domingo, 30 de agosto de 2015

MIRADAS El negocio del agua potable



Venezuela tiene más de 30 marcas de agua mineral. Entre las más vendidas se encuentra Minalba, un sello que pertenece a Empresas Polar. Sin embargo, las presentaciones de 250, 330, y 500 mililitros, que desde mayo del 2014 se encuentran reguladas en 4,46; 5,80 y 7,86 bolívares, respectivamente, han desaparecido del mercado.
El último reporte de actividad emitido por la Polar señala que esta empresa no pudo envasar 2.292.553 litros de agua por “falta de divisas para el material” y otros 15.113 litros por “fallas eléctricas”, sin dejar de mencionar que “el actual precio del agua no permite que se cubran los costos de producción”.
Entonces, la mayoría de las resinas plásticas y demás materias primas son garantizadas a muy bajos costos por la estatal petroquímica de Venezuela (Pequiven) y el agua es totalmente gratis, pero los mercaderes del agua exigen se les entreguen dólares, muchos dólares, para “comprar en el exterior insumos, repuestos y maquinarias”.
¿Agua “mineral”?
El agua “mineral” es de calidad superior solo si proviene de manantiales. Pero, ¿qué les cuesta a los “empresarios” del ramo sustituir el líquido de manantial por uno que provenga de cualquier chorro? ¿Tan difícil es esquivar los controles del Estado? ¿Hay controles? ¿Fiscales para cada empresa embotelladora que vigilen 24×7 que el agua provenga de un pozo profundo?
En realidad, los potecitos que uno compra solo muestran un permiso otorgado por el Ministerio de Salud que permite comercializar agua envasada, pero no certifica su origen ni composición química. Es muy probable que un alto porcentaje sea agua del chorro, aunque Minalba insista en publicitarse como “agua mineral natural, 100% de manantial y sin tratamientos químicos”.
Lo mismo hacen la mayoría de las embotelladoras: encerrar en potes el agua que toman directamente de un grifo, es decir, agua (que cae del cielo y corre en forma de ríos) que ha sido potabilizada por empresas públicas (las Hidrológicas).
“Empresarios” haciéndose millonarios al vendernos en envases sellados un elemento que la naturaleza nos otorga de forma gratuita y que el Estado potabiliza a través de Hidroven, constituida en los años 90 tras la liquidación del Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) y 10 empresas hidrológicas regionales.
Ejemplos
En Venezuela, por la década de los 60 se hizo famosa un “agua con gas” o “gasificada” (ácido carbónico disuelto) llamada Trevi, “propiedad” del italiano Nino Santerano, quien nos vendió el mismo cuento que hasta el sol de hoy se come todo el centro de Europa: el caché y las propiedades digestivas que supuestamente otorga esta bebida, pese a que en la mayoría de los organismos genera gases, hinchazón abdominal, entre otros malestares.
En el año 1999 y producto de la dolorosa tragedia de Vargas, se descubrió que el origen del agua Trevi era un manantial ubicado en Montesano, La Guaira, que años atrás fue dado en concesión por el Estado a Nino Santerano, y que fue sepultado por la montaña que le daba vida.
Nuevamente apoderados que privatizan un derecho humano de los pueblos para convertirlo en mercancía, comercializarlo y obtener grandes y personalísimas ganancias, pese a que la propia Ley de Aguas venezolana establece que “Todas las aguas del territorio nacional, sean continentales, marinas e insulares, superficial y subterráneas son bienes de dominio público”.
“No es un derecho”
Muchos “empresarios” venezolanos creen, al igual que el reconocido señor Peter Brabeck-Letmathe, austríaco que desde el año 2005 ejerce como presidente de Nestlé, que “el agua no es un derecho, debería tener un valor de mercado y ser privatizada”.
Pues sí. El presidente de Nestlé declaró que “el agua debe ser totalmente privatizada” o, para no ser tan malos, que “los gobiernos garanticen que cada persona disponga de 5 litros de agua diaria para beber y 25 litros para su higiene personal, pero el resto del consumo se gestione por empresarios con criterio”.
Indignante, pero completamente lógico al analizar que Nestlé es el líder mundial en la venta de agua embotellada, lo que le genera el 8% de sus millonarios ingresos totales. Es decir, se embolsan ganancias anuales por el orden de los 35 millones de dólares únicamente vendiendo agua.
De paso, las empresas envasadoras ni siquiera se hacen responsables de los envases, aunque en Venezuela exista una Ley de Gestión Integral de la Basura que las “obliga” a contar con mecanismos que garanticen la recolección y un nuevo uso para estos potes.
En la actualidad, y en promedio mundial, la vida útil de una botella de agua son los 20 minutos que pasan desde el momento en que la destapas hasta el momento en que la botas, y el 80% de ellas, es decir, 2,16 millones de toneladas de plástico, nunca se reciclan.
Sin mencionar que la mayoría de los plásticos contiene sustancias químicas dañinas, como BPA (Bisfenol A) y ftalatos, que resultan inseguros para el consumo o uso humano; más si usted decide ser “ecológico” y usar la botellita una y otra vez, proceso que genera que desprenda aún más partículas de estos elementos. Además, la cosa se pone peor si usted somete estos envases a altas temperaturas (dejarlos olvidados en su carro bajo la pepa de sol todo el día, por ejemplo) y luego se bebe el agua.
Pero, ¿por qué? ¿Qué es el Bisfenol A? Esta sustancia empezó a utilizarse en la década de los 50 para fabricar plásticos duros, pinturas epoxi (la capa blanca que cubre el interior de las latas, como las de maíz), sellantes odontológicos, entre otros. Sin embargo, en los años 30 las cadenas comercializadoras tuvieron que retirar del mercado los productos que tuvieran este componente por sus efectos dañinos en el organismo.
Incluso, hoy en día, la propia Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés) recomienda las botellas de vidrio por “no ser venenosas” y poseer un carácter “impermeable a los aromas y a la humedad”. Pero qué va, el vidrio es demasiado frágil (generaría perdidas durante la producción-distribución) y caro para la industria.
La anécdota
Hace unos cinco años yo salí con un tipo que me mostró algunas alternativas liberadoras dentro de las rejas y corrales de concreto que le impone el sistema, con mucha más fuerza, a las ciudades.
Cada vez que lográbamos robarle el destartalado Aveo a un pana, hacíamos nuestra respectiva parada en el concurrido (y para mi desconocido) manantial que cae desde el cerro Waraira Repano, en la salida hacia La Castellana por la avenida Boyacá, para llenar un par de potecitos.
Años después, aquella relación se transformó, pero en mí permaneció el ritual de acudir al mencionado lugar donde siempre me encuentro rostros familiares, personas que han arropado esta especie de tradición por décadas (por muy lejos que vivan del lugar); algunos que alegan que esta agua “cura desde las heridas hasta el mal de amor” y otros que consideran que “el sabor es distinto”.
Sin embargo, con conciencia o no de esto, muchos insisten en satanizar las iniciativas distintas, y no ha faltado quien me tilde de loca y esgrima de buenas a primeras que esta agua posee un alto contenido de minerales (el tergiversado azufre) y por eso no me la puedo tomar. Mientras otros se esconden tras la frase cliché “es que si no estás acostumbrado a beber agua de esas nacientes o manantiales, te va a caer mal”.
Pero en el hombrillo de la autopista he verificado que de vez en cuando aparecen representantes de Hidrocapital para recolectar nuevas muestras que, tras ser analizadas, indican que esta agua puede ser consumida sin problema alguno. Además, existe todo un grupo de colaboradores que se encargan de limpiar de forma gratuita los alrededores de las tuberías.
También si se va hacia La Guaira por la carretera vieja se puede observar un chorrito que viene de lo alto de una montaña y que surte del vital líquido a los vecinos de la zona. En algún momento chismearemos mejor sobre esto. Pero si de algo estamos seguros es de que alternativas sobran incluso en las zonas más urbanas del país. No sigamos pagando, como buenos consumidores pero malos subversivos, lo que la naturaleza nos da gratis.
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Datos Perturbadores
Cada año los botaderos y océanos del mundo reciben 63.400 millones de botellas plásticas.
Las botellas plásticas tardan en promedio 700 años para empezar a biodegradarse.
2,7 millones de toneladas de plásticos se usan anualmente para fabricar botellas.
Para hacer una botella de agua de 1 litro se necesitan 5 litros de agua. Por eso, el sistema capitalista ha extinguido tantos ríos navegables durante todo el siglo XX, afluentes asesinados, cadáveres congelados en las neveras del sistema. Pero además se usan 100 millones de barriles de petróleo exclusivamente para hacer botellas de agua. Eso no incluye las miles y miles que se usan para otros productos y bebidas.
POR JESSICA DOS SANTOS
@JESSIDOSSANTOS
FOTOGRAFÍAS JESÚS CASTILLO

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