En su visita a Venezuela en 1989, el predicador Yiye Ávila desató una palabra para la nación, la cual iba dirigida hacía sus habitantes; esa palabra está asociada a lo que vive el país actualmente.
Venezuela actualmente está viviendo una de las peores crisis económicas jamás vista en todo el mundo; con una inflación muy elevada y su moneda devaluándose cada vez más.
Muchos venezolanos luchan diariamente para poder sustentar a sus familias; incluso, muchos de ellos han tenido que tomar la fuerte decisión de abandonar su nación para trabajar en el exterior.
Con todo lo que se vive dentro del país, hay un remanente de fe que ha quedado en el mismo, inconmovibles y esperanzados en Dios, los cristianos de Venezuela se mantienen firmes creyendo lo que Dios ha dicho para su nación.
Antes de que este país cayera en la crisis en que hoy se encuentra, Yiye Ávila dijo que habían espíritus inmundos que querían hundir el país.
«Hay potestades malignas, diabólicas, terribles, que quieren hundir a Venezuela. Pero aquí hay un pueblo que sabe orar», dijo el predicador.
El hermano Ávila dijo que la forma en que los venezolanos pueden ver como su país cambia, es a través de la oración.
«No le tome tanto cariño a las rodillas que tanto tiene, doble esas rodillas y ore. Levántese de madrugada a clamar por este país, a interceder por este país y usted verá que todo cambia», añadió.
El predicador continuó hablando, hasta que dijo algo muy importante: «Solo Cristo es la respuesta del bienestar de Venezuela, solo Cristo es la única esperanza de este país», haciendo referencia a que solo con Jesús la nación podrá estar bien.
Yiye Ávila dijo que aquellos que quisieran hacer algo en el país deben «agarrarse» de Dios y reconocer que ellos no pueden hacer nada y que necesitan que Dios los ayude; solo así podrán ser usados por Dios.
Concluyó diciendo que es necesario que estemos alertas en el evangelio para combatir las potestades satánicas que quieren destruir las naciones, no solo a Venezuela, sino a todos los países en general.
Todo lo que el predicador puertoriqueño dijo en el año 1989; se está cumpliendo 30 años después.
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