por Carlos Aznárez
En Venezuela y
el continente no son tiempos para posiciones tibias ni edulcoradas. El
imperio y la derecha regional vienen con todo y ya no hacen falta más
pruebas sobre qué es lo que buscan y por qué están dispuestos a utilizar
todos los medios posibles para lograr sus fines.
Lo cierto es que en varias de esas embestidas a las que nos están
acostumbrando, vienen obteniendo ciertas cuotas de éxito. Se apoderan de
gobiernos, provocan giros abruptos en las políticas que estaban en
curso, y comienzan a aplicar las recetas neoliberales, esas mismas de
los años 90, que habían sido relegadas por la irrupción de los pueblos y
algunos mandatarios que los acompañaron.
Allí está el nuevo mapa latinoamericano y caribeño para demostrar
que la intencionalidad de estos nuevos conquistadores no es temporal. No
podemos mentirnos más ni seguir con discusiones bizantinas sobre si se
acabó o no el ciclo de los gobiernos progresistas. Las cosas son como
son: entre los gobiernos de derecha y los que sin serlo todavía,
coquetean desvergonzadamente con los Estados Unidos y sus aliados de la
Unión Europea, suman mayoría en la región. Las estructuras de
integración regional están paralizadas y casi autistas. Desde la OEA,
ese engendro impuesto por Tabaré Vázquez y José Mujica, llamado Luis
Almagro, cumple prolijamente con lo que le imponen sus propias y muy
reaccionarias ideas y el guión que el Imperio le ha escrito para la
ocasión. La batalla diplomática hay que darla, pero no es la definitiva
ni la más eficaz para no perder terreno.
Tenía razón el Comandante Hugo Chávez, cuando se planteó en su
momento generar estructuras populares de milicias para que junto con las
Fuerzas Armadas Bolivarianas se prepararan para contingencias de
defensa de la Revolución. Lo que hace unos años parecía difícil de
imaginar hoy está a la vuelta de la esquina. El enemigo sabe que
Venezuela no es un terreno fácil de horadar, porque Nicolás Maduro no es
Fernando Lugo, ni el pueblo que lo acompaña estaría dispuesto a aceptar
golpes palaciegos sin lanzarse a la pelea en cada uno de los sitios
donde todos estos años se ha ido construyendo poder popular.
No, en Venezuela todo será diferente a lo que últimamente hemos
visto en Sudamérica. La población humilde, la que emergió como nunca con
el proceso revolucionario sabe muy bien, que el nivel de revanchismo y
odio de la oligarquía es de tal envergadura, que no habrá otra
alternativa que defenderse con lo que se tenga a mano. Tiene mucha razón
Maduro cuando se encomienda al pueblo, porque allí solamente está la
posibilidad de salir airosos de una guerra integral (como ya está
planteada) que no admite un final sin vencedores ni vencidos. Es lucha
de clases sin maquillaje, y los conciliadores, social demócratas,
pacifistas de ocasión u oportunistas están de más. O gana la Revolución o
gana la Contrarrevolución, con todo lo que ello significa.
Por eso precisamente es que a nivel de la solidaridad continental
con Venezuela hay que dejar de lado diferencias y críticas de por qué se
llegó a este momento y encarar tareas de unidad revolucionaria para
evitar, en primer lugar, que Venezuela Bolivariana sea destruida por una
oposición interna que no duda en convocar a la intervención militar
extranjera para saciar su revanchismo, sumado a la acción sostenida del
gobierno de Washington, de sus multinacionales y lobbies de poder, que
están dispuestos a transformar la tierra venezolana en un escenario
similar a los que estamos acostumbrados a ver en Medio Oriente.
Es la hora de los que luchan y no de los que lloran, recordando al
guerrillero Jorge Ricardo Masetti en el 87 aniversario de su nacimiento,
y en ese sentido todo lo que decida a partir de esta instancia Nicolas
Maduro (el comandante en jefe de esta contraofensiva antiimperialista)
es fundamental. Ya ha dado un paso importante apuntando al corazón de
esa Asamblea Nacional espúrea que constitucionalmente ha caído
vergonzosamente en la figura de “traición a la Patria”, pero hace falta
poner aún más el pie en el acelerador y obviar el “qué dirán”. Escuchar
las voces que llegan desde las Comunas y los barrios más combativos,
esos que están dispuestos a formar filas en la línea del frente, no
titubear sobre la necesidad de endurecer la política para salvar la
Revolución. Mandar al demonio a la OEA y sus alcahuetes, como hizo la
Cuba digna de Fidel, exigiendo además la urgente conformación de un
frente de rechazo con los países del ALBA.
Sobran las declaraciones de buena voluntad, lo que hace falta en
tiempos de guerra es saber con cuantos hombres y mujeres se cuenta, y no
esperar que los acontecimientos se precipiten de tal manera que cuando
se quiera reaccionar ya no haya tiempo de hacerlo.
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