martes, 26 de diciembre de 2017

África y sus turbulentas elecciones


Prensa Latina
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La Habana (PL) Inmersa en cataclismos tales como guerras civiles, amenazas de hambrunas, éxodos de poblaciones enteras y genocidios, varios países de África además sufrieron este año el impacto negativo de elecciones convulsas causantes de protestas que a su vez derivaron en muertes.

La única excepción fue el caso de Angola, donde el candidato del MPLA-Partido del Trabajo ganó la justa de manera incontestable, en un clima de tranquilidad y transparencia, reflejo de la situación general en el país.

En orden descendente aparecen las elecciones presidenciales en Liberia, ese sufrido Estado del occidente africano escenario de dos guerras civiles y de una epidemia causada por el mortal virus del ébola, donde dos contendientes deberán ir a una segunda vuelta sin que durante la consulta hayan ocurrido desórdenes.

Con la salvedad de un paradójico enfrentamiento entre la mandataria saliente, Ellen Johnson Sirleaf y su vicepresidente, Joseph Boakai, ambos miembros del mismo partido, quien la acusó de hacer campaña clandestina por su contendiente, el exastro del fútbol George Weah, cuya popularidad se debe más a las hazañas deportivas que a habilidades de estadista.

En la atormentada Ruanda el presidente Paul Kagame se impuso en los comicios muy por encima de sus más próximos contendientes, algunos de los cuales impugnan la decisión parlamentaria que autorizó la eliminación del límite de ocasiones en que alguien puede desempeñar la primera magistratura.

La piedra en el zapato de Kagame, que ganó la consulta de principios de agosto pasado con más del 98 por ciento de los votos, fue una mujer de 35 años, Dianne Shima Rwigara, aspirante fallida a la presidencia debido a su incapacidad de reunir las firmas necesarias para apoyar su candidatura, según la Comisión Electoral.

Shima Rwigara no permaneció callada y acusó al gobierno de una campaña de desprestigio basada en la difusión de fotos suyas desnuda que aseguró eran falsificadas y prosiguió su campaña de denuncias contra lo que calificó de régimen de terror de Kagame y su partido, el Frente Patriótico Ruandés.

El choque derivó en el arresto de la opositora, hija de un empresario exaliado político del mandatario, acusada de evasión de impuestos y falsificación de documentos legales, así como de su madre y su hermana, las cuales enfrentan cargos de propaganda proselitista basada en el odio étnico.   En Ruanda esas alegaciones son muy serias debido al genocidio de 100 días, entre abril y junio de 1994 de la población tutsi, a la que pertenece Kagame, a manos de miembros de la etnia hutu durante el cual murieron entre 500 mil y un millón de personas, según cifras divergentes.

A estas horas la opositora sigue detenida en espera de juicio, mientras la vida en el país prosigue su ritmo habitual, con la diferencia de que el gobierno de Kagame ha logrado restablecer la economía y llevar a su mínima expresión la corrupción administrativa, ese mal endémico de África.

Kenya fue escenario de tormentosas elecciones en las cuales compitieron casi una docena de candidatos aunque solo dos, el presidente Uhuru Kenyatta, y su eterno rival, Raila Odinga, postulado por la coalición Superalianza Nacional (NASA, acrónimo inglés) tenían posibilidades reales de alcanzar el sillón presidencial.

También en el caso keniano existe una enmienda constitucional que eliminó el límite a los mandatos presidenciales y de edad, causa de protestas de la oposición que calificó la medida de intento claro del mandatario de perpetuarse en el poder.

El clima preelectoral keniano de este año ocurrió contra el telón de fondo de temores de una repetición de los incidentes tras la justa de 2007, ganada por el expresidente Mwai Kibaki después de la cual Odinga lanzó a las calles a sus partidarios.  Más de mil 200 personas murieron en combates callejeros con la Policía y el Ejército.

La violencia generalizada solo se aplacó tras una mediación del entonces secretario general de la ONU Koffi Annan, quien elaboró un pacto para la integración de un gabinete multicolor en el cual Odinga ocupó el cargo de primer ministro, creado para él.

La acrimonia del choque entre Kenyatta y Odinga es de vieja data, ya chocaron en los comicios de 2010 cuando el segundo reclamó sin éxito la anulación de los resultados de la votación.

En esta ocasión, una vez más, pero con distinto destino, Odinga remitió al Tribunal Supremo una demanda basada en la manipulación malintencionada de la votación durante la transmisión de los centros electorales a la sede central del ente.

Sin embargo, todo indica que ese primer éxito lo envalentonó y aumentó sus exigencias, entre ellas la destitución y arresto de la directiva en pleno de la Comisión Electoral, la elaboración de una nueva ley para los comicios y la posposición sin fecha de la próxima consulta.

A todas luces el Poder Judicial desestimó las demandas de Odinga y convocó a la siguiente ronda electoral, pero este se mostró beligerante y anunció la creación de un parlamento paralelo y una ceremonia en la cual sería juramentado como presidente.
En ese forcejeo, y tras una advertencia de las autoridades de que la materialización de las amenazas del candidato implicaría su arresto acusado de traición, el candidato cedió y optó por posponer sus ambiciones políticas hasta una próxima ronda o circunstancias más favorables para conseguirlas.

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