LO QUE MÁS CARACTERIZA A PAUL GILLMAN, TRAS CASI CUATRO DÉCADAS DE CARRERA ARTÍSTICA, ES SU OBSTINADA CONSECUENCIA: CONSECUENTE CON EL ROCK VENEZOLANO, CONSIGO MISMO Y CON LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA
Casi a las tres de la tarde Gillman me dice: “No, no he comido todavía”. Sin embargo, de buena gana caminamos los escasos metros que separan al Teatro Nacional de la plaza Alí Primera. Por lo menos tres personas se acercaron antes, una durante y otras dos después de la entrevista para tomarse una foto con el ex vocalista de Arkángel, aquella banda de Valencia. Gillman las complació a todas.
El ambiente en la ciudad con el Festival Suena Caracas cambió. Despliegue de efectivos de seguridad y medios de comunicación. Periodistas dándole vueltas a la Diego Ibarra, gente en la calle, mucha gente en la calle. La música que sacudió al mundo.
“Es bueno tener a un gran revolucionario como testigo de lo que uno va a decir”, dice Gillman señalando a Alí. “Vamos a hablar del amor —le digo—. No, ¡mentira!, hablemos primero de otra cosa: ¿todavía te pones nervioso antes de tocar?”. Fue una entrevista apurada. Él no había comido, yo quería preguntarle cuál balada de alguna banda de rock venezolano le hacía pensar en ese sentimiento y esperaba que dijera “La tarde, tus ojos y quién sabe” de PTT Lizardo, pero no le pregunté eso y se me ocurrió entonces la pregunta sobre el nerviosismo. Espero que no haya pensado “¡qué entrevista tan ladilla!”.
—El día que eso no ocurra no tienes sangre en las venas. Es una misión… cada vez que te montas en una tarima no es que vas a montarte a descargar por descargar y a pegar brincos por pegarlos. No es eso, se trata de transmitir.
El ambiente en la ciudad con el Festival Suena Caracas cambió. Despliegue de efectivos de seguridad y medios de comunicación. Periodistas dándole vueltas a la Diego Ibarra, gente en la calle, mucha gente en la calle. La música que sacudió al mundo.
“Es bueno tener a un gran revolucionario como testigo de lo que uno va a decir”, dice Gillman señalando a Alí. “Vamos a hablar del amor —le digo—. No, ¡mentira!, hablemos primero de otra cosa: ¿todavía te pones nervioso antes de tocar?”. Fue una entrevista apurada. Él no había comido, yo quería preguntarle cuál balada de alguna banda de rock venezolano le hacía pensar en ese sentimiento y esperaba que dijera “La tarde, tus ojos y quién sabe” de PTT Lizardo, pero no le pregunté eso y se me ocurrió entonces la pregunta sobre el nerviosismo. Espero que no haya pensado “¡qué entrevista tan ladilla!”.
—El día que eso no ocurra no tienes sangre en las venas. Es una misión… cada vez que te montas en una tarima no es que vas a montarte a descargar por descargar y a pegar brincos por pegarlos. No es eso, se trata de transmitir.
—¿TODAVÍA HAY QUE DECIRLE A LOS ROQUEROS QUE CUIDEN LOS TEATROS?
—Es una etapa superada en esta época de Revolución. Bueno, siempre hay dos o tres desadaptados, en todas partes, pero son cada vez menos. Mira los eventos que se han hecho, de diferentes géneros: han sido masivos y no ha habido ni un herido. En los Gillmanfest, los festivales que organizo, no ha habido algún tipo de percance en nueve años. Estamos en un punto bastante bonito e interesante, al menos en lo que me interesa, que es el rock. Un momento de conciencia bastante maduro.
—KULTURA ROCK
—Ha tenido varios nombres. Comenzó como La Esencia, en 1990. Luego Metalmanía y después La Galería del Rock. En la televisión se llamó primero El Garaje. Han sido etapas en mi carrera de comunicador. Trato de llevar la cultura del rock hasta el día en que muera; esa ha sido mi misión.
—ESE HORARIO, ¿NO TE PARECE QUE ES MUY TARDE?
—Sí, es muy tarde. Ese es el estigma en que nos tienen a los roqueros. Somos el programa que cierra la programación de Tves a las once de la noche los domingos. ¡Pero hay conversaciones muy interesantes! Espero que se den. Con Winston y Miguel Sánchez hemos hablado acerca de relanzar El Garaje. El Garaje fue un programa muy interesante que surgió en VTV, donde el principal protagonista es el talento nacional. Durante dos horas, en vivo, los sábados, salíamos en horario estelar, a las seis de la tarde. Eso se llenaba: las colas iban desde VTV hasta Central Madeirense, se ponía full para entrar. En dos años logramos colocar a setenta y dos bandas. Hay interés en relanzarlo en otro horario, también los domingos. Ojalá se dé. Yo confío mucho en la palabra de Winston. De hecho, tenemos un segmento los jueves en “Tves en la mañana”, el programa número uno en sintonía en este momento. Ha vencido a monstruos como Venevisión y Televen.
—LAS CRÍTICAS A TVES
—Es muy fácil criticar a priori. Si ustedes ven bien ese programa… aunque yo no comulgo con ritmos como el reguetón… tampoco es que ponen mucho reguetón… el caso es que uno pasa un rato ameno. Te hablan de Venezuela, de cocina, de orientaciones psicológicas, te hablan de tantas cosas. Y hay mucho talento nacional que se presenta allí. Tiene una banda muy buena que es la banda de Tves. ¡Las animadoras de Tves no son cabezas huecas! Es muy interesante todo esto. Las tres tienen discurso. Cuando se sientan a discutir un tema tienen con qué. A mí me consta, porque estoy detrás de las cámaras y veo que no se lo están aprendiendo. Los presentadores también. De verdad me quito el sombrero. Sé que no ha sido fácil para Winston, ha recibido más palo que felicitaciones, pero, ¿sabes cuál es el premio que están recibiendo? El alto grado de sintonía de Tves.
Gillman siguió hablando de todo lo que trae Tves: deportes, entretenimiento, buenas películas. “Ahorita están pasando un ciclo acerca de la violencia sobre la mujer. ¿Qué más quieren? El hombre lo está haciendo bien”. Alguien le pregunta con un grito. “¿Qué traes de nuevo, Paul?”. “¡El corazón metalero y chavista!”. En pocas horas (1° de diciembre)tocará junto con Masmegahertz en el Teatro Nacional.
Suena el teléfono. Me levanto del banco de la plaza, Gillman atiende la llamada. Me doy cuenta entonces que estábamos bajo el sol. He visto varias veces los conciertos de Paul Gillman. Un músico constante que le ha echado un cerro creyendo en el rock. Noto cierto cansancio en su rostro, pero el tipo no ha perdido esa ternura, esas ganas de cambiar la manera como vivimos, esa pasión por transmitir que, en esencia, es el rock. “Soy un cantante revolucionario que se preocupa por la conciencia”. Gillman enumera algunas de sus canciones que hablan de cuentos de camino, de historia, de revolución. “‘Techos de Cartón’ en rock y otras como ‘Represión latinoamericana’, ‘Libertad’…”.
Gillman siguió hablando de todo lo que trae Tves: deportes, entretenimiento, buenas películas. “Ahorita están pasando un ciclo acerca de la violencia sobre la mujer. ¿Qué más quieren? El hombre lo está haciendo bien”. Alguien le pregunta con un grito. “¿Qué traes de nuevo, Paul?”. “¡El corazón metalero y chavista!”. En pocas horas (1° de diciembre)tocará junto con Masmegahertz en el Teatro Nacional.
Suena el teléfono. Me levanto del banco de la plaza, Gillman atiende la llamada. Me doy cuenta entonces que estábamos bajo el sol. He visto varias veces los conciertos de Paul Gillman. Un músico constante que le ha echado un cerro creyendo en el rock. Noto cierto cansancio en su rostro, pero el tipo no ha perdido esa ternura, esas ganas de cambiar la manera como vivimos, esa pasión por transmitir que, en esencia, es el rock. “Soy un cantante revolucionario que se preocupa por la conciencia”. Gillman enumera algunas de sus canciones que hablan de cuentos de camino, de historia, de revolución. “‘Techos de Cartón’ en rock y otras como ‘Represión latinoamericana’, ‘Libertad’…”.
—“LEVÁNTATE Y PELEA”…
—“Levántate y pelea” es la canción que le canté a Chávez y lloró. Le dije que nosotros cantábamos en Valencia mostrando su foto y nos caía a palo la policía de Salas Römer. Me dijo: “Dile a esos muchachos que cuando yo sea presidente no volverán a ser reprimidos”. Y lloró. Lloró por uno pelúos, unos tatuados, unos roqueros que culturalmente eran, para cualquier persona de uniforme, químicamente opuestos. Un teniente coronel hablando de no reprimir a los pelúos. Y lo cumplió. De hecho, nos sentamos a hablar de la abolición de la recluta y también cumplió.
—UN MENSAJE FINAL, GILLMAN
—Bueno, sigan adelante. Aquellos que están un poco decepcionados, que están haciendo esas colas… oye, no le echen la culpa al Gobierno. El Gobierno está haciendo lo que tiene que hacer. Estamos en una guerra económica por parte de aquellos que están callados. ¿No se dan cuenta que están callados y felices porque, en apariencia, está surtiendo efecto y algunos están decepcionados? Tiene como fin ganar las elecciones de la Asamblea Nacional. No seamos tontos útiles. Derrotemos esto con conciencia, con votos. No seamos desleales al Comandante Chávez. Nos pidió unidad. El presidente Maduro lo ha hecho de lo mejor, ha sido un pacifista. Yo creo que Lennon, Gandhi y después Maduro. ¡Cuánto palo ha recibido! Pero dense cuenta: ¡cuánto ha resistido! Creo que ha resistido en un año lo mismo que Chávez en doce. Seamos conscientes: no vayamos a cometer el gran error de perder la Asamblea Nacional. Unidad, lucha, batalla y victoria. ¡Venceremos!
POR GUSTAVO MÉRIDA
FOTOGRAFÍAS NATHALIE SAYAGO
FOTOGRAFÍAS NATHALIE SAYAGO
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Filo y borde
ESTÁ PARA LA FIRMA. Al menos una vez al año, nuestros jubilados y pensionados tienen que demostrar que están vivos. Para probarlo, no sirve presentarse en la oficina y saludar a los compañeros con los que trabajaron 10 o 15 años. Hay que traer un documento que dice que aún están vivos.
Básicamente, la burocracia es eso: la sustitución del ser humano por una serie de documentos. Las mujeres y los hombres no sirven de nada. En la burocracia lo único que sirve es el expediente.
Detrás de los documentos desaparece todo rasgo de humanidad. Los seres humanos dejan de ser y de hacer.
La cultura burocrática se toma para sí incluso el lenguaje. Nadie es responsable porque los papeles y las carpetas adquieren vida propia. Nadie está evaluando nada, “el expediente está en fase de revisión”, “el expediente no ha salido del sótano”, “ya el documento llegó a la oficina del asistente”.
Da la impresión de que ningún ser humano participa en el proceso. Todo depende del propio documento que debe salir, por su propia cuenta y recursos, del sótano, pasar por varias oficinas y ponerse en “el despacho para la firma”.
Quien haya tenido que solicitar una hipoteca, tramitar un pago de una aseguradora o hacer valer una garantía, sabe que la burocracia no es un tema que solo toca a las instituciones gubernamentales. La plaga es también propia de la empresa privada.
Cuando la burocracia es más potente, cuando no parece mostrar fisuras que hagan que las cosas se muevan y produzcan cambios, lo único humano que aparece es lo peor de su condición: la corrupción como fuerza para producir movimientos.
Es este el momento cuando te solicitan que pagues para que “te armen bien la carpeta” o para que “tu expediente esté más arriba”. Puede que no te percates de que no están haciendo una excepción contigo, de que vas a actuar como dicta la norma burocrática. Con toda probabilidad todos están pagando para que le armen la carpeta y para que su expediente esté más arriba.
Desburocratizar es, fundamentalmente, humanizar. Hay que eliminar el peso del expediente para que los procesos se hagan livianos, para que aparezcan los rostros de los seres que pueden y deben tener la capacidad de explicarse por sí mismos y resolver sus problemas.
Básicamente, la burocracia es eso: la sustitución del ser humano por una serie de documentos. Las mujeres y los hombres no sirven de nada. En la burocracia lo único que sirve es el expediente.
Detrás de los documentos desaparece todo rasgo de humanidad. Los seres humanos dejan de ser y de hacer.
La cultura burocrática se toma para sí incluso el lenguaje. Nadie es responsable porque los papeles y las carpetas adquieren vida propia. Nadie está evaluando nada, “el expediente está en fase de revisión”, “el expediente no ha salido del sótano”, “ya el documento llegó a la oficina del asistente”.
Da la impresión de que ningún ser humano participa en el proceso. Todo depende del propio documento que debe salir, por su propia cuenta y recursos, del sótano, pasar por varias oficinas y ponerse en “el despacho para la firma”.
Quien haya tenido que solicitar una hipoteca, tramitar un pago de una aseguradora o hacer valer una garantía, sabe que la burocracia no es un tema que solo toca a las instituciones gubernamentales. La plaga es también propia de la empresa privada.
Cuando la burocracia es más potente, cuando no parece mostrar fisuras que hagan que las cosas se muevan y produzcan cambios, lo único humano que aparece es lo peor de su condición: la corrupción como fuerza para producir movimientos.
Es este el momento cuando te solicitan que pagues para que “te armen bien la carpeta” o para que “tu expediente esté más arriba”. Puede que no te percates de que no están haciendo una excepción contigo, de que vas a actuar como dicta la norma burocrática. Con toda probabilidad todos están pagando para que le armen la carpeta y para que su expediente esté más arriba.
Desburocratizar es, fundamentalmente, humanizar. Hay que eliminar el peso del expediente para que los procesos se hagan livianos, para que aparezcan los rostros de los seres que pueden y deben tener la capacidad de explicarse por sí mismos y resolver sus problemas.
Freddy Fernández
@filoyborde
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