Nación | 2016/10/29 00:00
Es poco
probable que las iglesias cristianas se conviertan en una nueva mayoría
electoral, pero es casi seguro que serán el fiel de la balanza en una
sociedad polarizada.
Cristianos: ¿el poder decisorio en la política?
Dios nos dio una
victoria”, dice la pastora de una Iglesia evangélica en Cartagena. Lo
dice con visible emoción y se refiere, por supuesto, al triunfo del No
en el plebiscito. Es claro que los cristianos tampoco esperaban la
mayoría de 53.000 votos que le dijo al presidente Juan Manuel Santos que
no puede implementar el acuerdo firmado con las Farc.
Pero
están muy contentos. Al día siguiente de la jornada electoral, el
presidente Santos recibió a un grupo de pastores que habían votado por
el Sí o habían optado por la neutralidad. El gesto molestó a otras
Iglesias, que posiblemente reúnen a 90 por ciento de los cristianos de
Colombia que habían votado No y que solo después han sido incorporados a
la maratón de negociaciones y diálogos que se han llevado a cabo
después del plebiscito para buscar acercamientos entre el Sí y el No.
Este grupo mayoritario suscribió el 12 de octubre un manifiesto, Pacto
Cristiano por la Paz, en el que expresan 44 observaciones que cuestionan
el acuerdo con las Farc y plantean criterios para su renegociación. A
finales de la semana, tres reconocidos pastores, Héctor Pardo, John
Milton Rodríguez y Eduardo Cañas, viajaron a La Habana para intercambiar
opiniones con la delegación de la guerrilla para los diálogos de paz.
Los
cristianos están de moda. Los analistas políticos consideran que las
Iglesias jugaron un papel definitivo para hacer posible el inesperado
triunfo del No. Aunque no existen cifras precisas, el cálculo sobre el
número de votos que pudieron aportar los evangélicos por el No puede
haber estado entre 1 y 2 millones. Con un resultado tan apretado –la
ventaja fue de 53.000 votos, 0,45 por ciento de la votación total– la
participación de las Iglesias fue crucial. Y ahora todas las miradas se
dirigen hacia los pastores en busca de respuestas a dos interrogantes
cruciales que quedaron en el aire: ¿qué harán frente al limbo en el que
quedó el proceso de paz con las Farc?, y ¿se organizarán en términos
políticos para llegar a 2018 con un candidato competitivo?
El
impacto de las Iglesias evangélicas en la política no es solo una moda
colombiana. En Brasil, en México y en varios países centroamericanos
también es un fenómeno creciente. Eduardo Cunha, el poderoso político
que lideró la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, es evangélico.
También Marina Silva, la socialista derrotada por Dilma. Y el actual
presidente, Michel Temer, ha invocado con insistencia a los feligreses
para que lo apoyen, para fortalecer su cuestionada legitimidad.
En
Colombia ha habido Iglesias que han participado en causas electorales y
hay partidos que de forma abierta acogen los postulados de la fe
cristiana. César Castellanos y Claudia, su esposa, ambos de la Misión
Carismática Internacional, han alcanzado altas votaciones –cercanas a
los 200.000 sufragios– y han acompañado a candidatos de diversas
fuerzas. En la actualidad Jimmy Chamorro, de La U, con trayectoria en el
movimiento cristiano C4, y el partido Mira son los casos más exitosos
en combinar creencias religiosas y campañas electorales. Y entre los
nombres de miembros visibles de organizaciones cristianas que han
ocupado altos cargos públicos figuran la exfiscal y senadora Viviane
Morales, el excandidato a la Alcaldía de Bogotá y exgerente del Fondo
Nacional del Ahorro Ricardo Arias, y el actual embajador de Colombia
ante la Unión Europea, Rodrigo Rivera.
Plebiscito, la gran oportunidad
Ninguno
de estos antecedentes sería suficiente para prever que el voto
evangélico alcanzaría la relevancia que tuvo en el plebiscito del pasado
2 de octubre. Y la mayoría de los pastores consultados por SEMANA
considera que ese resultado no fue producto de una estrategia, sino la
acumulación de coincidencias que se alinearon en el apoyo al No. Aunque
desde 1950 existe una federación (Cedecol: Consejo Evangélico de
Colombia), la mayoría de quienes han tenido más protagonismo en el
debate posplebiscito no se conocían o apenas se habían cruzado un par de
veces. El triunfo del No ha servido de convergencia y hoy están más
cercanos que nunca antes.
Varios
fenómenos se fueron uniendo. El famoso debate de las cartillas es
mencionado como un factor clave para despertar el activismo reciente de
las Iglesias. Si bien desde hace años el Ministerio de Educación venía
trabajando en campañas de instrucción en los colegios para implementar
prácticas no discriminatorias, la versión 2016 generó más reacciones.
Las declaraciones de la diputada de Santander Ángela Hernández en el mes
de julio para denunciar que las cartillas del Ministerio de Educación
incentivaban comportamientos como la homosexualidad, se convirtió en una
chispa que encendió un gran debate en medio del polarizado clima del
proceso de paz con las Farc.
Y el hecho
de que en los acuerdos con la guerrilla se haya incluido un enfoque de
género para resaltar el impacto que había tenido la guerra sobre
minorías como la mujer y la población LGTBI, presentado como una campaña
para promover la homosexualidad, desató también la ola explosiva entre
las Iglesias. Para los pastores, en ambos aparecía el mismo ingrediente
inaceptable: la denominada ideología de género que supuestamente pone en
peligro el concepto tradicional de la familia. Cartillas y plebiscito
quedaron unidos en una sola imagen, consolidada por la presencia de Gina
Parody, reconocida gay, responsable como ministra de las cartillas, y
nombrada por el presidente Santos como coordinadora de la campaña por el
Sí en Bogotá.
Hay creencias y símbolos
en la fe evangélica que son poco conocidos por la opinión pública y que
también impulsaron el rechazo de las Iglesias hacia el Sí. El factor
Cuba, por ejemplo. El hecho de que los diálogos tuvieran lugar en La
Habana implicó una asociación, entre los cristianos, del proceso de paz
con un sistema político que, para ellos, ha reprimido la libertad
religiosa y ha perseguido a las Iglesias. Hay pastores que llegaron a
creer que en vísperas de la firma del acuerdo final en Cartagena, el 26
de septiembre, vinieron santeros cubanos a atentar contra su fe. En el
manifiesto de propuestas para la renegociación con las Farc, los
firmantes evangélicos piden en forma abierta que los diálogos no sigan
en la isla.
El protagonismo de Cuba en el
proceso de paz reforzó la idea de que el comunismo estaba detrás de
todo y que el acuerdo final podría hacer viable en Colombia un régimen
totalitario. Porque las objeciones de los evangélicos no se limitan al
asunto de la ideología de género. La extensa lista de observaciones
incluidas en el Pacto Cristiano por la Paz también considera puntos
cercanos a los del Centro Democrático en contra de que los jefes de las
Farc que hayan cometido delitos graves puedan participar en política, y a
favor de que sean castigados.
El
expresidente Álvaro Uribe también contribuyó al auge del voto cristiano
en el plebiscito. El mismo día de la pomposa firma del acuerdo
Santos-Timochenko, Uribe apareció en Cartagena de la mano de Miguel
Arrázola, uno de los pastores que salieron a la luz pública en la
campaña por el No y en la coyuntura posplebiscito. Lidera una Iglesia de
25.000 fieles en la Heroica.
Sin
embargo, las relaciones entre los evangélicos y Uribe no habían sido tan
cercanas. El expresidente buscó el apoyo de la Misión Carismática
Internacional, de los esposos Castellanos, y durante su mandato fue
cuestionado por entregarles propiedades raíces que estaban en manos de
la Dirección de Estupefacientes. También se le vio en ceremonias
religiosas, con los ojos cerrados y las manos extendidas, en tiempos de
campaña. Pero esos acercamientos no eran más que esfuerzos por ganar sus
votos, que también han hecho otros políticos. En 2010, en la
competencia entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus, los cristianos
prefirieron al primero luego de que el exalcalde de Bogotá declarara su
ateísmo en público.
Alrededor
del proceso de paz y del plebiscito, sin embargo, las evidentes
simpatías hacia Uribe, entre pastores y feligreses, se exacerbaron. Ya
en las Iglesias recordaban con gratitud el despeje de las carreteras, en
los tiempos de la Seguridad Democrática, que permitió llevar labores
pastorales a zonas que habían estado vedadas por la violencia. Pero el
discurso del exmandatario durante la campaña para el plebiscito aumentó
las simpatías, porque encajaba exactamente con los sentimientos de las
Iglesias hacia lo que estaba ocurriendo. Lo mismo se podría decir del
exprocurador Alejandro Ordóñez. Sus posiciones interpretaban a las
Iglesias, que no vieron la competencia entre el Sí y el No como una
disputa entre personas o candidatos, sino como una opción sobre la
dirección del país que ponía en peligro principios sagrados para ellos.
¿Se ‘conservatizó’ Colombia?
Más
allá del significado del triunfo del No para el proceso de paz con la
guerrilla, el evidente empeño que pusieron en él los cristianos y los
conservadores abre el interrogante sobre si la sociedad colombiana se ha
‘conservatizado’ en los últimos años. Desde 1991 el país había avanzado
en el campo de los derechos ciudadanos. De la mano de la Constitución y
de la jurisprudencia de la corte, Colombia ha modernizado sus
costumbres y ha fortalecido la tolerancia frente a la diversidad.
Las
propias Iglesias cristianas resaltan el aporte de la Carta Política
para establecer la pluralidad religiosa, desarrollada en una ley de
libertad de cultos que lideró Viviane Morales en el Congreso. Pero los
fallos sobre el libre desarrollo de la personalidad, garantías para la
comunidad LGBTI, la eutanasia o la dosis personal se interpretaban como
parte de un rumbo de largo plazo adoptado por el país, basado en los
principios acogidos por la Asamblea del 91 e impulsado por su criatura
más preciada, la Corte Constitucional.
Ahora,
a raíz de las controversias generadas por los diálogos con las Farc y
manifestadas en la campaña por el plebiscito, algunos piensan que que
ese rumbo no era tan firme ni duradero. Al respecto se pueden plantear
tres hipótesis: 1. El país se ha derechizado por fenómenos como el
crecimiento de la clase media –que tiene más que defender– y por al auge
de las Iglesias evangélicas. 2. Colombia siempre ha sido conservadora y
tradicional, y lo que ha sucedido ahora es simplemente que ese rasgo de
su carácter salió a flote y se hizo visible en el plebiscito. 3. Desde
1991 coexisten ambas tendencias, la tradicional y la progresista, que
hacen que el país avance en la modernización de una manera gradual por
el uso alternativo del acelerador y del freno. Pasos adelante, pasos
hacia atrás.
Las grandes decisiones que
ha tomado el país desde 1991 se han dado en el seno judicial y no en el
campo político. Para los progresistas, la corte llenó el espacio que
dejaron unos partidos desgastados por el clientelismo, la falta de ideas
y su manipulación por parte de individuos. En la otra orilla, los
conservadores, y ahora, las Iglesias, piensan que la corte se ha
extralimitado en funciones y ha impuesto decisiones sin discusiones
amplias y bajo el cuestionable supuesto de que el país es más liberal de
lo que realmente es.
Es un hecho que las
instituciones políticas se han debilitado y que han cedido espacios. La
imagen del Congreso y de los partidos, y de la actividad política
misma, es la peor en muchos años, según todas las encuestas. Y las
decisiones que emanan de órganos no representativos, una corte, en vez
de un Congreso, tienen menos capacidad de vincular a sectores amplios. Y
se dan con menor debate y en un círculo cerrado.
Lo
anterior es una realidad política que no significa que los fallos de la
corte sean ilegítimos, ni de menor calidad. De hecho, lo que está
ocurriendo en Colombia no es un fenómeno único, sino forma parte de una
tendencia mundial. Y hay indicadores que demuestran que el país sí tiene
una tendencia modernizante. Según el Observatorio de la Democracia, a
la luz de los resultados del Barómetro de las Américas, con una muestra
nacional en 2014, existe una relación positiva entre mayores niveles de
educación y tolerancia política. La homosexualidad, por ejemplo, tiene
mayores niveles de aprobación entre personas con mayor educación y menor
edad. En comparación a otros países americanos, Colombia no aparece
entre los más liberales ni es el más conservador: ocupa el séptimo
puesto entre 24 en términos de aprobación, por ejemplo, del matrimonio
de parejas del mismo sexo.
¿Fiel de la balanza?
No
está comprobado, en consecuencia, que el auge de las Iglesias
evangélicas esté cambiando la estructura de la opinión política de los
colombianos.
Es un hecho, eso sí, que
están creciendo. Su existencia data de muchos años, pero su apogeo se ha
producido en los últimos años. Tiene que ver con la desesperanza que
invadió al país en los años noventa, y de las secuelas que dejó la
guerra de los carteles de la droga. También es una respuesta al
descontento de la gente y a la desprotección que perciben los
colombianos por parte del Estado, incluso en el terreno emocional y
afectivo. Las cifras sobre el número de militantes también varían mucho,
pero la que menciona César Caballero, de Cifras y Conceptos, con base
en sus encuestas –un 15 por ciento del total de la población: cerca de
8,25 millones– puede ser realista y está en un punto medio entre otros
cálculos menos sustentados.
Es un volumen
considerable. Y puede ser un verdadero fortín político. En un
electorado tan polarizado como el que se expresó el pasado 2 de octubre,
dividido en dos mitades casi iguales, los cristianos se convierten en
una fuerza decisiva. Son el fiel de la balanza. Sobre todo si en la
agenda del debate público se mantienen asuntos cercanos al corazón de
los conservadores, como la composición tradicional de la familia y los
derechos de las minorías LGBTI. Y, también, en la medida en que los
partidos y los escenarios políticos sigan dejando de lado la formulación
de propuestas sobre los grandes temas de la sociedad.
Nadie
puede saber, ni ellos mismos, qué estrategia seguirán los pastores de
cara a las elecciones de 2018. La unidad en torno a un candidato, propio
o no, es poco probable, porque hay diversidad de matices y de criterios
sobre cuál debe ser el papel político de las Iglesias. Si en algo están
todas de acuerdo, es en que su misión es más bíblica y pastoral, que
electoral. De cualquier manera, los ojos de los aspirantes a cargos de
elección popular están puestos allí, y los líderes religiosos ya han
comenzado las llamadas de precandidatos que “quieren ser escuchados”.
Así
lo reconoce un pastor consultado por esta revista, que con una sonrisa
enorme responde a la pregunta sobre cuál será su futuro inmediato en la
política: “Lo único que sé es que todos nos van a llamar”, dice.
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