Cristian Antonio Cooz/
Con garrafas llenas de gasolina, bombas Molotov y machetes en sus garras que relumbraban con los primeros rayos del sol de aquella fatídica mañana del sábado 5 de febrero de 2017, llegó una jauría de 15 bestias que rodeó en silencio asesino un humilde rancho de bloques sin pintar, ubicado en las invasiones La Florida, municipio Valencia del estado Carabobo.
Dentro de la miserable vivienda, desperdigados en camastros y el suelo de cemento veteado, aun dormían 9 menores con edades comprendidas entre 16 y los 6 años, así como la madre y el padre de la pobre y numerosa familia. Ninguno, ni en sus peores pesadillas, habría previsto lo que estaba a punto de suceder.
Solo uno de los pequeños de 7 años, que acababa de despertarse, escuchó ruidos afuera y movido por la curiosidad infantil, decidió abrir la única puerta de acceso. Aquel pequeño se encontró de frente con el rostro de la maldad más abyecta… era una de las bestias de dos patas, que resollando, babeando líquido pestilente por la comisura de sus feroces labios, le miró fijamente como un lobo de ojos candentes, que precisaba a su presa antes de saltarle al cuello.
Afortunadamente, aquella visión aterradora, hizo que el niño se asustara y diera la alarma a todo pulmón. Dentro del rancho todo mundo se despertó sobresaltado por la estridencia del grito que lastimaba sus tímpanos. Padre, madre y el hijo de 16 años, conformaron un solo frente como si se sus sentidos de supervivencia se hubieran coordinado para enfrentar la inminente tragedia.
Batallaron
por la vida de sus
seres queridos
Apenas se vieron frente a aquella tropa demoniaca, comenzó la lucha por la vida. El padre, de nombre “José”, saltó raudo sobre dos de los delincuentes y con el grueso y macizo palo de tranca de la puerta que había tomado instintivamente a manera de arma defensiva, les despachó sendos golpes en las cabezas, que los hicieron rodar chillando por el suelo.
La desigual batalla fue apocalíptica. Esas dos, de las tres bestias que habían estado armados con machetes, habían sido reducidos en un instante, pero huyeron aullando con las cabezas partidas y con los machetes en sus garras para relamer sus heridas.
La situación era tan brutal como vertiginosa. El muchacho de 16, de nombre “Alberto”, se cayó a puños con varios de los sujetos, pero pronto, estos le partieron la boca con feroces puñetazos y lo derribaron. El padre acudió en ayuda de su muchacho con la fuerza sobrehumana que da el combustible de la adrenalina en tales situaciones de vida o muerte. Logró tumbar de certeros y demoledores pescozones a tres de los cobardes atacantes, quienes también “dejaron el pelero”.
Madre les enfrentó,
con Machetazo
en la cabeza
Le tocó a la madre de la familia hacer frente al último demonio armado con el tercer machete. Decidida como una leona en lucha por sus hijos aterrorizados en la vivienda, la valiente mujer conocida como la señora “María”, le plantó frente al criminal que alzó la filosa arma y logró asestarle una grave herida en la cabeza a ella.
Apenas sintiendo el dolor, pero con los ojos velados por la sangre que salía de la herida, María desarmó a aquel sujeto sin saber cómo. Despavorido, el tipo chilló cobardemente que no “lo picara”, pero la mujer le lanzó con tal furia, que habría logrado decapitarlo o sacarle los pútridos intestinos de la panza, si aquel “chorreado delincuente” no se aparta por unos milímetros dos veces de la espantosa muerte. A María no le importó el dolor de su cabeza ni que la sangre le dificultara la visión, persiguió cerro abajo al delincuente que había logrado desarmar.
Mientras tanto, con la determinación y el coraje de Horacio Cocles defendiendo el puente Sublicio contra los etruscos que querían cruzar el Tíber para llegar a la primigenia Roma, José y su hijo Alberto, se defendían a la entrada del rancho para que las bestias no lo incendiaran con los niños adentro.
Desigual batalla
de nueve
contra dos
Solo quedaban nueve criminales, a quienes José y su hijo Alberto hacían frente con rabiosa resistencia. Al final, debido a la desventaja numérica, los defensores debieron meterse a la casa y trancar la puerta. Afuera, las bestias asesinas emitían chillidos desgarrados, exigiendo beber sangre humana.
Impotentes por no poder derribar la casa de bloques donde José y su hijo Alberto trataban de calmar a los niños que lloraban aterrorizados, los asesinos hicieron uso de las pimpinas de gasolina y las bombas Molotov.
El combustible arropó los bloques, pero también muchos materiales externos como cartón, plástico y la endeble puerta de madera. En pocos segundos, aquella pequeña vivienda se estaba convirtiendo en una horrorosa pira funeraria, que amenazaba con devorar a todos en el interior del inmueble.
Estando convencidos de que todos morirían achicharrados, los asesinos huyeron del sitio antes que los vecinos acudieran al sitio y los identificaran. Fue en eso que regresó la señora María luego de no haber podido alcanzar al criminal que había perseguido inútilmente por un largo trecho.
Ellos no se
rindieron nunca
Ante aquella escena aterradora de la casa en llamas, María casi se desmaya, pero pronto se dio cuenta que gritos desesperados provenían de la parte trasera. ¡Era que José y Alberto estaban sacando a los niños por la ventana!
Aunque el humo quería ahogarlos, y las llamas ardientes azotaban sus ropas y su piel, con los dientes apretados, José y su hijo Armando no se rindieron. Con un esfuerzo titánico, soportando en sus carnes todo el inenarrable dolor de casi ser quemados vivos, pudieron sacar a los ocho niños. Una vez hecho esto, en los límites de sus fuerzas, salieron de la vivienda por la misma ventana una vez que todos los pequeños estuvieron a salvo.
Mientras la vivienda se consumía por completo, llegaron los vecinos, quienes con diligencia, llevaron a toda la familia a la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera de Valencia. Gracias al valeroso esfuerzo de su padre y su hermano, los niños solo sufrieron impacto emocional y tragaron humo, pero desgraciadamente, José y Alberto, agonizaron por varias horas hasta que finalmente… dejaron de existir. Habían entregado sus vidas por la de los pequeños.
Llanto de médicos
y enfermeras
Aunque acostumbrados a ver casos espantosos, esta historia tan triste, movió las fibras más sensibles de los galenos. Al lamento de familiares y vecinos, se unió el de los médicos y enfermeras.
Con sus caritas aun llenas de hollín, los muchachitos no pararon su llanto al saber que su padre José y su hermano Alberto, “se habían ido para siempre”. Este caso que estremeció a los habitantes de las invasiones La Florida, hizo que los vecinos se organizaran para hacer frente a las bestias criminales que llevaron la tragedia a esta familia.
“Ellos van a pagar por lo que hicieron, esos monstruos se van a quemar en el infierno”, fue la sentencia emitida por un mendigo de la zona, quien además gritó a los cuatro vientos que aunque escapen de la justicia de los hombres “no podrán escaparse de la justicia divina”, refiriéndose a los criminales ahora conocidos como “las bestias de La Florida”.
Fuente: La Calle
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