UN INFORME ESPECIAL
El martes 24 de septiembre, con el 74° periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas como paisaje de fondo, la presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso estadounidese, la demócrata Nancy Pelosi, anunció la apertura de un proceso de investigación que apunta a un impeachment (juicio político) contra Donald Trump.
Para entender la razón que impulsó este movimiento es necesario reconstruir el hecho en sí y el marco de representación, así como su instrumentalización política. Pelosi acusó a Trump de "traicionar su juramento y la seguridad de la nación al buscar alistar a una potencia extranjera para empañar a un rival para su propio beneficio político".
La "potencia extranjera" a la que se refirió Pelosi se llama Ucrania, mientras que el "rival" es Joe Biden, el exvicepresidente Barack Obama que puntea en la carrera interna por abanderarse como el candidato del Partido Demócrata para las elecciones de noviembre de 2020.
El "caso" que intentan construir los demócratas está basado en lo siguiente: Trump sostuvo una conversación el 25 de julio de este año con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski. El "escándalo" empezó con una fuga de un informante anónimo que le hizo llegar la información al Congreso.
Durante la conversación, Trump intentó convencer a Zelenski de investigar los negocios de Hunter Biden (hijo del expresidente), pero específicamente lo convidó a indagar sobre la empresa Crowdstrike, una firma con sede en Estados Unidos que investigó la supuesta relación de Rusia con el robo de correos electrónicos del Partido Demócrata en las elecciones del año 2016. Además, incluyó a su abogado Rudy Giuliani y al fiscal general William Barr como parte de las eventuales acuerdos.
La trama se conoció como RussiaGate y representó una poderosa maniobra del Partido Demócrata para forzar un impeachment contra Trump, acusándolo de coludir con el Kremlin para ganar las elecciones de 2016. Tras meses de tensión e intentos de judicializar la presidencia de Trump, el fiscal especial Robert Mueller determinó que tal colusión no existió. El RussiaGate fue más un movimiento de propaganda que un hecho real.
En 2017, se conoció que funcionarios del gobierno ucraniano y la empresa Crowdstrike trabajaron coordinadamente con el Comité Nacional Demócrata para socavar a Trump e impulsar el RussiaGate. Según informó el medio POLITICO:
"Funcionarios del gobierno ucraniano intentaron ayudar a Hillary Clinton y socavar a Trump cuestionando públicamente su aptitud para el cargo. También difundieron documentos que implican a un importante ayudante de Trump en corrupción y sugirieron que estaban investigando el asunto, solo para retirarse después de las elecciones y ayudaron a los aliados de Clinton a investigar información dañina sobre Trump y sus asesores".
Los pasajes de la conversación pudieron conocerse porque el presidente Donald Trump autorizó que se desclasificara parte de su contenido el mismo 24 de septiembre.
Otro aspecto a destacar es el supuesto uso de la ayuda militar estadounidense a Ucrania como "un mecanismo de presión" para viabilizar las investigaciones solicitadas por el presidente Trump, a las que Zelenski respondió siempre positivamente. Sin embargo, no existen evidencias de que Trump haya utilizado el tema de la ayuda para doblegar a Zelenski; esa versión, más bien, ha sido tejida sobre vacíos y medias verdades por parte de los medios corporativos.
Lo cierto es que la entrega de esta ayuda se demoró y fue liberada después de la conversación, sin evidencias fiables de que haya sido producto de algún soborno o acuerdo político en beneficio electoral de Trump. Aunque esto no formó parte de la conversación, incluso el presidente Zelenski no sabía de tal demora, el tema de la ayuda militar fue asumido por los demócratas como un abuso de las atribuciones presidenciales en política exterior de Trump, utilizándolas para sacar ventaja política de cara a la contienda electoral.
EL CASO CONTRA TRUMP Y EL CASO DE JOE BIDEN
Aunque existen pruebas de que el gobierno de Petro Poroshenko conspiró para debilitar la presidencia de Donald Trump, un aspecto relacionado a Joe Biden directamente ahonda el déficit de credibilidad que lleva impreso del proceso de impeachment.
A principios de 2018, Biden ofreció una charla ante al influyente tanque de pensamiento Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, sus siglas en inglés). Desde ese espacio alardeó con retener una línea de crédito de 1 mil millones de dólares que sería provisto a Ucrania para conseguir que Poroshenko tomara medidas, o eventualmente destituyera, al fiscal del Estado calificado como un "corrupto" por Biden.
Esto implica, por la vía de los hechos, una interferencia en los asuntos internos de Ucrania.
Biden, abiertamente, explicó cómo chantajeó a las principales autoridades ucranianas. De esta manera relató el momento exacto con un tono personal e impregnado de cinismo:
"Y entonces llegué a Ucrania. Y recuerdo haber ido, convenciendo a nuestro equipo, a nuestros líderes convencidos de que deberíamos proporcionar garantías de préstamos. Y fui (…) Y se suponía que debía anunciar que había otra garantía de préstamo de mil millones de dólares. Y había recibido un compromiso de Poroshenko y de Yatsenyuk de que tomarían medidas contra el fiscal del Estado. Y no lo hicieron. Entonces dijeron que sí, que iban a una conferencia de prensa. Dije, no, no te vamos a dar los mil millones de dólares. Dijeron que no tienes autoridad. No eres el presidente. El presidente dijo, yo dije, llámalo. (Risas.) Dije, te digo que no recibirás los mil millones de dólares. Dije que no obtendrás los mil millones. Me voy a ir de aquí, creo que fueron alrededor de seis horas. Los miré y dije: me voy en seis horas. Si el fiscal no es despedido, no obtendrá el dinero. Bueno, hijo de puta. (Risas.) Lo despidieron. Y pusieron en su lugar a alguien que era sólido en ese momento".
Cuando Joe Biden dijo esto, en paralelo, su hijo Hunter presionaba a la empresa ucraniana Burisma, la cual estaba bajo investigación del fiscal general que Joe Biden deseaba tanto destituir. El medio The Hill sintetizó esta situación de la siguiente manera, una mezcla de extorsión política para encubrir posibles hechos de corrupción:
"Los registros bancarios de los Estados Unidos muestran que la firma estadounidense de Hunter Biden, Rosemont Seneca Partners LLC, recibió transferencias regulares a una de sus cuentas, generalmente más de 166 mil dólares al mes, desde Burisma, desde la primavera de 2014 hasta el otoño de 2015, durante un período en el que el vicepresidente Biden fue el principal funcionario estadounidense que se ocupa de Ucrania y sus tensas relaciones con Rusia. El archivo oficial del fiscal general para la investigación de Burisma, compartido conmigo por altos funcionarios ucranianos, muestra que los fiscales identificaron a Hunter Biden, el socio comercial Devon Archer y su firma, Rosemont Seneca, como posibles receptores de dinero".
UN MAL CÁLCULO POLÍTICO
El Partido Demócrata utiliza la conversación de Trump con Zelenski para construir un caso que allane el camino para la destitución de Trump. Es la ruta que han decidido para disputar el escenario electoral y abrir una etapa de judicialización política con la que puedan minar las bases de apoyo de Trump.
Otorgándole al caso rasgos de abuso político y de poder, el proceso parte con un déficit de credibilidad: proyectar a Biden como una "víctima" de Trump, para así catapultarlo como su contradictor principal, contrasta con las pruebas existentes que vinculan al exvicepresidente con la extralimitación de sus funciones con miras a encubrir posibles hechos de corrupción relacionados a los negocios de su hijo Hunter.
La conversación con el presidente Zelenski puede calificarse con seguridad como un comportamiento incorrecto y hasta como un intento de interferencia en la política local ucraniana por parte de Trump (una conducta secular del Imperio, además), sin embargo, en lo que corresponde a la diatriba política, el pasado de Biden reduce el impacto narrativo de la acusación y su propia capacidad de generar un frente que monopolice en el movimiento del impeachment las corrientes adversas a Trump.
El cierre del RussiaGate representó para los demócratas un duro golpe, por lo que la conversación de Trump con el presidente ucraniano ofrece una ventana de oportunidad para revitalizar la narrativa que intenta conectar al inquilino de la Casa Blanca con un sistema de intereses apocalípticamente opuestos a los occidentales.
La élite neoliberal del Partido Demócrata incurre en el mismo error de cálculo del RussiaGate: apostarlo a todo a un gran escándalo que definitivamente derribe a Trump. Pero en este nuevo intento, los demócratas le otorgan una ventaja táctica al presidente: fácilmente puede contrarrestar la narrativa en su contra afirmando que su interés con la llamada era continuar con la investigación de casos de corrupción que encubrió Biden. Un pésimo primer paso.
En el siguiente paso es obligar a Trump desde el Congreso para que libere la transcripción completa de la conversación, ya que, según el informante que filtró la información, la Casa Blanca utilizó un sistema paralelo para registrar la conversación, por lo que la transcripción divulgada ocultaría detalles sensibles.
En este aspecto, los demócratas también parecen haber calculado mal. Al respecto, el veterano del Departamento de Estado, Peter Van Buren, explicapara la revista The American Conservative:
"Por supuesto, la ley y los precedentes están del lado de Trump si elige retener la queja y la transcripción del Congreso. Y si nadie puede ver esos documentos, no hay forma de avanzar en ninguna investigación de manera decisiva, aunque las audiencias teatrales siempre son posibles. Una fuga completa de esos materiales específicos altamente clasificados no tendría precedentes. Y si se obtienen ilegalmente, los documentos filtrados se usaron en un proceso de juicio político, equivaldría a una verdadera crisis constitucional".
Las particularidades del sistema constitucional estadounidense hacen del impeachment un proceso largo, complicado y repleto de obstáculos. Uno de los más importantes es la mayoría republicana en el Senado que podría condenar el proceso al fracaso.
Lógicamente, el Partido Demócrata busca un Watergate adaptado al siglo XXI, a la mediatización de la figura de Trump y especialmente a un contexto estadounidense marcado por la polarización, la crisis económica y el envilecimiento de una sociedad que enfrenta una epidemia de tiroteos, opiáceos y abandono estatal.
Creen que el impeachment se convertirá en un factor de movilización de la sociedad estadounidense para reunir todas estas tensiones sociales y económicas en un solo frente de acción.
Sin embargo, es altamente probable que este movimiento se quede en la teatralidad política. Para los demócratas este escándalo es mucho más digerible para la sociedad estadounidense, un dispositivo político-electoral mucho más efectivo y oportuno.
El comportamiento de Trump con el presidente Zelenski puede catalogarse como un acto de interferencia extranjera, pero convertirlo en un "crimen" que conduzca a un impeachment, como lo exige la Constitución, requerirá que el Partido Demócrata flexione toda su musculatura política sin ninguna garantía de que ello derive en una jugada exitosa.
El Partido Demócrata pudo haber dirigido la línea del juicio político para impugnar, por ejemplo, la campaña de sanciones desplegada sobre Venezuela, la cual ha violado los derechos humanos de su población, o al apoyo continuado que recibe la coalición dirigida por Arabia Saudí contra Yemen. Pero no, han optado por la fabricación de un nuevo escándalo para debilitar la imagen de Trump.
Esto confirma que, pese a su enfrentamiento país adentro, las élites políticas y económicas en Estados Unidos convergen en el consenso común de sostener el Imperio a como dé lugar.
En este sentido, el Partido Demócrata le cuestiona a Trump su "abuso de poder", su comportamiento "corrupto", pero no el despliegue de sanciones destructivas contra países periféricos que persiguen la construcción de un mundo multipolar. Justamente en ese tópico, con Trump solo mantienen divergencias oportunistas, pero no estratégicas.
POSIBLES ESCENARIOS, CORRELACIÓN DE FUERZAS Y UN FINAL INFELIZ
En lo que respecta a las distintas corrientes internas que disputan la conducción del Partido Demócrata, el movimiento del juicio político parece ser una maniobra de último minuto para sostener cierta unidad de acción, al menos momentánea. Sin embargo, esta opción ha revuelto los cálculos del partido. POLITICO hace la siguiente aseveración:
"Ahora que el Partido Demócrata ha decidido organizarse en torno a la idea de que Trump representa una amenaza tan existencial que debería ser destituido inmediatamente de su cargo, los demócratas aún no están seguros de a quién ayuda un juicio para destituir al presidente, y a quién lastima (…) El impacto más inmediato del juicio político es que impide que las campañas presidenciales demócratas discutan cualquier otra cosa".
En la correlación de fuerzas internas del partido, Biden parece el menos beneficiado. Ahora se ha colocado en el centro del debate y su figura no escapará de cuestionamientos. La diatriba política muy posiblemente lo homologará a Trump, en una especie de búmeran mediático. Esto, lógicamente, beneficia a la candidata demócrata Elizabeth Warren, quien ahora tiene la oportunidad de presentarse como una cara de renovación y éticamente desligada de escándalos de corrupción.
Warren ha sustraído parte del capital electoral del competidor del ala progresista del Partido Demócrata, Bernie Sanders. Y el juicio político podría ser una invaluable oportunidad para continuar ese camino y proyectarse como moralmente superior a Biden.
Al otro lado de la acera, Trump se mantiene confiado. Incluso alega que la jugada encabezada por Pelosi lo beneficia para su objetivo de la reelección. Y parcialmente puede tener razón: si el proceso se estanca en el Senado, el resultado será un Trump fortalecido, envalentonado y con una victoria política que lo coloca en una posición muy cercana al triunfo electoral.
Por esa razón, invita a los demócratas a jugar todas sus cartas a sabiendas de su mayoría en el Senado. Trump sabe que puede estar en puertas de propinarle un golpe fulminante al Partido Demócrata.
Sobre la crisis del sistema político y económico estadounidense, un detallado artículo de la revista National Affairs en 2014, explica lo siguiente:
"Los norteamericanos de hoy están profundamente insatisfechos con su país. Cuando comenzó 2014, solo el 28% pensaba que el país se dirigía generalmente en la dirección correcta, y su inquietud se centra especialmente en el gobierno federal. El Pew Research Center informa que, entre 1958 y 2013, el porcentaje de personas que confiaron en Washington para hacer lo correcto casi siempre o la mayor parte del tiempo disminuyó del 73% al 19%. Entre 1985 y 2013, las calificaciones de favorabilidad del Congreso cayeron del 67% al 23%".
Este contexto de desconfianza e inercia nacional propiciado por la recesión económica y el crecimiento desbocado de la desigualdad social, favorece enormemente el discurso belicoso de Trump: uno que rompe consensos, cataliza los odios de una sociedad envilecida y aprovecha la desconfianza generalizada para incrementar el poder personal de la figura presidencial y sus rasgos de excepcionalismo, en contra de la credibilidad del Congreso.
Trump no es un accidente o un desvío en el camino, sino la culminación lógica del proceso de formación de la sociedad estadounidense: la mezcla explosiva de un desarrollo histórico marcado por el expansionismo militar, el racismo interno y un gobierno corporativo ilimitado tiene en el inquilino de la Casa Blanca la manifestación más expresiva del agotamiento del modelo civilizatorio ideado por los llamados Padres Fundadores.
Este momento político provoca que la ventaja de cara a las elecciones de 2020 la tenga quien mejor represente esa decadencia. Y por eso el formalismo del juicio político lanzado por los demócratas le brinda a Trump una oportunidad dorada para fortalecer dicha ventaja.
Existe un mito político contemporáneo que ha colonizado notablemente la disputa electoral estadounidense. El mismo consiste en que, si se evita la recesión económica, es garantía de reeditar un mandato presidencial. Sobre esto, Nouriel Roubini explica la maniobra de Trump:
"El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quiere un acuerdo con China para estabilizar la economía y los mercados antes de su candidatura a la reelección en 2020; el presidente chino, Xi Jinping, también quiere un acuerdo para detener la desaceleración de China. Pero ninguno de los dos quiere ser el 'pollo', porque eso socavaría su posición política interna y empoderaría al otro lado. Aun así, sin un acuerdo para fin de año, será probable una colisión. A medida que el reloj avanza, un mal resultado se vuelve más probable".
(Con el “pollo”, Roubini se refiere al famoso "Juego de la gallina": cuando dos conductores dirigen sus vehículos en dirección al del contrario, el primero que se desvía de la trayectoria de choque pierde y es humillado; si ninguno de los dos se desvía del camino, ambos se destruyen y pierden.)
En el campo geopolítico, Trump intentará calibrar su guerra comercial con China para evitar que la recesión lo alcance antes de las elecciones. Este parece ser su objetivo estratégico en términos electorales, ya que evitar una debacle financiera le permitirá proyectarse como un factor de orden y estabilidad frente al "sabotaje" de los demócratas.
Pero fronteras afuera, el Imperio estadounidense sufre una fuerte impugnación de sus capacidades militares, tecnológicas, económicas y financieras en distintos frentes que van de Irán a China, Rusia y Venezuela.
Dicho marco de complejidades geopolíticas, unido al escenario electoral, hace previsible que Trump priorice la disputa interna frente a una intervención militar desastrosa que pueda poner en riesgo su reeleción, aunque, bien lo sabemos, el Estado profundo presiona enormemente por una conflagración de consecuencias indeterminadas en alguno de los frentes en los que el Imperio persigue la prolongación de su hegemonía
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