Giuliana Urdaneta
Luis Bravo
“Toda mi pesadilla comenzó en la tarde del domingo, 10 de marzo, tras más de 90 horas sin luz. El aire era tenso, grupos de propietarios se concentraba frente a una charcutería de La Limpia en Maracaibo luego de culminar un día de trabajo que, sin lugar a dudas, había sido complicado con las caídas de las plataformas bancarias y avería en algunas plantas eléctricas.
Sus rostros en conjunto denotaban inquietud, incertidumbre y miedo pero intentaban mantener una postura calmada ante el discurso de uno de ellos.
‘No sé ustedes pero yo sacaré mi mercancía por la noche, están hablando de unos saqueos. Piénselo bien, el punto de venta no está pasando, hay muchos problemas. La gente se va a poner violenta cuando no tenga cómo comprar, llevamos tres días sin electricidad, ¡y contando!’, decía el dueño de una carnicería.
La palabra saqueo se estaba escuchando desde tempranas horas de la tarde en cada negocio y los rostros cada vez más sombríos, hasta logré escuchar en unos de ellos: ‘no sé qué pasará pero si deciden entrar en mi negocio, aquí los esperaré con mi pistola. Esto es mío’.
Pero nadie sabía que ese mismo día todos esos comentarios se tornarían más reales, al saber que la tormenta se encontraba casi en la puerta lista para entrar.
Eran las 10 de noche, miles de zancudos se estaba sirviendo un festín en mis piernas mientras que me arropaba un calor sofocante que impedía mi sueño cuando recibí, milagrosamente, una llamada.
‘Están saqueando Centro 99, lo están saqueando prima. Estamos todos aquí. Te repito están saqueando, prepárate y vente si puedes, debemos cuidar lo nuestro como sea’, dijo mi prima y vecina comercial.
Nadie sabrá el miedo que sentí a escuchar esa simple frase, el temor de perder lo que por meses me costó construir y que podía ser demolido en un abrir y cerrar de ojos, por lo que sin pensarlo no dudé en buscar un modo de salir.
Pero fue imposible, la avenida Padilla estaba totalmente cerrada y otras calles de Veritas, las barricadas no tardaron en montarse una vez que la noticia de los saqueos se fue expandiendo, el miedo y la anarquía caló en la población en cuestión de horas, restringiendo la llegada al negocio totalmente desprotegido.
Esa noche, la recuerdo como una de las más largas de mi vida, donde todas las opciones fueron puestas en la mesa y la más desgarradora fue la de perder lo poco que tenía. No pude pegar ni un ojo, con la boca reseca y sin poder tomar ni un vaso con agua fría.
Lunes, 11 de marzo
No esperé a que los primeros rayos de luz salieran para alistarme y apresurarme a ver los daños, que gracias al cielo no pasaron debido a que otros de mis vecinos pudieron llegar y montar guardia.
Al llegar, el ambiente tan pesado del mercado se podía cortar con un cuchillo. Personas iban y venían apresuradas, murmurando las malas horas vividas, mientras que otras detrás de los mostradores miraban cada cierto tiempo la extensa fila frente a ellos y el grupo que se iba formando en una de las esquinas, como acechando.
Pero mi miedo no era solo las tentativas del saqueo, sino los 40 kilos de pescado resguardados en una cava con más de 100 horas sin refrigeración.
‘Debemos ver qué podemos hacer, el pescado no tiene refrigeración porque Hielos ‘El Toro’ fue saqueado y ya no tenemos esa opción’, aseveró mi padre, quien temía que si el saqueo no nos quitaría ganancias, la luz lo haría pronto.
Mi primera acción fue trabajar pese a las objeciones de mis vecinos y el miedo de toda mi familia. Abrir era un debate entre pescado podrido o pescado saqueado.
Todo iba relativamente bien hasta que dieron las 11 de la mañana y una gritería explotó dentro de las instalaciones de un comercio cercano. Todo se convirtió en un caos en cuestión de segundos.
‘Cierren, cierren, rápido. Están saqueando en un negocio. Cierren ya’, gritó uno de los propietarios mientras corría.
Los chirridos de santamarías cayendo al piso me aturdían, los comerciantes salían vociferando cualquier improperio, la multitud entraba en caos y las armas empezaron a salir.
Nunca en mi vida había visto tantas armas juntas, donde quiera que miraba hombres y mujeres tenían desde una escopeta hasta un simple revólver, el panorama no pintaba bien y menos cuando escuché el primer disparo al aire para calmar una trifulca.
Mi primer movimiento fue avisar a mis vecinos e ir al mío para tomar un machete y ponerme – como todos – a la defensiva.
Miré a mi padre y le dije que estar allí era muy riesgoso. Teníamos que rematar rápidamente toda la mercancía para minimizar pérdidas y evitar el desastre.
Sin pensarlo dos veces, rematé toda la mercancía en cuestión de una hora entre fiados a conocidos y ventas en efectivo o dólares, pues todos los bancos tenían restringidos el acceso a sus plataformas.
Los negocios de cuadras cercanas vivían su propio apocalipsis. Había cientos de personas frente a sus locales como lobos a la espera de la oportunidad para arremeter.
Uno de ellos fue el caso de una tienda de granos y víveres, que tuvo que llamar “refuerzos”, trancar la calle y poder sacar lo más rápido posible el centenar de sacos que tenía dentro de sus instalaciones.
‘Rápido, rápido’, decía el dueño temeroso con la mirada fija en el grupo de gran volumen que se encontraba a escasos 50 metros recibiendo quesos y productos de charcutería casi dañados.
‘Tranquilo, hemos trancado la calle con más de 8 carros, será complicado que vengan y si lo hacen, estamos preparados’, le decía otro.
Esa era la verdadera historia, extraoficialmente se manejó que algunos propietarios se habían reunido para acordar entregar por un lado los artículos con riesgo de dañarse pero en buen estado, mientras por el otro sacar el resto de la mercancía y los inventarios.
‘Todo fue una estrategia para evitar saqueos y otras manifestaciones de violencia. Lo menos que queríamos eran que destruyeran los negocios’, precisó la dueña de una confitería.
Pero hubo más. Algunos funcionarios internamente habían sido contratados para prestar seguridad a cambió de una atractiva oferta en dólares.
Aunque mi travesía rumbo al cuarto día sin luz no había terminado, al menos tenía la tranquilidad de que la mercancía había sido vendida y que mi negocio se salvó de aquel desastre. Nunca antes había visto la cara horrible de la anarquía”.
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