viernes, 20 de abril de 2018

Para los que se van, quedando


Rubén Wisotzki

  19

A

Nadie sabe cuál es o cuál será su destino. Pero todos lo cumplimos, inexorablemente, sin faltar a una línea. Esto lo sabemos todos. Entonces, opinar o discutir acerca del destino de los demás, ignorando el de uno, es a todas luces, y a todas sombras también, un despropósito.

B

Quien se va, y quienes nos quedamos, actúa, actuamos, obedeciendo los lineamientos de una fuerza superior a nosotros, tal vez la de un dios, tal vez la de unos dioses, grandes o pequeños, tal vez de una fuerza cósmica aún no descubierta por la ciencia o los iluminados. Pero desde donde sea, sépase que las grandes preguntas viajarán contigo o se quedarán contigo. Siempre en ti. Por ejemplo: ¿Quién eres, qué haces, y por qué? Y es que nunca se ha necesitado pasaporte, avión y cielo, para cuestionarte.

C

Pero sí, creo, los que nos quedamos, estamos en disposición de hacernos más preguntas que aquellos que se responden sin dudar lo nunca respondido. Quizás es por ello que algunos interpretan el gesto de la ida como una huida (que son dos cosas muy diferentes: Hay idas valientes, heroicas, épicas; en cambio, huida, aun siendo estrategia, es huida).
Intuimos, los que nos quedamos, vaya uno a saber por qué, –aunque algunos filósofos llaman a eso algo así como conciencia o sus derivados–, que las respuestas a nuestras preguntas, que crecen día a día a nivel exponencial, están escondidas entre estos paisajes que nos hacen, que nos construyen como individuos, entre estos seres que nos hacemos, que nos construimos como personas. Y esta condición, que podría interpretarse erróneamente como de mayor peso y estatura moral (¡Susto con la estatura moral!), no invalida ni ilegitima, la de aquel y aquellos que creen conseguir sus respuestas bajo otras nubes, entre otros edificios y árboles.

D

Definiciones conseguidas en un diccionario*, no de una real academia, pero sí que contó en su momento con el aval de Gabriel García Márquez: Destino:
1. Punto de llegada, o hacia el que se dirige alguien o algo: ya ha salido el tren con destino a tu pueblo.
2. Uso, finalidad o función que se da a algo: Quiero conocer el destino del dinero que pagamos como impuestos.
3. Empleo u ocupación: le han dado un destino como ayudante de un juez.
4. Lugar o establecimiento en el que se ejerce un empleo: en las listas de los aprobados en las oposiciones, figuran los destinos de cada uno.
5. Encadenamiento de los sucesos considerado como necesario e inevitable: si las cosas han salido así, será que era mi destino.
6. Hado o fuerza desconocida que actúa irresistiblemente sobre los hombres y los sucesos: El destino me ha obligado a ser como soy.

E

Los Wisotzki Wenzel saben algo de idas y mucho de huidas. La corrida más reciente la protagonizaron en 1976 cuando una dictadura militar se alzó en un país sureño. A estas tierras llegaron con una mano adelante y otra atrás. Fueron, siendo huidos, turistas, luego transeúntes y por último, siendo ya idos, residentes. Y es que uno puede pasar en esta vida de huir a ir. Y desde acá seguimos yendo, aunque nos quedamos. El mayor Wisotzki sigue, enterrado, en su ida, en un sitio desconocido. Solamente se sabe que está frente a la montaña, la misma que veía todas las mañanas, todos los atardeceres, y todas las noches, ya en su misterioso e insinuante contorno. Sé que al igual que su hija, Ann Elizabeth Wisotzki, aunque ella es ceniza del Atlántico, aún ve la montaña todos los días.

F

Algunos sostienen que la patria de uno es la infancia, es decir, en un pasado que por más presente que sea, en más de un momento es pasado; otros sugieren que uno pertenece, en el presente y posiblemente en el futuro, a la tierra donde están enterrados los suyos. Posiblemente por esto último, porque somos cargados por este hoy, estamos aquí y no en un allá. Pero también, queremos suponer, debería la pertenencia de ser y estar al lugar donde uno sueña. Y aquí, aún despiertos, o mejor dicho, desde el despabile, soñamos. Y mucho. Decía un poeta (que se escondía de la poesía en la carpintería), de origen polaco, de nacionalidad alemana, nacido en la ciudad libre de Danzig, llamado Kurt Wolfgang Wisotzki Wenzel, ya siendo abuelo de borracheras de vodka y armónica: “Ve siempre al lugar donde logres soñar, ya sea mujer o tierra”.

G

De sangre europea, de nacimiento austral, y en situación ilegal desde hace ya varios años bajo este hermoso cielo, ya que aún no se ha renovado su visa de residente y la cédula amarilla está vencida en tiempo y espacio, quien escribe es de acá. Acá está.

H

Sepan los que no están acá, y son de acá, que no caduca, como una visa o una cédula, el ser de acá. Lo seguirán siendo, incluso contra su voluntad, porque aquí, en algún momento, así como vivieron, así soñaron. Es un atributo de la naturaleza humana. Y, además, los sueños no pierden vigencia. Te puedes ir, y puedes llevarte el sueño, pero también, como una suerte de desdoblamiento mágico, el sueño también se queda aquí, acá. Porque los sueños no están para ser cumplidos, están para ser soñados. No se cumplen, porque si se cumplirían dejarían en el acto de ser sueños y pasarían a ser realidad. Ciertamente, quien se va se lleva su sueño pero no puede impedir, aunque la línea aérea o el bus le permita llevarlo en otra maleta, que el sueño nació que nació aquí, acá y, de alguna u otra manera, en consecuencia es de acá, acá está, y acá lo espera. O acá lo agarra otro y lo hace suyo, lo sueña. Equivocados están los que creen que los sueños son susceptibles a registros o títulos de propiedad. Y uno de los ejemplos más contundentes del acontecer nacional lo es el sueño revolucionario.

I

Con frecuencia escuchamos a los oradores, casi siempre políticos, intelectuales, empresarios, mencionar el “destino nacional”. Inserta la idea en el contexto de un discurso que, también con frecuencia, suena a mentira, exageración, delirio, impostura, e insensatez, entre otros cosas, diluimos el “destino nacional” en el mar de la retórica del entusiasta entarimado. Creo que nos equivocamos. Creo que el llamado a un “destino nacional” es auténtico en la boca del hablante. Creo que responde tal exégesis (entendida como la interpretación de algo) a un asumir la indetenible fuerza de un sentimiento colectivo. Puede hablarse del “destino nacional” cuando somos tantos y tantos los que pensamos, buscamos, anhelamos, la cristalización de un real e inequívoco “destino nacional”.

J

Aquellos que fuimos “educados” bajo el signo de los años sesenta, y que somos de sesenta, crecimos creyendo en eso de la forja del destino individual. “Cada quien se forja su destino”. Algo así como si fuera posible controlar todas, o la mayoría, de las vicisitudes del vivir, a pesar de los contratiempos. A quien escribe este agotador excurso le consta, luego de un accidente, un imponderable, que lo postró durante varios meses de manera horizontal entre las blancuras de un hospital, más una veintena de intervenciones quirúrgicas, y una dolencia crónica, bien sabe que eso es lo más parecido a un vulgar engaño. Pero lo que no llama al engaño es la forja del destino colectivo. La forja del destino de una sociedad. La forja del destino de una nación. La forja del destino de una patria. La forja del destino del bien común.

K

Si nos vamos a Grecia, o si Grecia viene hacia nosotros, –esperemos que ya para la altura de este texto haya quedado con enceguecedora claridad, si no al menos insinuadas, sugeridas, algunas situaciones probables, como que todo va y todo viene, o aquello que va siempre, tarde o temprano, viene, o que el ir o venir no modifica en modo alguno el estar, no físico, sino espiritual– la profesora francesa de historia antigua, María Daraki, afirma que Dionisio, un dios vital, que representa todas las corrientes humanas originarias, que representa las grandes pasiones de la tragedia griega, que es un dios indomesticable, de festividades orgiásticas, un dios de la fiesta y la libertad, un dios subversivo, un dios que llama a entregarse, sin contención alguna, a todos los placeres posibles, un dios de la expresión humana sin límite, entre tantas otras miradas, “es, por excelencia, el dios que ‘viene y se va’, o más exactamente, que ‘sube’ y ‘baja’. (…) la duración de su ausencia importa tan poco que se anula por completo en los rituales, en los que su regreso se encadena directamente con su partida”**.

L

Un poema de Nietzsche dice: “las vísperas resuenan las campanas más allá de los campos. Dicen a mi corazón que nadie en el mundo nunca llega a encontrar su patria bienaventurada: que apenas uno sale de la tierra vuelve a la tierra. Este eco de las campanas hace nacer en mí un pensamiento: estamos todos en camino hacia la eternidad”.
*Diccionario de uso del español actual Clave, ediciones SM, España, 1997.
**”Dionisio y la diosa tierra”, María Daraki, Abada editores, España, 2005.

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