sábado, 28 de diciembre de 2019

Hallaca hago yo, pa’ que sepan


Luego de leer nuestras crónicas publicadas la semana pasada en esta misma página, el mentor, amigo y padre de varias generaciones en este oficio, el avezado periodista Julio Barazarte, hizo saber un par de asuntos: 1.- Dejará de echarse palos por el centro por temor al fantasma del Enano de la esquina de La Torre de la Catedral (él sabrá el porqué) y 2.- Sugirió ciertas observaciones técnicas para enriquecer un poco la historia acerca de nuestro manjar decembrino, la multisápida hayaca o hallaca.
Apunta el veterano de las letras que el vocablo hayaca viene de los días de la Colonia cuando los aborígenes y negros estaban en situación de esclavitud. Explica que algunos estudiosos de la lengua como los profesores Alexis Márquez Rodríguez (obra Con la lengua) y Pablo Ramos Méndez (obra La lengua en salsa), entre otros, coincidieron en sus escritos que entre noviembre y principios de diciembre de cada año llegaban los barcos de España (y de otros sitios lejanos) con cargamentos de comida para las festividades navideñas, entre ellos aceitunas, alcaparras, pasas y otras especies que en pocos sitios (o casi ninguno) de América se cultivaban.
Asevera que era el “sobrado” (o los restos) el que le daban a los esclavos (y a los aborígenes que eran mano de obra en la fuerza laboral a favor de los grandes señores) y estos procedían a preparar masa con maíz, (y un guiso con) carne vacuna o de cerdo y a veces jamón del que le sobraba a sus amos o dueños y lo envolvían en hojas de plátano o de cambur, según tuviesen al momento.

Elementos de acá y de allá

Se decía que era un plato hecho con productos de allá y de acá. Como en efecto era y es. Un híbrido total al igual que sucedió con otras áreas de la vida cotidiana, cultural y hasta familiar cuando se cruzaron las razas y dieron origen a este mestizaje que somos hoy los venezolanos (y los latinoamericanos en general), como lo explicó Arturo Uslar Pietri: “En ella están: la pasa y la aceituna de romanos y griegos, la alcaparra y la almendra de los árabes, la carne del ganado de los capitanes pobladores de Castilla, el maíz y la hoja del bananero de los indios”.
Coincide nuestro crítico con el cronista Juan Ernesto Montenegro, al indicar (tal como lo advirtió el misionero italiano Filippo Gilij), que hay pronunciaciones indígenas que se oían como yayaca, pero con el tiempo se pronunció hallaca o hayaca. Indicó el jesuita itálico en uno de sus textos que los Otomacos conocían la yayaca (como la llamaban los españoles): “El pan de maíz me trae recuerdo de la yayaca que es un panecillo alargado de harina de maíz que suele hervir envuelto en hojas…caliente no es malo…” Pues, claro que no, don cura. Y eso que no habla de las divinidades mezcladas de sabores, colores y olores que se cuecen según la sazón criolla.
Explica nuestro amigo que el profesor Pablo Ramos Méndez escribe en el primer tomo de La lengua en salsa: “¿Sabe usted que en buen castellano hayaca se escribe con y? En general los nombres indígenas no usan la doble l, o ll: tepuyes, auyama, yuca y guayuco, son algunos ejemplos de este aserto”.
Otras explicaciones quizás no tengan nada que ver con nuestra tradicional rompe dieta. En el texto Lexicon o Vocabulario de la Lengua General española del Perú, de fray Domingo de Santo Tomás, publicado en 1560, se asegura que la palabra hallaca es de origen quechua y significa un pollo tierno “generalmente, antes que tenga pluma”.​
Ello evidencia que esta etimología no está ligada a nuestra hallaca. Por su parte, Marcos Augusto Morínigo en su Diccionario de americanismos (1985), también relaciona la hallaca con el ayacá de las lenguas tupí-guaraní, en mención a bulto e incluso cesta según el guaraní suroccidental.
Cierto es que la hallaca es más criolla que una locha, que las hallacas más sabrosas las hace mi mamá, y que, como también se dice en tono de chanza, hallaca hago yo…
Ciudad Ccs/Luis Martín

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