Las paredes desnudas, una silla de madera y un gigantesco cristal antibalas que cuelga ahí donde debió haber estado la cama de Vincent van Gogh. No hay mucho más en la pequeña habitación del Auberge Ravoux, la pensión a unos 30 kilómetros de París en la que murió el pintor el 29 de julio de 1890, hace hoy 125 años.
Tras el grueso cristal hay un marco del revés en el que se lee “Antes o después, quizá encuentre la posibilidad de hacer una exposición propia en un café”. Este deseo se lo manifestó por carta a su hermano Theo el 10 de julio, poco antes de morir.
La casa Ravoux está en Auvers-sur-Oise, una idílica localidad al noroeste de la capital francesa. A finales del siglo XIX, el pueblo atrajo a numerosos impresionistas que inmortalizaron el pintoresco valle del Oise. También Van Gogh alquiló una habitación allí. A lo largo de 70 días, el paisaje rural de la zona lo inspiró para pintar unos 80 lienzos, entre ellos obras maestras como La iglesia de Auvers-sur-Oise o sus famosos campos de cereales, en los que su potente pincelada amarilla parece amenazar al azul del cielo. Cerca de la iglesia, en el cementerio del pueblo, yacen también los restos del pintor.
Tras el grueso cristal protector de la habitación con el número cinco colgará en algún momento uno de los cuadros de Auvers que hoy se venden por millones. Con ello, Dominique-Charles Janssens, actual dueño del lugar, pretende hacer realidad el último deseo del artista, según lo reseña el portal web del diario El Clarín.
Tras un accidente frente a esta misma casa, Janssens dejó su empleo como gerente del grupo Danone, compró el entonces venido a menos Auberge Ravoux y lo renovó. Convirtió la planta baja en un restaurante para que los curiosos puedan pasar el tiempo en el lugar en el que almorzaba Van Gogh. Amobló la habitación del artista tal y como era cuando éste murió, y nunca se volvió a alquilar. En 1987 fundó el Instituto Van Gogh e hizo del lecho de muerte del pintor un lugar de peregrinación.
La última habitación de Van Gogh está abierta al público desde 1993 y por allí ha pasado hasta ahora más de un millón de personas. Hace ya más de quince años que Janssens instaló el cristal antibalas en la habitación de siete metros cuadrados. Entonces, su intención era que el Museo Pushkin le prestara por tiempo indefinido el Paisaje de Auvers en la lluvia, pero el proyecto fracasó por los reparos del Ministerio de Cultura francés.
Ahora eligió como director científico de su instituto a Wouter van der Veen, un especialistas en Van Gogh. Con él ha diseñado la app y web www.vangoghdream.org, donde todos pueden participar. Pronto, augura, el último sueño de Van Gogh se hará realidad.
“Lo curioso es que prácticamente nadie lo conocía cuando murió”, dice el director del Museo Van Gogh de Amsterdam, Axel Rüger. A 125 años de su muerte, las cosas cambiaron: la cara de Van Gogh ilustra desde camisetas a tazas de té, mientras que en las paredes de numerosas casas cuelgan reproducciones de sus Girasoles y sus obras sirven de inspiración en las pasarelas de alta costura y en aplicaciones de smartphones. Y hay un cuadros suyos entre los diez más caros del mundo (El Retrato del Doctor Gachet hoy vale más de cien millones de dólares) .
Aunque no vendió ni un cuadro en vida, los críticos ya habían empezado a ver su obra. En enero de 1890, el francés Albert Aurier dijo que era “el sembrador de la verdad que mejorará el mal estado de nuestro arte”. Casi nadie lo conocía. Todo vino después.
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