Santiago Díaz
Están pasando cosas inesperadas en el ámbito internacional. Almagro resultó tan, pero tan servil, que terminó espantando a los también serviles gobiernos de la región cuando empezó a hablar de invadir a Venezuela. Aquellos gobiernos pueden ser muy hostiles, pero entienden bien que la paz en esta región nos conviene a todos. La reunión entre los Ministros de Defensa de Brasil y Venezuela, la visita de la Gobernadora de Roraima a Miraflores, los cambios en México; es complicado seguirle los pasos a la región, pero las cosas se están moviendo y, según parece, aunque el retorno a un ambiente parecido al de 2010 es improbable, las aguas se pueden ir calmando. El problema ahora serán los pataleos de Almagro y algunos políticos gringos y colombianos que no sabrán cómo moverse en la coyuntura que parece abrirse paso.
Lo mismos pasa con nuestros queridos políticos opositores. Algunos parecen entender que la confrontación los terminó aplastando a ellos y, aunque solo a puerta cerrada, empiezan a hablar de diálogo con el Gobierno. Otros se niegan a volver a hacer política. Descubrieron que en la antipolítica hay más plata, más viajes, más prestigio ante la mal llamada comunidad internacional. Para estos especímenes, importa poco quedarse sin gobernaciones y alcaldías y vale más el chorro de dólares que les llega del norte y que en la televisión española les hagan documentales, semblanzas y los llamen líderes. Eso sin contar a gente como María Corina, que hace lo que hace, aunque absolutamente nadie le haga caso, porque las voces en su cabeza se lo ordenan.
Lo verdaderamente lamentable es que las bases opositoras, al menos en la clase media, son un reflejo de todo ese ambiente de antipolítica tóxica e inútil. Y lo reproducen con disciplina, debo decir. En los grupos de Whatsapp, en las reuniones y en el ascensor, si se va a hablar de política, solo caben alabanzas a Almagro, comentarios sobre cómo Trump es bello porque come hamburguesas de McDonald’s, entusiasmo —así sea fingido— por el último tuit de Narco Rubio y, como siempre, estampitas virtuales de vírgenes llorando sangre sobre banderas de Venezuela; todas de siete estrellas, claro.
En esas aguas turbulentas y venenosas he visto nadar a concejales del este de Caracas. Se asoman, muestran alguna cosita que hicieron, hacen alguna denuncia, todo para que sepan que ellos también existen. No se atreven a asomar la idea de que tienen la legítima aspiración de repetir en el cargo o al menos dejárselo a un compañero de confianza. Ellos entienden que la antipolítica se apoderó de sus partidos y de sus votantes, y que cualquiera que defienda la idea de ir a votar se convierte en traidor. Da pena, pero ellos verán cómo manejan al monstruo que crearon.
@letradirectasd
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