domingo, 26 de junio de 2016

¿Por qué la MUD no celebra el Brexit?


Un referendo es un referendo, no importa el sitio donde se realice. Gracias a un referendo el Brexit ha ganado en Reino Unido. Pero las fuerzas políticas que motorizan esa iniciativa en Venezuela hacen caso omiso a los resultados de la misma modalidad electoral aplicada este jueves en las islas británicas.
La sublectura al silencio de la derecha venezolana estriba en una aritmética terrible, mientras se debiliten –o se reacomodan– las formas hegemónicas y partidistas convencionales en Europa y EEUU, sobre las cuales ellas apalancan su campaña de presión internacional sobre Nicolás Maduro, el tiempo para estos actores se comienza a agotar. Este no es con exactitud un análisis geopolítico sobre Europa, es un texto bastante largo que sirve como excusa para pensar globalmente el inmediato escenario venezolano.

Europa, un escenario quebradizo

Será Europa el terreno donde se definirá el nuevo mapa de poder en el planeta para lo que resta del siglo XXI. Al igual que el siglo pasado, y con una atronadora coincidencia numérica en las fechas, las intenciones hegemónicas eligen al viejo continente como el campo para dirimir sus ambiciones. Ya en este caso no será una confrontación bélica –o al menos no lo parece– sino un choque de tensiones, pulsos y movimientos velados dentro –y desde– distintos bloques políticos, de opinión pública, y sobre todo financieros. Las potencias planetarias abandonan el caótico Medio Oriente, le bajan fuegos a una América Latina empobrecida, y piensan en Europa sin Reino Unido pero con (o sin) Rusia; y en el dominio del Pacífico pesquero, biodiverso, superpoblado, barato, manufacturero, y comercialmente clave para el desempeño de la Costa Oeste de los Estados Unidos.
Este peligroso juego de damas chinas –la homonimia no es coincidencia– tendrá como escenario un continente lleno de instituciones contagiadas de una galopante fragilidad política. Ésta, en muchos casos, devenida de un modelo de representación desgastado, excluyente y corrupto, pero al mismo tiempo por una masa crítica de opinión sesgada al racismo, el anti-islamismo ramplón, la inmediatez rentista, el miedo, y básicamente anestesiada por la desinformación en torno al verdadero problema de fondo: el sistema económico basado en la especulación financiera se hace insostenible y, al mismo tiempo, es incompatible con la promesa de bienestar y determinismo progresista de la fundación europea.
Esta escenografía tenía que abrir su acto con una representación (trágica, of course) al mejor estilo shakesperiano, cuando hace pocas horas el Reino Unido de la Gran Bretaña decidió en referendo consultivo abandonar la Unión Europea.
Pero esta salida, aunque teatral y circense, no es más que un síntoma de un mal endémico y muy peligroso de las democracias occidentales. No es extraño que los votos decisivos a favor de la retirada del conglomerado de naciones provengan de distritos obreros, históricamente ligados a las izquierdas, pero vapuleados por la globalización y sus humillantes condiciones laborales, financieras, y sobre todo de violencia simbólica en contra del muy obstinado ejercicio de ciudadanía y autodeterminación que fueron bandera británica a la hora de luchar contra Hitler, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial. En un caso de ironía dialéctica, los discursos de bloques históricos vinculados a la izquierda anti-Thatcher se encuentran con el derechismo retrógrado y supremacista de Jean Marie Le Pen.
Las aspiraciones restauradoras de la oposición venezolana serán periódico de ayer
Sin duda no hay que engañarse, este resultado permitirá, también, al Reino Unido redefinir los términos de residencia (en tiempos, impuestos y condiciones laborales) a inmigrantes, residentes, ciudadanos, y sobre todo a los capitales allá invertidos. Pero con sus propias y renovadas condiciones. Ya no desde las tesis del vetusto Estado de Bienestar, sino desde la ferocidad de la soberanía recuperada. Y aun así la crisis sistémica no se detendrá.
En esa misma dirección la España de los pactos hace aguas. Al no poder armar gobierno desde hace seis meses, y a punto de acometer un segundo proceso electoral, los datos en el terreno indican que aunque con gobierno conformado, cualquiera de las fórmulas políticas se encontrarán con un panorama de poca gobernabilidad, bajísimo apoyo popular, y –para más colmo– una Europa sin los británicos. No olvidar que aun Ucrania está en guerra, no perder de vista que las pateras repletas de refugiados siguen su marcha mediterránea al caos, y que los indicadores financieros no pintan nada bien. No es Reino Unido el que se sale de Europa. Es el viejo continente que se sale de sí mismo.

El silencio de los corderos

Esta relojería desquiciante altera aun más el cuadro de pánico que los actores opositores –internos y externos– ejercen sobre el gobierno venezolano. Si bien ya una posible España sin la diplomacia del PP resulta funesta para sus aliados venezolanos en la MUD, una Europa ensimismada en sus propios problemas es el escenario menos propicio para la puesta en escena del Estado fallido bananero que pobló los noticieros europeos hasta que la fuerza de la realidad los obligara a mirarse a ellos mismos. De allí el silencio derechista ante los resultados –nada alentadores a largo plazo– del Brexit.
A este cuadro tan complejo se le unen los tiempos políticos y las características propias de las venideras elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América. Se acostumbra que las intervenciones militares, e incluso la diplomacia de las amenazas, modera su tono en tiempo electoral en el país del norte. Y más aun cuando cualquier descalabro –por su nombre, una intervención militar internacional– abriría las puertas al triunfo en la contienda al inefable Donald Trump. Dentro de esa sumatoria de factores la diplomacia de Washington no ha actuado –hasta ahora– con el énfasis de gendarme con el que suele dirigirse en estos casos. Y esa decisión la resienten sus aliados en Caracas, que desde el edificio de la Asamblea Nacional esperan por la US Army para liberarse del gobierno de Nicolás Maduro.
Fue el mismo canciller español García-Margallo, guiado tal vez por el inconsciente colectivo, quien confesó que un referendo revocatorio era inútil si se llevaba a cabo en 2017. Y ese mismo año, en una especie de relato de anticipación, nos habla como un pájaro desde el futuro con una pertinencia aterradora. El próximo año Europa será un hervidero de intereses globales y reacomodos, posiblemente en Washington gobierne una estrella de reality shows o una presidenta demócrata sin base social y legislativa para proceder con amplitud, por tanto y cuanto las aspiraciones restauradoras de la oposición venezolana serán periódico de ayer. Esto no quiere decir que sea el final de la historia para los cruzados de la OEA, CNN y la MUD, sino que avecina un recrudecimiento de las formas de la política que tiene la derecha venezolana cuando se siente entre la espada de la historia y la pared de sus propias ambiciones.

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