Por Elijah J. Magnier
“Fuimos los entrenadores de Hezbolá. Es una organización que aprende rápido. El Hezbolá que conocimos al principio (1982) es diferente al que dejamos atrás en el 2000”. Esto es lo que dijo el ex jefe de estado mayor y ex canciller de Israel, Gabi Ashkenazi, veinte años después de la salida incondicional de Israel del Líbano.
“Por primera vez conocimos un ejército no convencional, pero también una organización ideológica con una fe profunda: y esta fe nos venció. Nosotros éramos más poderosos, más avanzados tecnológicamente y mejor armados pero no poseíamos el espíritu de combate… Ellos eran más fuertes que nosotros”. Esto es lo que dijo el General de Brigada Effi Eitam, Comandante de la 91 División de operaciones de contra-guerrilla en el sur del Líbano.
Alon Ben-David, corresponsal senior del canal 13 israelí, especializado en temas militares y de defensa, dijo: “Hezbolá resistió y derrotó al poderoso ejército israelí”.
El ex primer ministro Ehud Barak, arquitecto de la retirada israelí del Líbano, dijo:
“La retirada no salió como fue planeada. La disuasión de Hezbolá y su capacidad crecieron considerablemente. Nos retiramos de una pesadilla”. Barak quiso decir que habían planificado dejar una tierra de nadie (buffer zone) bajo control de sus proxies, dirigidos por el comandante del “Ejército del Sur de Líbano”, Antoine Lahad. Sin embargo, sus planes fueron desmantelados, y la tierra de nadie fue liberada. “Gracias a dios que nos vamos: nadie en Israel quiere regresar”, decían los soldados israelíes mientras abandonaban el Líbano.
En 1982, Israel creía que había llegado el momento de invadir Líbano y forzarlo a firmar un acuerdo de paz luego de eliminar a las distintas organizaciones palestinas. Estos grupos se habían desviado de la brújula nacional y se habían enredado en el conflicto sectario con la Falange libanesa, creyendo que “la vía a Jerusalén pasaba por Joünié” (el bastión maronita en el Monte Líbano, al noroeste de Beirut).
Israel tenía la intención de que Líbano fuera el domicilio del conflicto palestino. No pudo darse cuenta de que al hacer eso, permitía que el genio chií saliera de la botella. Los signos de este genio comenzaron a aparecer luego de la llegada de Seyyed Musa al-Sadr al Líbano y el retorno de los estudiantes de Seyyed Mohamed Baqir al-Sadr de Nayaf a su país natal y residencia en el Bekaa libanés. También, la victoria del Imán Jomeini y la Revolución Islámica en Irán en 1979 no fueron ponderados por Israel, y las consecuencias potenciales para los chiíes libaneses fueron ignoradas.
La invasión israelí de 1982 provocó la emergencia de una “resistencia islámica en el Líbano”, que luego sería conocida como “Hezbolá”, y forzó a Israel a abandonar el Líbano sin condiciones en el 2000. Esto hizo que Líbano fuera el primer país en humillar al ejército israelí. Luego de sus victorias sobre los árabes en 1949, 1956 y 1973, los oficiales israelíes habían llegado a creer que podían ocupar un país árabe “con una banda marcial”.
Los soldados israelíes salían por la “Puerta de Fatima” (en el lado libanés de la frontera) bajo la mirada atenta de Suzanne Goldenberg al otro lado del cruce. Escribió:
“Luego de dos décadas y la pérdida de más de 1000 hombres, la caótica retirada de Israel del sur del Líbano deja su flanco norte peligrosamente expuesto, con guerrilleros de Hezbolá sentados directamente en su frontera. La escala del fiasco israelí comenzaba a desenvolverse… Luego los israelíes se retiraron de Bint Jubayi en noche cerrada, sus aliados del “Ejército del Sur del Líbano”, ya en estado de colapso en el centro de la línea, sencillamente cedieron. Tachados de colaboradores, ellos y sus familias se enfilaron al exilio. Tras ellos, dejaron tanques de guerra y otros equipos pesados donados por sus patrones. Shlomo Hayun, un granjero israelí que vive en la granja de Shaar Yeshuv, dijo de la retirada que ‘esta es la primera vez que me siento avergonzado de ser israelí. Fue caótico y desorganizado’”.
¿Qué han logrado Israel y sus aliados en el Medio Oriente?
En 1978, Israel invadió una parte del sur del Líbano y en 1982, por primera vez, ocupó una capital árabe: Beirut. Durante su presencia como fuerza de ocupación, Israel fue responsable de varias masacres que pueden calificarse como crímenes de guerra.
En 1992, Israel creyó que podía dar un golpe maestro a Hezbolá asesinando a su líder, Seyeed Abbas al-Musavi. Fue reemplazado por su alumno, el líder carismático Seyyed Hassan Nasrallah. Nasrallah demostró ser más veraz que los líderes israelíes, y por eso, capaz de afectar a la opinión pública israelí en sus discursos, tal como dijo el coronel Ronen, jefe de inteligencia del Comando Central de las Fuerzas de Defensa de Israel.
El nuevo líder de Hezbolá demostró su potencial de plantarse y enfrentar a Israel a través de apariciones televisivas. Aprendió a dominar los aspectos psicológicos de la guerra, así como aprendió a dominar el arte de la guerra de guerrillas. Dirige un ejército de militantes no-convencional pero bien organizado “más fuerte que varios ejércitos en el Medio Oriente” según el teniente general Gadi Eisenkot, antiguo jefe del estado mayor.
La doctrina israelí se basa en el principio del ataque preventivo, atacando lo que considera una amenaza potencial, para extinguirla en su nacimiento. Israel primero se anexó Jerusalén declarándola en 1980 una parte integral de la supuesta “capital del estado de Israel”. En junio de 1981, atacó y destruyó el reactor nuclear iraquí que Francia había ayudado a construir. En 2007, atacó un edificio en Deir Ezzor, Siria, antes de completarse, alegando que el gobierno estaba construyendo un reactor nuclear.
Seis años después de su salida, Israel le declaró la guerra al Líbano en 2006, apuntando a erradicar a Hezbolá del sur y destruir su capacidad militar. Avi Kober, miembro del departamento de estudios políticos de la universidad Bar Ilan e investigador del centro BESA dijo:
“La guerra fue conducida bajo condiciones favorables y sin precedentes de las que Israel nunca había gozado: consenso interno, amplio apoyo internacional (incluyendo el tácito de parte de los estados árabes moderados), y la idea de tener un tiempo casi ilimitado para lograr los objetivos de la guerra. El desempeño de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) durante la guerra fue poco satisfactorio, reflejando concepciones militares fallidas y un profesionalismo y generalato pobre. No sólo las FDI no lograron alcanzar decisión de campo de batalla sobre Hezbolá, es decir, negarle al enemigo la habilidad de continuar peleando, a pesar de algunos logros tácticos, a lo largo de la guerra, esto jugó a favor de los libaneses”.
Israel se retiró de la batalla sin alcanzar sus metas: fue sorprendido por las capacidades de combate y el equipamiento militar de Hezbolá. Hezbolá logró esconder su armamento avanzado de la mirada de la inteligencia israelí y sus aliados, que están presentes en todos los países, incluyendo el Líbano. El resultado fue 121 soldados muertos, 2000 heridos, y el orgullo del ejército y la industria israelíes destruidos en el cementerio de Merkava en el sur de Líbano donde el avance israelí hacia Wadi al-Hujeir fue detenido.
Hezbolá atacó el destructor israelí de clase más avanzada, el INS Spear saar-5, en las costas libanesas. En las últimas 72 horas de la guerra, Israel disparó 2.7 millones de minibombas, o bombas de racimo, para provocar daños a largo plazo a la población libanesa, o bien impidiéndole el retorno o alterando la siembra y el cultivo una vez que pudieran regresar.
“Un grado injustificado de venganza y un esfuerzo por castigar a la población como un todo” dijo el informe de la comisión de investigación de la ONU en noviembre de 2006 (citado en Arkin M.William, Divining Victory: Airpower in the 2006 Israel-Hezbollah War, pp 60–70).
La batalla terminó, Israel se retiró de nuevo, cerró sus puertas tras su ejército, alzó una reja en su frontera con Líbano, e instaló dispositivos electrónicos y cámaras para evitar cualquier cruce de Hezbolá a Palestina.
Cuando el jefe de estado mayor de Israel, Gabi Ashkenazi dijo que “Israel le instruyó a Hezbolá el arte de la guerra” tenía razón. Hezbolá aprendió de las guerras que Israel libraba con el paso de los años. En cada guerra, vio la necesidad de desarrollar su armamento y entrenamiento para medirse y superar al ejército israelí (que lo supera en números) y que goza del apoyo tácito de los regímenes del Medio Oriente y los países occidentales más poderosos.
Hezbolá desarrolló el entrenamiento de sus fuerzas especiales y se armó con misiles de precisión para imponer nuevas reglas de combate, llegando a ser una amenaza real a la continuidad de las violaciones permanentes de los israelíes de la soberanía libanesa.
Hoy, Hezbolá tiene armamento sofisticado, incluyendo drones armados que ha usado en Siria en su guerra contra los takfiris, y misiles de precisión que pueden alcanzar cualquier región, ciudad o aeropuerto en Israel. Tiene misiles anti-barco para neutralizar a la armada israelí en cualquier ataque futuro o guerra contra el Líbano además de poder atacar cualquier puerto o plataforma petrolera. También está equipada con misiles que le impide a los helicópteros involucrarse en cualquier futura batalla.
El equilibrio disuasivo se alcanzó. Hezbolá puede llevar a Israel a la edad de piedra con la misma facilidad con la que Israel imaginaba llevar al Líbano a la edad de piedra.
Hezbolá es la peor pesadilla de Israel, y fue en gran medida creado por el intento israelí por derrocar al gobierno, ocupar el Líbano, e imponer un acuerdo en el que Israel pudiera moldear al país a su antojo. Pero se le volteó la tortilla: una pequeña fuerza emergió en el Líbano para convertirse en un poder regional cuyo poderoso apoyo fue luego extendido a los países vecinos de Siria e Irak.
Este artículo fue traducido por Diego Sequera. Puede seguir a Elijah J. Magnier a través de su cuenta Twitter @ejmalrai y de su blog personal elijahjm.wordpress.com
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