogata todos los días a la orilla del río Guaire y comenzar a quemar todo el cable que ellos le trajeran a fin de que los rollos quedaran sin nada de plástico, sino puro cobre. Semanas después le propusieron que iba a ganar ahora el doble, pero que debía montarse el mismo a cortar los cables de luz de los postes y para ello fue entrenado.
Ciertamente ganaba más plata, pero eso no implicaba comer o vestir mejor, ni impresionar a nadie, ni mucho menos ahorrar, sino consumir más droga y más licor.
Sentía una especie de placer indescriptible cuando cortaba aquellos cables y de inmediato veía como las barriadas quedaban en la más completa penumbra y había ocasiones en que se quedaba largo rato en la cima del poste contemplando como se movían las sombras por los vericuetos de las barriadas.
En una ocasión le encomendaron cortar los cables de unos postes cercanos al barrio donde se crió.
Dos días después se enteró de que su madre había fallecido, pues le dio un paro respiratorio y como no había ascensores por la falta de luz tuvieron que bajarla poco a poco por las escaleras, y luego se les hizo muy difícil conseguir un carro que los llevara hacia el hospital.
Pedro Luis pasó todo el día llorando y cuando llegó la noche tomó su piqueta y se fue a “trabajar”.
Con movimientos lentos comenzó a escalar el poste y cuando estaba arriba, se dispuso a cortar los cables. En ese instante recordó a su madre y se la imaginó agonizando en los brazos de sus hermanos, en medio de la oscurana. Comenzó a llorar de nuevo, no se percató donde pisaba y se resbaló, pero su brazo rozó un cable que no debía. El impacto fue demasiado rápido y fulminante, como para que sintiera algo. Su cadáver quedó guindado toda la noche en lo alto del poste.
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Un problema a resolver
El pasado 31 de agosto de 2018, el ministro de Interior, Justicia y Paz, Néstor Reverol, precisó que hasta ese momento se habían detenido 741 personas por el robo de material estratégico del sistema eléctrico del país, no obstante, han vuelto a ocurrir hechos delictivos de esta índole. Tan solo en septiembre, la PNB desarticuló varias bandas dedicadas a esta actividad delictiva en Caracas, recuperando 438 kilos de material estratégico perteneciente a Corpoelec, en La Candelaria, además de desmantelar la banda “Los electricistas” en Antímano. Mientras que en El Junquito recuperaron 1.346 kilos de cobre.
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