Bruno SgarzinOCTUBRE 26 DE 2018, 11:38 AM
Marco Ruffo y el capitán Nascimiento son personajes distintos de historias diferentes. Uno es un implacable policía que, saltándose todas las leyes y cadenas de mando, se lanza por su cuenta a perseguir una red de sobornos representada en un lavadero de autos; el otro está a cargo del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE), conocidos en Río de Janeiro por realizar operaciones de limpieza social en las favelas de la ciudad con el objetivo de supuestamente combatir el crimen organizado.
Representados en la serie O Mecanismo, dedicada a vender en Netflix la operación judicial Lavadero de Autos, y en la película Tropa de Elite, ambos, por razones distintas, son los héroes utópicos de la subjetividad construida en una Brasil donde sólo el 8% cree en la democracia representativa por culparla de los problemas del país, y más del 50% está de acuerdo con la frase "bandido bueno, bandido muerto" de Jair Bolsonaro.
Sobre todo por representar dos individualidades que retóricamente deciden enfrentar los esquemas de corrupción, criminalidad y poder del Estado brasileño en espacios simbólicos que provocan sensaciones negativas para la sociedad de este país: la política y las calles. El inspector Ruffo lo representa como el mecanismo, un sistema que corrompe desde el empresario que paga un soborno hasta el cuentapropista que incluye en el precio del arreglo de un bote de agua, frente a su casa, el pago al inspector de la compañía de servicio que le dio el aviso para que llegue a arreglarlo, ante la realidad de que nadie de esa compañía irá hacerlo.
Cerrado y blindado conceptualmente, la idea que propone Ruffo es que el Estado corrupto, ineficiente y criminal es el culpable de la mayoría de sus problemas. Aunque en el terreno de la realidad él mismo participe de una operación judicial con conexiones de poder en Washington, y el Capitán Nascimiento facilite que las organizaciones criminales en Río de Janeiro sean sustituidas por el BOPE en la administración del delito.
Bolsonaro nace de esta subjetividad pre-establecida en la mente de parte de la clase media brasileña, y consecuentemente apunta en su retórica a ir en contra de ese sistema, de ese mecanismo, que define Ruffo como el mayor de los males, de una forma excepcional, violentando las reglas que establecen su funcionamiento, proponiendo una solución final dirigida a arrancar de raíz todo lo percibido como el "problema real" de Brasil. Por eso, en sus propias palabras, durante su presidencia propone "barrer del mapa a los bandidos rojos" bajo la amenaza de que elijan entre "ponerse bajo su ley o ir a la cárcel".
Quizás una síntesis de cómo Ruffo, Nascimiento y Bolsonaro utilizan una narrativa anti-establisment para, en realidad, favorecer intereses más pesados de los que dicen combatir.
Genealogía de Bolsonaro y su proyecto de poder
En este sentido, es más que sabido que Bolsonaro es un instrumento de una parte de la corporación militar que desde 2014 trabaja para que él sea la cara de un proyecto de "nueva democracia", pensado para un régimen de conservadurismo social y liberalismo económico cuyo principal objetivo sea "erradicar a la extrema izquierda", según lo confesó un alto mando de las Fuerzas Armadas de Brasil al periodista Marcelo Falak del medio argentino Letrap.
La historiadora Caroline Silveira Bauer, autora de Brasil y Argentina: dictaduras, desaparecidos y políticas de memoria, afirma que "Bolsonaro es un asiduo visitante del Club Militar de Río Janeiro, la asociación de militares retirados más conservadora de Brasil, mientras que su vicepresidente, Mourao, tiene vínculos con grupos neointegralistas inspirados en el teórico fascista Plinio Salgado, de donde vienen pequeños partidos de extrema derecha que hoy apoyan al ex capitán".
La reivindicación del golpe del 64, calificado por éstos como un movimiento político, permite hacer un paralelismo entre el hoy brasileño y aquel momento en el que el presidente João Goulart fue derrocado para sacar al "comunismo" del poder. Aquellos militares, como hoy, se plantearon como eje restituir el mando del país a cargo de figuras de poder blancas, asociadas a sectores ilustrados y hacendados caracterizados por su histórico desprecio a la mayoría negra y pobre del Brasil profundo que Goulart, como continuación de Getulio Vargas en su momento, venía de nuevo a poner en el centro de la vida nacional brasilera.
Ese proceso derivó en una reorganización por la fuerza de la sociedad brasileña, como sucedió en el resto de América Latina con las dictaduras del Cono Sur, para resolver la tensión entre dos proyectos históricos antagónicos. Hoy, en cierta parte, esa tensión vuelve a repetirse, nada más que estos militares piensan volver al poder a través, formalmente, de los votos, en un escenario electoral arbitrado por una justicia que inclina la cancha a su favor.
La diferencia sustancial radica en que aquella dictadura del 64 fue desarrollista, mientras que la propuesta de Bolsonaro plantea a secas restituir el estatus de elite a los sectores tradicionales cuestionados por el PT, a costa de desarmar el proyecto de Brasil potencia original.
Por eso, la utopía de acabar con el sistema mentada por Bolsonaro se basa en desarticular las relaciones de poder adentro del país, iniciadas con la operación Lavadero de Autos, y cambiar por completo las condiciones objetivas que posibilitaron que el país sea conducido por el llamado centro político, conocido como el centrão, que desde 1988 se alternan en el poder el PT y el Partido de la Social Democracia Brasileña, principalmente.
Dentro de esta lógica, el llamado de Bolsonaro para limpiar el país de la "plaga roja" se basa en reeditar la guerra contra el comunismo de los tiempos de la Guerra Fría, bajo el nombre de lucha contra la corrupción, considerada una de las principales amenazas para Estados Unidos.
De dónde vienen sus ideas y la inserción internacional de Bolsonaro
Por otro lado, el ex capitán utiliza como activo político la imagen que proyecta el inspector Ruffo y Nascimiento sobre la necesidad de tomar justicia por mano propia, una idea que ha respaldo como diputado de una bancada financiada por la corporación armamentística Taurus. La justicia por mano propia, como es evidente, tiene amplia consideración positiva en sus seguidores que hoy se sienten legitimados para pasar de la retórica a la violencia física contra delincuentes, corruptos, minorías raciales y sexuales, y mujeres, los enemigos presentados por Bolsonaro como las amenazas a la sociedad brasileña.
Sin embargo, la visibilidad de esta imagen de fuerza, de autoritarismo social, esconde, en gran medida, el origen que las ideas que nutren a los bolsominions, como se conoce a los seguidores del ex capitán. Son influenciadas por una fracción de la Derecha Alternativa (o Alt-Right) que de la mano Steve Bannon, estratega de Donald Trump, plantea la necesidad de un movimiento de ultraderecha global que defienda los valores del occidente supremacista blanco. Como en Brasil, la ultraderecha se plantea sustituir lo que el pensador Tariq Ali denominó como "extremo centro", representado por el compendio de partidos tradicionales de derecha e izquierda que defienden principalmente la globalización.
El financiamiento de este movimiento proviene en buena parte de los industriales Koch, quienes a través de su red de donantes apuntan a "generar cambios en la cultura, la reorientación de la agenda política y la formación de las futuras generaciones de líderes políticos", según un estudio de la socióloga Theda Skocpol de la Universidad de Harvard. En Brasil, en ese sentido, es público y notorio cómo la ideología "libertaria", a favor del fin del Estado, fue promovida por la fundación Atlas, creada en 1981 por el empresario Antony Fisher, discípulo de Friedrich Hayek, uno de los ideólogos del libre mercado. Por su lado, esta organización se jacta de haber sentado "las bases intelectuales para lo que luego fue la revolución neoliberal de la primera ministra británica Margaret Thatcher en los años 80 y el gobierno de Ronald Reagan".
De la misma forma que una idea se envasa para ser vendida, la fundación Atlas ha trabajado a través de 11 ONGs de Brasil para formar líderes juveniles como Kim Kataguiri de Brasil Libre, el segundo diputado más votado en las últimas elecciones, y proyectar teorías de la conspiración como que se enfrentan a un movimiento global de "marxismo cultural" que quiere acabar con la familia, los valores tradicionales de la sociedad e instalar un control total del Estado en la vida social. En cierto punto, la ideología libertaria da una caracterización simple y llana que promueve un ellos y un nosotros de la misma forma que con sus personajes lo hacen Ruffo y Nascimiento.
En este contexto, es de por sí ejemplar el papel de Paulo Guedes como gurú económico de Bolsonaro, por pertenecer al Instituto Millenium, una de las organizaciones financiadas por la fundación Atlas. Dado que su experiencia como asesor de Augusto Pinochet, en el primer experimento neoliberal a nivel global, lo coloca como la mejor expresión de la búsqueda de institucionalizar políticas de libre mercado a través del formato de un estado de excepción. En ese sentido, es de resaltar su llamado a privatizar la energética Petrobras y otras empresas porque apunta a profundizar la desnacionalización de la economía brasileña y, además, garantizar el acceso al capital extranjero a zonas con recursos naturales en el país.
Por esto, si Bolsonaro pertenece a una ultraderecha global cuya ideología supremacista blanca plantea unificar los flujos de capital en Estados Unidos y Europa para revivir un proyecto occidental amenazado por China, lo lógico es que también el ex capitán traslade esas coordenadas al escenario brasileño, donde el regreso de la elite tradicional al mando del país implica inexorablemente desarmar el proyecto Brasil potencia en favor de entregar la plusvalía que se llevaban sus transnacionales en el mercado global.
En este sentido, la necesidad de la elite blanca de recuperar el control del país coincide con el mentado objetivo de la ultraderecha global de absorber competidores beneficiados con la globalización.
Mientras que la invitación entre líneas a los seguidores de Bolsonaro es que se conviertan ellos mismos en los hacedores de este destino dirigido a destruir las bases económicas, políticas e institucionales de la sociedad brasileña. La utopía heroica de Ruffo y Nascimiento, utilizados por otros de fusibles, quizás sea la síntesis perfecta de esta convocatoria al suicidio nacional que plantea afectarlos a quienes decidan participar en su concreción.
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