martes, 28 de enero de 2014

El derecho inalienable de “mis dólares” por Clodovaldo Hernández


dólares
/Por Clodovaldo Hernández/
Supongo que esto le pasará a muchos chavistas que suelen frecuentar ambientes de mayoría opositora: cuando el Gobierno dicta una medida determinada, los antichavistas de mi entorno me increpan de manera casi violenta, como si yo personalmente hubiese tomado la decisión solo para fastidiarles la vida a ellos, o como si estuviese haciéndome millonario con la aplicación de la nueva política. Esta semana me ocurrió con el tema de las recién decretadas normativas cambiarias.
Desde tempranito noté que me estaban hablando (y escribiendo) golpeado. Como en la tira cómica de Condorito, exigían una explicación y tenía que dárselas yo, a pesar de que de ese tema sé tanto como de chino mandarín. Los escuché con paciencia, sin contestarles nada sustancial. Para no caer en polémicas sin sentido, les dije que una disertación mía respecto a política cambiaria es algo tan pirata como una de Ismael García sobre mecánica cuántica. No les convenció. Estaban furibundos y querían que yo, como su chavista más a mano, les rindiera cuentas.
Les dije que oyeran las explicaciones del presidente del Centro de Comercio Exterior, Alejandro Fleming, que leyeran la normativa cuidadosamente, que le preguntaran a un economista, pero esta gente seguía, con los ojos desorbitados, exigiéndome sus 700 dólares para ir a Miami. Llegué a temer que algunos de ellos sacaran sus cacerolas para obligarme a darles el cupo, como si eso fuera competencia mía.
De esta nueva experiencia con la furia escuálida de clase media saqué la conclusión de que el rentismo está tan profundamente sembrado en la mente de estas personas que ni siquiera están dispuestas hacer un esfuerzo para entender cómo es que hasta ahora han disfrutado de una partecita de la riqueza petrolera.
La misma clase media que tanto denigra del clientelismo de los pobres, los mismos que aseguran que los chavistas van a votar a cambio de una licuadora, creen firmemente que el Estado está obligado a venderles dólares baratos. Muchos de ellos no tienen ni la menor idea de dónde salen esas divisas, pero están convencidos de que les corresponden por derecho inalienable. “Son mis dólares”, dicen y recalcan la palabra “mis” puyándose los pectorales con los dos dedos índice.
Con la obcecación redoblada de quién no quiere ocuparse en aplicar el sentido común, argumentan que en otros países las cosas funcionan de maravilla. “El que quiere viajar, viaja”, exclaman envidiosos. Nunca se han formulado la pregunta de si las personas de su nivel socioeconómico que residen en esas otras naciones de verdad pueden viajar de la manera que suelen hacerlo los ciudadanos de clase media venezolanos; si pueden comprarse en el exterior todos los cachivaches que se compran nuestros compatriotas o si, más bien, andan muy ocupadas tratando de que no les quiten la casa, el carro y el empleo. Tampoco se han puesto a hacer el ejercicio de imaginar cuántos dólares podrían comprar ellos, con sus ingresos de gente honesta de clase media, si la divisa estuviera por la libre, tal como los medios de comunicación y sus consabidos expertos les han dicho que debería ser. Les gusta creer que serían grandes cantidades, tanto que podrían andar por el mundo, de Nueva York a París y de Madrid a Estambul. Yo estoy convencido de que están completamente equivocados, pero prefiero callar porque reconozco que de economía entiendo tanto como de chino. Y porque no quiero nada con la personalidad caceroleadora de estos panas.

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