Franz De Armas
El pasado primero de diciembre, el Diario Panorama publicó un extraordinario editorial, en el que calificaba al 2019 como "el peor año de nuestra historia" y exhortaba a los responsables, -el gobierno de Nicolas Maduro y sus oponentes- a encontrar un acuerdo político que permita a los venezolanos, adentrarnos al próximo año con la certeza de ingresar al año, década y siglo que nos merecemos. Por supuesto que nos unimos a estos deseos, aunque desafortunadamente, el hecho de que Venezuela afronte el inicio de un siglo, con décadas de retraso en nuestra historia, no es nuevo.
Ya el 3 de julio de 1811, mientras el Congreso Constituyente y la Junta Patriótica debatían intensamente sobre la conveniencia o no de la independencia declarada el 19 de abril del año anterior, los titubeantes Juan Germán Rocio y Francisco Isnardi, denunciaban "...la larga serie de males, agravios y privaciones que el derecho funesto de conquista ha causado indistintamente a todos los descendientes de los descubridores, conquistadores y pobladores de éstos países", mientras que el apasionado joven Simón Bolívar, catalogaba a las dudas y la calma por la independencia, como "...tristes efectos de las antiguas cadenas" , denunciando los tres siglos de Colonia, como 300 años de calma.
Ciertamente, los 318 años que duró el coloniaje español sobre la Capitanía General de Venezuela pueden considerarse nuestros primeros 3 siglos perdidos, si se tienen en cuenta las aseveraciones de los independentistas y el hecho de que haber sido conquistados por España, -que para dicho periodo estuvo en guerra con Inglaterra (1585-1604) y Francia (1635-1659 y 1808-1814)-, nos impidió asimilar la revolución industrial y el Iluminismo. Esto último, puede considerase el anclaje al semifeudalismo en que nos mantenemos hasta hoy.
Luego nos gastamos el primer trienio del siglo XIX en fraguar y concretar nuestra emancipación. El resto de dicha centuria lo consumimos en una guerra fratricida movida por caudillos, que nos costó más muertos que la independencia misma y sembró las bases para el absolutismo Castro Gomecista, que consumió igualmente las tres primeras décadas del siglo siguiente.
Cuando Rómulo Betancourt y sus compañeros formularon en 1931 el Plan de Barranquilla, precisaban adentrarnos en la modernidad, luego de lo que ellos llamaron el siglo perdido, ante lo cual demandaban el fin del militarismo, el otorgamiento de tierra a los campesinos, la educación universal, el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y el combate a la corrupción.
Ciertamente, Betancourt llego al poder de manera estable 27 años más tarde, luego del derrocamiento de Pérez Jiménez y sus aliados lograron mantenerse alternantemente en él, gracias al Pacto de Punto Fijo, expulsando a los militares del monopolio imperativo que disfrutaron durante más de 125 años, luego de morir Bolívar.
La renta petrolera, no obstante, posibilitó el alcance parcial de los objetivos materiales formulados en el Plan de Barranquilla y hasta 1983, que un número importante de nacionales obtuvieran un alto estándar de vida y consumo.
Cuando nos adentramos a la tercera década del siglo XXI, estamos a punto de repetir la tragedia que vivimos los dos siglos previos, es decir, entrar de nuevo, al siglo, con 30 años de retraso, después de 318 años de Coloniaje.
Es decir, en realidad llevamos 527 años en los que no vivimos la modernidad y con ella, las 4 grandes revoluciones humanas, todo lo cual evidencia que la brecha de nuestro tiempo afectado es en realidad de siglos, más que de décadas o años y por tanto, mucho mayor, el tamaño del salto, que debemos dar, para retornar del atraso.
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