Por Héctor Rodríguez
Sólo si somos capaces de soñar algo, tendremos la posibilidad de hacerlo realidad.
Mientras miraba a mis hijos desayunar, y en el espíritu de la celebración de la Semana Mayor, no pude dejar de reflexionar sobre su futuro y sobre la promesa básica que nos trajo a este cargo de representación popular: coordinar el esfuerzo conjunto de las fuerzas vivas del estado para convertir a Miranda en un modelo de gestión colectiva.
En siete días, los católicos de los distintos rincones de la tierra recordamos, conmemoramos, y nos comprometimos con una visión de transformación propuesta por aquel hijo de Belén quien una vez dijo que “él venía a traer la espada” (Mateo 10:14), y aunque parezca una contradicción con su único mandamiento, el del Amor, realmente era una visión concreta y profundamente humana.
¿A qué se opone el Amor?… lógicamente al odio, al egoísmo, a la visión personalista. Y esas tres categorías son el sustento mismo del capitalismo salvaje que denunció el Papa Juan Pablo II, y ha reconfirmado numerosas veces Francisco.
Pero como me recordaban a diario las sabias voces de las mujeres de mi casa, desde pequeño, mientras haya egoísmo no puede florecer el amor, mientras haya injusticia no puede haber paz.
Quizás por eso, por causa del egoísmo de unos pocos, Miranda se había convertido en una década en la cabeza de los índices de la violencia, la inseguridad y la injusticia. Se le abrió las puertas al paramilitarismo importado y los empresarios debieron navegar por aguas de inestabilidad.
Por eso, mientras observo a mi esposa y mis hijos en el desayuno, veo a los hijos de cada uno de los campesinos que viven y trabajan en nuestras tierras, de los obreros que deben viajar a diario para moldear con sus manos el sustento familiar, y los de los empresarios que quieren aportar y crecer sin perjudicar a nadie, inmersos en leyes de justicia y equidad. Todas esas niñas y niños, adolescentes y jóvenes, requieren un mañana brillante, seguro, justo.
Todas las personas de la tercera edad necesitan una certeza y una seguridad para vivir sin temores, aportando su experiencia, consejos y conocimientos para que consolidemos ese sueño común.
El discurso de este tiempo no es el de muerte, sino el de la resurrección, el de regresar transformados, luminosos, para garantizar un futuro para todos en igualdad de condiciones, con garantías legales.
La espada de Jesús es para cortar las malezas; segar los errores; limpiar la mancha de la corrupción y la inoperancia; eliminar la ineficiencia burocrática, y erigir una Miranda donde quepamos todos.
Es dar el paso para tener la conciencia para acometer el comercio sin especulación, para aprovechar la iniciativa de las y los emprendedores generando, con nuestras ideas y nuestra mano de obra, todos los bienes y servicios que necesitamos alejados de la trampa y la codicia.
Porque los hijos de cada uno de nosotros bien se merecen la oportunidad de crecer en un estado signado por el quehacer de las mujeres y los hombres justos, porque ese sueño de una Miranda espléndida hay que trabajarlo entre todos. Esa es la única manera de garantizarlo porque si lo podemos soñar, lo podemos hacer realidad
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