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Los brasileños, más divididos que nunca, celebrarán el próximo domingo la primera vuelta de la elección presidencial, con la tentación de poner al mando del país a un nostálgico de la dictadura militar menos de cuatro décadas después de la restauración de la democracia.
El diputado Jair Bolsonaro, un excapitán del Ejército de 63 años, lidera las encuestas con 28% de intención de voto. Su propuesta de flexibilizar el porte de armas y sus denuncias de la corrupción encuentran eco en una población saturada por la crisis, los escándalos y una criminalidad digna de país en guerra.
Le sigue, con 22%, Fernando Haddad, de 55 años, designado por el Partido de los Trabajadores (PT) en sustitución del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, el líder histórico de la izquierda, que purga 12 años de cárcel por corrupción.
De confirmarse ese escenario, Bolsonaro y Haddad dirimirán la segunda vuelta el 28 de octubre.
La candidatura de Lula fue invalidada a inicios de mes, pero Haddad recuperó rápidamente más de la mitad del electorado del exmandatario (2003-2010), que era favorito con 39% de intención de voto.
Su campaña se basa en la idea de que "Haddad es Lula" y recuerda que durante la presidencia de su mentor, 30 millones de personas salieron de la pobreza gracias a programas sociales y a una economía dinamizada por los altos precios internacionales de los productos agrícolas.
Pero Haddad debe lidiar con el traumático recuerdo de la caída de Dilma Rousseff (2011-2016) -cuya legitimidad emanaba igualmente de la bendición de Lula-, destituida por el Congreso bajo la acusación de manipular las cuentas públicas.
Y enfrenta la indignación provocada por las revelaciones sobre los sobornos pagados por grandes constructoras a casi todos los partidos para obtener contratos en Petrobras.
Bolsonaro se afianzó en las encuestas después de haber recibido una puñalada en un mitin, el 6 de septiembre. Pero el líder ultraderechista genera un fuerte rechazo a causa de sus declaraciones misóginas, homófobas y racistas, así como por la justificación de la tortura durante el régimen militar (1964-85).
Las mujeres encabezan la resistencia a su avance. El sábado, decenas de miles se movilizaron en todo el país, al grito de "Ele Nao" (Él No).
- La elección del odio -
El apoyo a otros candidatos -como el centroizquierdista Ciro Gomes, el centroderechista Geraldo Alckmin o la ecologista Marina Silva- nunca despegó o se fue derritiendo entre los más de 147 millones de electores.
Así, se perfila una confrontación entre las dos figuras más populares y a la vez más detestadas: Bolsonaro, con un rechazo de 46%, y Haddad, que también 'heredó' de Lula un rechazo de 32%.
"El proceso de intolerancia y odio que atraviesa la sociedad es tal vez inédito en Brasil", afirma la historiadora Heloisa Starling, coautora de "Brasil: una biografía", un libro de referencia.
"En el momento del golpe del 64 había mucha disputa", pero los sectores conservadores no esperaban que los militares se eternizasen en el poder. Y en los años siguientes, "diversos grupos se organizaron fuera del espectro de la lucha armada, para hacer la transición democrática", agrega.
Ahora, "lo que se cuestiona es la democracia misma" y el descreimiento de la política bloquea la búsqueda de consensos. "Fuera de la política no se construye la democracia, solo se construyen tiranías", advierte Starling.
Bolsonaro avisó el viernes, en una entrevista con la televisión Band: "No acepto otro resultado que no sea mi elección".
El excapitán cuenta con fuertes apoyos entre los militares y en capas con altos ingresos y formación universitaria, en un país que es la novena economía mundial y la novena más desigual, según el índice Gini del Banco Mundial.
"Esta es una sociedad de raíz esclavista, una sociedad de jerarquías, que se siente amenazada" por cualquier tentativa de distribución de renta, explica Starling.
- Ajustes -
El presidente Michel Temer, el más impopular desde el retorno de la democracia, impulsó severos ajustes para sanear las finanzas públicas, después de dos años de recesión (2015 y 2016) y otros dos de débil crecimiento, que dejaron unos 13 millones de desempleados.
Pero no logró aprobar la reforma de las jubilaciones, considerada esencial por los mercados.
Bolsonaro, que admite ser lego en economía, confió esos expedientes a Paulo Guedes, un "Chicago Boy" que preconiza una transición hacia un régimen de pensiones por capitalización y un plan de privatizaciones para reducir la deuda pública, actualmente en 77% del PIB.
El programa del PT prevé equilibrar las cuentas "a partir del retorno del empleo" y de medidas fiscales.
Pero cualquier plan dependerá de un Congreso que, según los analistas, será similar al desprestigiado legislativo actual, dominado por clanes que negocian su apoyo a cambio de cargos en los primeros escalones del Estado.
Un modelo que llevó a los grandes escándalos de la última década.
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