jueves, 29 de septiembre de 2016

“La minería está matando el turismo en El Caura”


En La Poncha, comunidad ubicada en la orilla del río Caura que está dentro de los linderos del Arco Minero del Orinoco, viven indígenas yekuana y pemón que, asediados por un contexto de minería ilegal y sindicatos mineros, ahora se enfrentan con un megaproyecto que amenaza de forma directa las principales fuentes de agua potable, los ecosistemas, y su modo de vida.
A Julio Sosa los motores se le están oxidando y las hamacas se le están pudriendo. Desde hace varios años el turismo en El Caura ha venido disminuyendo por la actividad minera ilegal, la presencia de sindicatos y la crisis económica que atraviesa el país.
Este indígena del pueblo pemón recuerda que cuando comenzó a trabajar como operador turístico en esta zona, ubicada al occidente del estado Bolívar, había tres empresas extranjeras: Cacao Travel, Survey Travel y Cacao Expedición. Pero cuando se acabó el turismo cerraron. Luego quedaron tres indígenas y ahora solo está Julio, que trabaja como operador en Turismo Ecológico del Sur (Turiesur) y es dueño del Campamento Turístico Las Cocuizas, ubicado en La Poncha, comunidad a orillas del río Caura que desafortunadamente se encuentra dentro de los linderos del Arco Minero del Orinoco (AMO).
La creación de la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco comprende una superficie de 111.843, 70 kilómetros cuadrados, lo que equivale a 12% del territorio venezolano. Está conformada por cuatro áreas donde se pretende explotar bauxita, coltán, tierras raras, diamantes, oro, hierro, cobre, caolín y dolomita. El área dos, ubicada entre el río Cuchivero y el río Aro, comprende una superficie de 17.246, 16 kilómetros cuadrados, y es la que preocupa a Julio ya que hay puntos de esta extensión de territorio que tocan la comunidad donde vive y trabaja.
La invasión me preocupa. Ya no me siento dueño de nuestro territorio sino como prestado. El Presidente nos sugirió que trabajáramos el turismo como una reconversión minera. La mayoría de nosotros somos ecoturistas. Ha sido difícil porque parece que a nadie le importara. Estoy prestando un mal servicio porque los equipos se me están dañando. ¿Cuándo, cómo y a dónde podemos acudir? No podemos quedar en la incógnita”, dice.
Julio nació por los lados del río La Paragua, también en el estado Bolívar. Se graduó de agrónomo y fue docente en la misión católica que llevan los padres capuchinos y las hermanas franciscanas en Kavanayén. Poco a poco se fue enamorando del turismo porque fue conociendo gente y luego de la jubilación se dedicó a esta actividad. Ya tiene 29 años viviendo en La Poncha.
Asegura que siempre ha sido aliado de la lucha indígena y ha participado en distintas organizaciones como Causa Amerindia Kiwxi, Federación Indígena del estado Bolívar y Consejo Nacional Indio de Venezuela (Conive). Actualmente es coordinador de turismo de la Organización Kuyujani y trabaja como tutor de varios estudiantes y como suplente de algún profesor en la Universidad Bolivariana de Venezuela, en Ciudad Bolívar. “Si solo sobreviviera del turismo estaría achicharrado, porque los turistas solo vienen a El Caura cada tres, cuatro o seis meses”, asegura.
¿Cómo es la situación del turismo en El Caura?
—Como consecuencia de la minería ilegal, el turismo ha decaído por la contaminación, la invasión y la influencia del oro que ha cambiado mucho los costos. Por ejemplo, los motoristas, las cocineras, los patrones de lancha, ya no los podemos costear porque valoran todo su trabajo por el oro y lo que le paguen los mineros. Los motoristas te cobran entre 20.000 y 25.000 bolívares diarios lo cual es imposible de pagar trabajando turismo, porque yo no puedo cobrar a los turistas un precio exagerado porque los voy a correr, los voy a ahuyentar, entonces yo me he tenido que dedicar al motor y mi esposa cocina.
La inseguridad y la contaminación del río por mercurio también han ido alejando la afluencia turística. Son muy pocos los que se arriesgan y pese a la situación vienen algunos turistas extranjeros.
¿Cómo hacen con el combustible?
—Nosotros teníamos un cupo de 6.000 litros. Luego lo bajaron a 1.000 litros al mes, que es muy poco para prestar servicio porque nuestras excursiones son por cinco días y cuatro noches, y a veces dependiendo de la cantidad de personas tenemos que movilizar dos botes: uno para el personal y otro para los turistas para que tengan espacio de caminar por el bote y tomar sus fotos. Entonces al ir con dos motores ya estamos hablando de otra cantidad de combustible y no es fácil adquirirlo porque no te pueden despachar a ti solo todos los meses, somos muchos los que estamos en listado y tenemos cupo. Entonces te toca comprar en el mercado negro donde un barril de 200 litros está en 15.000 bolívares. Muy elevado. Para tú ir debes gastar mínimo 30.000 bolívares solo en gasolina, después viene la parte del aceite. Hemos tocado puertas y no hemos tenido apoyo técnico, ni educativo ni de financiamiento, nada. No vemos un incentivo o apalancamiento por parte del Estado que nos pueda ayudar a sobrevivir.
¿Se han presentado algunos incidentes durante la actividad turística?
—Nunca nos había pasado esto. A principios de abril, cuando llegamos a El Playón, yo estaba buscando dónde se iban alojar los turistas y estos estaban descargando sus equipajes. Los colectivos que se hacen llamar sindicatos se acercaron con un arma a los turistas y les preguntaron quiénes eran, porque según ellos su actividad es saber cuáles son los mineros que tienen balsas, máquinas, equipos, para cobrarles vacuna. Me imagino que ellos pensaron que ese francés que venía en ese momento tenía máquinas y por eso se acercaron a preguntar. El guía que estaba conmigo le dijo que ellos eran turistas. Pero por la forma en que se acercó con el arma, el turista se asustó. Él no entendía porque le estaban hablando en español, lo aterrorizó que el hombre lo estaba viendo a los ojos: “¿Quién eres?” “¿Qué haces?”, le preguntaba.
Julio Sosa comparte que durante el viaje el turista francés se sentía feliz y libre porque estaban fuera del peligro de la ciudad y no se imaginaba que en la selva iba a vivir esta experiencia. “Él no me reclamó nada, pero cuando regresamos me preguntó: ‘Qué es eso. Pasé por la aduana, pasé por la embajada, pasé por la alcabala’. Y yo no supe explicarle, porque yo por cada alcabala que paso dejo mi lista de turistas como el Ministerio de Turismo me lo indica, no conozco otro tipo de autoridad a la que tengo que rendirle cuenta”.
¿Qué lo motiva a seguir apostando por el turismo en El Caura?
—Ha sido bastante crítico pero yo tengo mucha fe. Prefiero trabajar turismo y no la minería ilegal porque el turismo a mí me enseña, me hace conocer gente, intercambio ideas, amistades. Nosotros éramos 33 operadores turísticos en el estado Bolívar y apenas quedamos 11. Muchos cerraron por la situación del país, sin embargo yo me mantengo abierto así vengan o no vengan. Me duele por la inversión que tengo: mi equipo de transporte, de trabajo, todo lo que tengo me impide abandonar esto. Nosotros preparamos personal como guías ecoturísticos donde impartimos conocimiento y talleres sobre esa materia. Tratando que el turismo sea como una reconversión de la minería al turismo, tratando de convencer a nuestros hermanos que nos dediquemos a otras actividades que no sean tan destructivas pero ha sido duro. Me duele después de tanta lucha abandonar.

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