Reuters
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Desde que partió de Honduras con la esperanza de llegar a Estados Unidos, Nicolás Alonso Sánchez lleva colgado alrededor de su cuello una simple cruz de madera, un recordatorio silencioso de la fe católica que lo impulsa a seguir adelante.
“Dios me dio la fuerza para llegar hasta aquí”, dijo Sánchez, de 47 años, en el refugio temporal donde se hospeda en la ciudad fronteriza mexicana de Tijuana.
En el largo viaje desde América Central hasta territorio estadounidense, muchos migrantes hallan consuelo en su religión.
Varias caravanas de inmigrantes -en su mayoría hondureños- que realizaron el trayecto este año se enfrentaron a condiciones difíciles, desafiando el feroz calor en el día y buscando un lugar seguro para dormir por la noche.
Muchos consideran su fe como una brújula.
Para los migrantes alejados de sus hogares, la calle se convierte a menudo en un lugar de oración. En una cálida tarde de fines de noviembre, el pastor José Murcia, un salvadoreño que vive en Estados Unidos, predicaba ante un grupo de hombres fuera de un refugio temporal en Tijuana.
Más tarde, Murcia se unió a un par de hombres arrodillados en medio del camino, con sus cabezas inclinadas mientras oraban.
En su camino hacia la frontera de Estados Unidos, los migrantes cruzaron México. En este país, la sombra de la Virgen de Guadalupe -una imagen de la Virgen María que los devotos creen que se apareció a un indígena en el siglo XVI- es alargada. Como si buscara su protección, un hombre se cubrió con un manto con la imagen de la Virgen mientras se agachaba ante una fila de policías antidisturbios en Tijuana.
Los migrantes se enfrentan a un futuro lleno de incertidumbre. Estados Unidos dijo este mes que muchos solicitantes de asilo podrían verse obligados a quedarse en México mientras se tramitan sus peticiones. Algunas localidades fronterizas mexicanas son lugares peligrosos para esperar por el crimen y la violencia.
No obstante, muchos migrantes, alentados por su fe, no se inmutan.
“Dios siempre cuida de mí”, afirmó Osmel Efraim, un migrante hondureño de 18 años en Tijuana. “Gracias a Dios, estoy aquí, seguro y sano”.
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