HACE UN AÑO, A UNA AMIGA LE DIAGNOSTICARON CÁNCER DE MAMA. ELLA HIZO Y SIGUE HACIENDO LO QUE HAY QUE HACER CUANDO ESO PASA. EN OCASIONES, LA ACOMPAÑAMOS. ESTA VEZ FUIMOS HASTA BOCONÓ, EN EL ESTADO TRUJILLO. DESPUÉS IREMOS A PROBAR LA AYAHUASCA
POR GUSTAVO MÉRIDA • @GUSMERIDA1 / FOTOGRAFÍAS MERCEDES CHACÍN Y YANIRA ALBORNOZ
Ella es porfiada y serena, aunque le tiemblen los labios cuando la emoción le sobrepasa, que es algo que no a todos nos pasa. En el medio del río (un riachuelo, para ser precisos) ella, sentada en una piedra y con los pies dentro del agua mientras la ve correr, del mismo modo que se mira cuando uno se queda absorto mirando al fuego, o al amor, respondió: “En nada”. La Nada de su respuesta lo es Todo en medio, también, de todo el silencio que rodea y bordea a Boconó. “¿En qué piensas?”, le pregunté mientras la miré abstraerse, tan pero tan lejana de esta realidad cotidiana y bulliciosa que parecemos, a veces, tanto trujillanas como caraqueños, habitantes de dos países distintos, dos comarcas separadas por la angustia, por la atemporalidad y el silencio. Mientras escribo, mañana será 19 de abril; mientras usted lee, han pasado cuatro días y cinco noches de ese día, pero 207 años después. Es un ir y venir entre ese estado de calma absoluta en el riachuelo de la Laguna de Los Cedros, donde ella se mojó los pies y donde olía con ese olor que llena a Trujillo, tierra “de santos y sabios”, según reza el cartel, y este estado de ganas contenidas, de ánimo de 18 de abril, de discursos trasnochados y amaneceres definitivos, de suposiciones de traición o de bienvenidas y, cómo no, de futuros sin adjetivos.
NIQUITAO
Un tipo a caballo me mira desde la altura que se mira a un tipo asomado por la ventana de un Chery.
Un Chery es un auto chino que se ensambla en Venezuela, que cuesta unos dos millones de bolívares, nuevo, y se vende en unos diez millones, usado.
Al tipo a caballo, como a la mayoría (no a todas) de las personas en Trujillo que respondieron a la pregunta, le parece que la vaina está arrecha, que no alcanza, que estamos jodidos. “¿Y ese caballo?”, pregunté otra vez, viéndole en contrapicado, viendo de cerca el temblor en la piel del caballo para espantar las moscas, viendo el cielo. “Lo compré hace poco”, dijo con su acento trujillano, el mismo de la mayoría, que no todos tenían. Y así, viéndole de abajo a arriba y él viéndome de arriba a abajo, supimos que el caballo le costó casi un millón de bolívares, que mantenerlo cuesta casi 150 mil por mes, que lo usa para pasear, que su hijo está muy contento con el caballo, que la vaina está arrecha, que no alcanza.
DIGRESIÓN
En Colombia han dicho que nosotros somos los culpables del contrabando de gasolina y de todo lo demás: los obligamos a delinquir con nuestro modo de concebir la vida, porque ellos no la pueden concebir así. Por eso nunca van a derogar la resolución que legaliza el contrabando: estamos jodidos porque ellos no pueden concebir algo. Entonces, tenemos que ayudarles.
Podemos empezar con los seis millones que viven aquí; se supone que la labor es más fácil, porque están aquí y no están allá, donde no pueden concebir. Algo pasa allá.
Trujillo está tan cerca de allá como de acá. Un abuelo de allá, de Boconó, también se queja de lo mismo de lo que pudiera quejarse uno de acá, de Colombia. Digo, si es uno de los que se vinieron de allá, de Colombia. Que es lo mismo que si fuera aquí, si se mira bien.
ELLA NO VIO AL DOCTOR PERO DEJÓ SU MUESTRA PARA SABER SU ADN. ELLA HACE LO QUE SE TIENE QUE HACER Y EN ALGUNO DE ESOS VIAJES DE SANACIÓN VOLVEREMOS A ACOMPAÑARLA, POR AQUELLO DE LA AMISTAD O DE CONCEBIR LA VIDA DE UN MODO DISTINTO
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SERMÓN
“Y en otras ocasiones yo he dicho aquí, en este lugar, la diferencia entre mirar y ver, entre oír y escuchar”.
Es parte de un sermón de un cura en Niquitao, al atardecer. La iglesia está medio llena. O medio vacía. Él, sin acentos, habla de la fe, de la santísima trinidad y un niñito empieza a llorar el llanto de la misa de pueblo que todavía somos, porque los púlpitos siguen siendo los mismos.
AMÉN
En la plaza Bolívar de Boconó no sobra la sombra al mediodía del viernes 7 de abril. Es una plaza llena de gente joven y de pocas palomas. A todo el mundo le quedan las piernas colgando en esta pared donde todo el mundo se sienta y donde también está sentada Carla Rojas, que tiene 21 años y le gusta la tranquilidad de su pueblo y le disgusta esperar para estudiar lo que quiere. En la biblioteca pequeña del pueblo que puede ser cualquiera solo estaban dos grupos de muchachas y ningún muchacho. Ninguno. En la plaza, unos jóvenes de El Vigía disfrutaban la sombra en Boconó con las piernas colgando, como la mayoría. Mientras, quizá a la misma hora pero en otro lugar desde donde se ordenó que sucediera eso, Trump se reunió con el presidente de China después, o antes o durante, no importa, que 23 de los 59 misiles Tomahawk usamericanos destruyeran una instalación militar en Siria.
El cura del pueblo que es Niquitao siguió su sermón, con ese tono paternal que se oye tan extraño en la voz de un tipo tan joven. “Y caen en una confrontación que a mí me diera pena: ponerme a discutir con una persona que sabe de lo que está hablando cuando yo no tengo ni idea de lo que estoy hablando”.
El abuelo trujillano se queja de todo, igual que el tipo con su caballo nuevo, si es que se puede decir así. El abuelo vende la miel embotellada por él mismo en su apiario “que está allá abajo” —y la vista se pierde entre lo verde— y tiene un pipote de maíz enorme que muele cuando quiere. “Y tengo lechosas, cambur”.
Y el nieto llora si la mamá se lo quiere llevar, porque a él le gusta jugar en la montaña. Y el carajito viene corriendo y saluda con su sonrisa de niño que no ve tanta televisión y se va corriendo. “Mi hija está casada y vive en un edificio de esos de la Misión…”
Y las quejas iban y volvían como cualquier estallido de esos que pasan en cualquier país que no es ninguno de los dos en los que vivimos los venezolanos, como la explosión en Egipto que mató a 45 que estaban en una iglesia, como cualquier iglesia, como cualquier gente, como cualquier muerte. Las esquirlas acribillan.
Dos días antes de mañana, 19 de abril, que ya pasó, pero hoy que es 18 de abril no sabemos qué pasó, Jorge Rodríguez llamó a la actuación del presidente del Tribunal Supremo de Justicia y de la Fiscal General. Pedía justicia. Solamente.
En México han muerto a tiros, acribillados, más de cien periodistas. Acribillar es un verbo que significa “abrir muchos agujeros en algo”.
En Boconó, sobre el río Boconó, el puente tiene cuatro canales y dos aceras en las que cómodamente pueden caminar dos personas que, si quisieran, se tomarían de la mano. Ninguno de esos periodistas mexicanos puede venir a conocer Boconó; esa es la razón de nombrarlos aquí, mientras el gobierno mexicano se ocupa de nuestros asuntos; es igual que el gobierno colombiano. Aquello de que la mejor prueba de la integración de estos tres países era que en Venezuela los mariachis son colombianos, ya no es prueba ni significa nada, ni aquí en Caracas, un día antes del 19 de abril, ni allá en Boconó, durante un viaje de sanación que ella concibió. De Caracas a Boconó hay unos 500 kilómetros. En San Carlos, estado Cojedes, “el mango está maduro”, dice ella mientras mira por la ventanilla del Chery gris cuando venimos de regreso. O cuando íbamos. Boconó o Colombia. México o Caracas. Un viaje de sanación está lleno de silencios cómodos, de esperanzas definidas, de solidaridades sin fronteras.
En Caracas, mientras escribo, todavía no es 19 de abril y el presidente Maduro inaugura la plaza Bolívar del estado Vargas. No se sabe si tendrá tantas palomas como la de Caracas ni tan pocas como la de Boconó; lo que sí se sabe es que la estatua escuestre recién inaugurada no tiene pupú de palomas. En Bogotá también hay una plaza de Bolívar y un palacio de Nariño y un gobierno que no concibe y, solo por eso, avala (o garantiza, que es lo mismo) que los contrabandistas colombianos puedan delinquir y que si queremos que nos dejen de joder, tenemos que dejar de concebir. Mientras, hay más de seis millones de colombianos y colombianas viviendo aquí, entre Boconó y Caracas, poco más, poco menos. Y México está llena de fosas comunes.
SANAR
Ella no vio al doctor pero dejó su muestra para saber su ADN. Ella hace lo que se tiene que hacer y en alguno de esos viajes de sanación volveremos a acompañarla, por aquello de la amistad o de concebir la vida de un modo distinto. No sabemos, con precisión, cuándo y dónde se inician los viajes de esa naturaleza, porque eso, también, es un asunto íntimo. Hay cosas que no se tienen que decir, hay cosas que tenemos que hacer. Hoy, mientras escribo, no es 19 de abril. Hoy, mientras usted lee, han pasado cinco días y cuatro noches, en Boconó, en México y en Colombia.
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