jueves, 13 de julio de 2017

Tampoco estado de conciencia


Oscar Morales / Articulista / omoralesrodriguez@gmail.com
Oscar Morales / Articulista / omoralesrodriguez@gmail.com
Hasta ahora es bien sabido que los estados de conciencia no pueden agruparse en patrones con códigos modificables. Quiere decir, no es posible hoy programar una máquina para que pueda sentir emociones por voluntad propia o tener autoconciencia de su conducta los robots, pues, los dispositivos o instrumentos tecnológicos están sujetos a una programación con sus códigos y su lenguaje, no poseen un ‘sistema nervioso’, no hay nada parecido a ‘piezas’ biológicas que permitan a las maquinarias actuar motu proprio. 

Considerado esto, me pregunto: ¿Será que tampoco existe algún mecanismo que le ayude a conectarse con las realidades y el sentido común a los miembros del Poder Ejecutivo por ser precisamente autómatas?
Vueltas y vueltas buscando una ilustración formal para justificar los desmanes y no hay explicaciones. Ya sabemos que no existe estado de derecho —aunque dependiendo de la luna a veces quieran jugar un poco a eso—. También es conocido que algunas palabras están demonizadas y la cohabitación o coexistencia es infidelidad para ambos sectores. 

Ahora bien, debemos creer en algún mecanismo de resolución de crisis porque el estómago cruje y quien no come no tienes fuerzas para elegir. No podemos estar discutiendo sobre la cuadratura del círculo en el mismo instante que el país pierde el tren del futuro. Y  la esperanza no puede ser estrategia si el futuro es como el radar de defensa aérea del país: no detecta, es inexistente. No podemos vender perspectivas si está amañada con sumisión forzosa. 

Se distingue en cualquier rincón del país que el ‘aura’ del sistema de protección social construido en estos años se evaporó y hoy lo que gruñe es desamparo e indignación. Las condiciones son delirantes y se requiere un proceso agudo de ingeniería social para recobrar la asistencia a los más vulnerables, porque se nota el fallecimiento de esa ilusión de ‘progreso’ que reflejaron las políticas insostenibles de los últimos años, y ahora vamos retrocediendo a niveles inferiores a aquello que se procuró superar. Es decir, el frágil mejoramiento de las condiciones socioeconómicas  produjo un hundimiento mayor al que padecíamos décadas atrás. Ese es el costo de las fantasías populistas: regresar en poco tiempo a carencias más profundas. 

Todos los días nos alejamos del ideal ejercicio del “gobierno de las leyes”. Y es riesgoso, porque en estos tiempos ya no tiene fanaticada el sometimiento de la vida personal a los designios de un dictador. Deben estar nerviosos y ese estado intranquilo no es buen consejero, porque se pierde la moralidad y no queda ni una pizca de remordimiento.

Aunque a decir verdad, todo apunta a que nos estamos quedando sin ese sentimiento de arrepentimiento y sobre todo sin estado de conciencia. ¡Qué quilombo, pues!

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