AP
Ana González, una de las luchadoras históricas a favor de los derechos humanos en Chile, murió el viernes a los 93 años sin conocer el paradero de su esposo, dos hijos y de su nuera embarazada, quienes fueron secuestrados por agentes de la dictadura militar.
González fue una de las fundadoras de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), entidad de la que se apartó hace varios años al igual que del Partido Comunista, dijo uno de sus familiares.
Dedicó 42 de sus 93 años a buscar a sus seres queridos, secuestrados y desaparecidos desde 1976. Al igual que ella, todos militaban en el Partido Comunista.
Su drama empezó la tarde del 29 de abril de 1976 cuando su nuera Nalvia –embarazada de tres meses–, sus hijos Luis Emilio y Manuel y su nieto Manuel –de dos años y medio– desaparecieron en un barrio de la zona sur de Santiago. Por la noche un sujeto dejó en una calle cercana a la casa de su abuela al pequeño, según investigaciones judiciales.
Al día siguiente, su esposo Manuel Recabarren se dirigió a presentar un recurso de amparo en favor de su familia cuando también fue secuestrado por agentes de la dictadura que lo condujeron a Villa Grimaldi, una de las peores cárceles secretas del régimen de Augusto Pinochet (1973-1990), según testificaron sobrevivientes del centro de tortura.
Su presencia en las múltiples marchas en favor del respeto a los derechos humanos era inconfundible hasta hace no muchos años. Llevaba el pelo recogido y llevaba las uñas de las manos muy cuidadas y pintadas de rojo.
Después de lo ocurrido, clausuró la puerta principal del antejardín de su casa, en un barrio del sur de la ciudad, y dijo que sólo la reabriría cuando regresaran sus parientes, lo que nunca logró hacer.
González combatió sin miedo a la dictadura y presionó por saber qué sucedió con los desaparecidos, que hoy bordean el millar de personas. También participó en la primera huelga de hambre en la sede de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y fue la voz de los detenidos desaparecidos en Naciones Unidas, la OEA y en varios países europeos.
“Dedicó su vida para conocer la verdad y para no dejar impunes los crímenes de los que fue víctima en carne propia”, dijo Consuelo Contreras, directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos.
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