domingo, 13 de noviembre de 2016

Trump como meme de la época


La victoria de Trump puede ser entendida como la de Barney de Los Simpson. Un borracho marginado al que nadie presta atención y de repente tiene plata y se lanza a la política con un discurso simple que conecta con millones de votantes.
Barney no miente, no imposta y tampoco pertenece a la clase que ha gobiernado a su país durante décadas. Habla con las entrañas y desde su identidad de borracho devenido en candidato presidencial. Huele mal, y sus amigos más estudiados, con profesiones "altas", cruzan la calle cuando lo ven a diferencia de sus amigos que lo abrazan.
Trump es algo de eso, el borracho producto de años y años de propaganda e identidad de "somos los mejores" que no pertenece al baile en el que se metió a competir. Habla de no ir a la guerra, de la economía de su país que es un desastre, que la clase política que gobierna no lo representa y que básicamente todos los consensos en los que se basa su nación no sirven. No le gusta la modernidad de la globalización, no es tolerante con los inmigrantes, es directamente xenofóbico, y las mujeres para él sólo están para servirle cerveza.
Se presenta a elecciones con ese discurso y gana. Y lo hace con el viejo empobrecido del área rural y el obrero industrial sin empleo agarrando su cuerpo, como si fuese una bala humana, para ir en contra del castillo de los ricos. Empujan y empujan con todos los megáfonos del castillo diciéndoles que lo que hacen está mal e igual rompen completamente su gran puerta.  Todos los megáfonos se quedan en silencio y los que hablaban por ahí comienzan a agarrarse la cabeza como si los hubieran despertado de un sueño.
En ese camino antes de romper esta puerta imaginaria, Trump patea todo lo que tiene a su alcance y pone a todo el poder real a plantearse qué hacer con él. Después de todo, Trump sigue siendo Barney, huele mal, y si hace la mitad de lo que dice, un montón de intereses se pondrán en su contra. No tiene, además, ni operadores ni un Congreso que lo apoye completamente si se lanza al vacío. Sólo descontentos y una gran puerta destruida a su paso.
Trump como Barney sólo es un personaje
Una gran puerta que era la certeza invisible de un sistema que funcionaba, y que en realidad no lo hacía para todos. Una que ahora todos los amigos borrachos de Trump pasan por encima y no saben qué hacer con ella. Si levantarla de otra forma para que otros no pasen por ella, si pasar al otro lado de los ricos y ejercer la anarquía del saqueo, o esperar a que su amado Barney ingenuamente vuelva con la utopía de volver a hacer su país grande otra vez y cumpla con sus promesas.
Que empleos que se fueron a Asia porque sus obreros cobran un dólar por hora, frente a los siete y medio de ellos, vuelvan mágicamente. Y que los bancos paguen más impuestos y los salarios sean más altos con servicios gratuitos. Sólo una máquina de volver al futuro cuarenta años atrás en la que no existiesen ni deudas con bancos, ni empleos mal pagos, ni inmigrantes que trabajasen por menos, ni tecnologías que robasen empleos. Un sistema que fuese más amable contigo. Que te acostase a dormir y te diera las buenas noches.
Un irrealizable que tenga un punto medio en la que los ricos, ese 1%, los dejase vivir sin sobrevivir, como era antes y se lo creían. Uno que no va a volver y cuyo problema para Trump es que la mera realización de su promesa lo pone ante las fieras a las que le rompió la credibilidad del sistema, pero no les quebró la fuerza.
Su propuesta de proteccionismo a ultranza es inviable económicamente en un mundo globalizado, y la globalización es inviable socialmente sin el uso y abuso de la fuerza. Una encrucijada que aún nadie quiere reconocer: la de un capitalismo inviable, donde no hay adónde ir, y la de un descontento movido por sus propios ricos descontentos.
Trump como Barney sólo es un personaje, un espejo del empobrecimiento y el embrutecimiento, y el sinónimo del fin de una era en la que había inamovibles y una cultura de lucro que se retroalimentaba a sí misma sin cuestionarse, ni entenderse a sí misma. Lo que sigue a la imagen del borracho de Barney volteando la mesa llena de botellas es a la vez impredecible, como un meme de la época.

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