Marielys Zambrano Lozada / mzambrano@panodi.com
“No puedo parar de trabajar. Tendré toda la eternidad para descansar”. Esta frase de la Madre Teresa de Calcuta (Uskub, 1910) mostraba la claridad que tenía en su misión de vida: servir al prójimo, con trabajo desmedido, incansable, similar al que realizaron los apóstoles primeros, que dejaron su aliento entero al servicio a Cristo. Ella, piel arrugada, ojos cálidos, diminuta, frágil, vestida de sari blanco de algodón, decorado con bordes azules y alma santa, (que traduce apartada para el Señor, con especial virtud y ejemplo) será canonizada este 2016, así lo confirmó el Papa Francisco el año pasado. Él le puso fecha tentativa al acto de “ascenso” al alma de la beata, el 4 de septiembre como opción para la ceremonia que busca elevarla a los altares.
Su nombre se unirá a los más de siete mil santos que suma la Iglesia Católica, según se desprende del más reciente martirólogo publicado.
La Madre Teresa, en 87 años, dejó un legado de fe, de altruismo, amor, trabajo, paz y ayuda al necesitado. Todo le sumó un enorme prestigio moral, único e indiscutible, pese a los detractores que, increíblemente, también tuvo en vida. Sí, los tuvo. Y muy ácidos contra la monja misionera.
Teresa de Calcuta logró grandeza ofreciendo apoyo desmedido a los necesitados. Un mandato expreso de Dios a la humanidad, no a unos pocos; pero solo unos pocos lo cumplen: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me recogiste, estuve desnudo y me cubriste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a mí, entonces, los justos le responderán diciendo: ‘¿Señor, cuando hicimos todo esto contigo?’ Y el Señor responderá, ‘en cuanto lo hiciste a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste”, una cita del evangelio según San Mateo, capítulo 25, versos 35 al 40.
Ese llamado al servicio lo tuvo desde niña, cuando su mamá la llevaba con frecuencia a la iglesia católica y se sintió seducida por el servicio a Cristo. Ella, pequeña, cantaba en el coro de la iglesia con voz de soprano (las más altas notas en canto) y luego se anotó para ayudar en una congregación mariana.
Su nombre se unirá a los más de siete mil santos que suma la Iglesia Católica, según se desprende del más reciente martirólogo publicado.
La Madre Teresa, en 87 años, dejó un legado de fe, de altruismo, amor, trabajo, paz y ayuda al necesitado. Todo le sumó un enorme prestigio moral, único e indiscutible, pese a los detractores que, increíblemente, también tuvo en vida. Sí, los tuvo. Y muy ácidos contra la monja misionera.
Teresa de Calcuta logró grandeza ofreciendo apoyo desmedido a los necesitados. Un mandato expreso de Dios a la humanidad, no a unos pocos; pero solo unos pocos lo cumplen: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me recogiste, estuve desnudo y me cubriste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a mí, entonces, los justos le responderán diciendo: ‘¿Señor, cuando hicimos todo esto contigo?’ Y el Señor responderá, ‘en cuanto lo hiciste a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hiciste”, una cita del evangelio según San Mateo, capítulo 25, versos 35 al 40.
Ese llamado al servicio lo tuvo desde niña, cuando su mamá la llevaba con frecuencia a la iglesia católica y se sintió seducida por el servicio a Cristo. Ella, pequeña, cantaba en el coro de la iglesia con voz de soprano (las más altas notas en canto) y luego se anotó para ayudar en una congregación mariana.
En las biografías que se han escrito sobre ella se expone que, aunque era hija de padres resueltos económicamente (su papá era político que murió cuando ella tenía ocho años), no dudó de su vocación. A los 18 estaba clara sobre su misión de vida: ser religiosa. Y en compañía de una amiga acudió a la Abadía de Loreto, en Irlanda, para aprender inglés, y unírseles. Esa fue la última vez que vio a su madre y hermana mayor. Llegó a Calcuta con 19 años y se cambió su nombre de pila, Agnes Gonxha Bojaxhiu por Teresa, en honor a Santa Teresita del niño Jesús. Su primer desafío: ayudar a los pobres que estaban siendo comidos vivos por ratas y hormigas.
Allí dejaría huellas. Pero en el intento debió amoldar su carácter al de una mujer con temple. Tener corazón noble no basta. Hace falta tener carácter de acero para lidiar con la miseria y no deprimirse en el intento, sentándose a llorar.
“Hoy aprendí una buena lección”, —escribió en su diario—. “La pobreza de esta gente debe ser algo muy difícil para ellos. Mientras buscaba por un hogar caminé y caminé hasta que mis brazos y piernas me dolieron. Pensé entonces qué tanto debía dolerles a ellos en su cuerpo y alma, buscando por un hogar, por comida y por tener salud. Entonces la comodidad (de la Abadía) de Loreto me sedujo. ‘Sólo tienes que decir una palabra y todo será tuyo de nuevo’, me insistía el tentador ... Por mi propia elección, mi Dios, y porque te amo, deseo permanecer y hacer lo que sea que tu santa voluntad me pida. Así que, no dejé que una sola lágrima rodara”, escribió cuando intentaba buscar lugar para la congregación que fundó en Calcuta: Las Misioneras de la Caridad, en 1950.
Dinero. Mucho dinero se necesitaba para ayudar a los harapientos urgidos de la India. Ella debió alimentar su fe para que sus miedos se murieran de hambre en la concreción del proyecto ambicioso. Buscó donaciones, habló con gobiernos, animó a la gente con recursos a sumarse a la causa y lo logró. Veinte años después ya tenía una reputación en Calcuta por haber recogido y ayudado a más de 20 mil personas en condición de calle y moribundos, a quienes los enseñó a leer y les dio asistencia médica (porque también se formó como enfermera).
Esa labor fue conocida en el mundo entero gracias a un documental (Something Beautiful for God) que reseñaba su trabajo, y que fue realizado por el periodista inglés Malcolm Muggeridge.
“No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz”, decía.
Ese documental fue una catapulta para la Madre Teresa. La publicitó tanto, que le dio lo que ella necesitaba: recursos.
Comenzó una lluvia de premiaciones mundiales que también le daban jugosos cheques. Y todo ese dinero que recogía con su imagen era sembrado a las causas misioneras y de ayuda en la India. Hasta el Papa Pablo VI le regaló una limosina que la madre Teresa vendió y obtuvo más recursos.
“Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”, recomendaba.
La cumbre fue obtener el Premio Nobel de la Paz en 1979, así como, el galardón civil de más honra que se otorga en India (Bharat Ratna) un año después.
Cuando lo recibió, los periodistas le preguntaron sobre la Paz Mundial y cómo lograrla. Ella respondió con una frase que se haría célebre por la sencillez de la respuesta y todo lo que encerraba:
“La paz comienza con una sonrisa. ¿Qué puedes hacer para promover la paz mundial? Ve a casa y ama a tu familia”, sentenció.
Comenzaron a llamarla la “Santa de las Cloacas”, porque su trabajo se enfocaba hacia “los más pobres entre los pobres”. A la par, sus críticos arremetían artillería buscando frases y creencias que ella soltaba para golpearla duro. La atacaron por su posición de que la pobreza acercaba al hombre más a Dios. También porque decía que el sufrimiento de una enfermedad era un beso y una caricia de Jesús. Fue atacada por su posición contra el aborto y contra el uso de pastillas anticonceptivas. Y también llevó pedradas verbales por aplicar el bautismo cuando la persona está muriendo, con o sin su consentimiento, entre otros puntos.
Entre sus más feroces críticos estuvieron Christopher Hitchens (un periodista inglés ateo), Michael Parenti (historiador e intelectual estadounidense), Aroup Chatterjee (escritor de una biografía muy crítica sobre la monja misionera) y el Consejo Mundial Hindú. Paradójicamente, todos ellos fueron notorios en el mundo porque hablaron mal de ella. En sus hojas de vida comienzan con su ocupación y que fueron detractores de la Madre Teresa.
Para el ocaso de su existencia las dudas y las crisis de fe no se hicieron esperar. Algo que no debió ser juzgado. Porque si hasta el Señor dudó en la cruz del calvario, cuánto más una simple mortal. Por eso fue criticada, e inclusive, le fue mandado un sacerdote a exorcisarla. Solo Dios supo sus temores y diatribas. Un pedacito fue lo que trascendió. Si por sus obras los conoceréis, la Madre Teresa, antes de morir de un paro cardiaco en 1997, dejó más de 517 misiones de ayuda en más de 100 países. Y la primera misión internacional fue en Venezuela. “El que no vive para servir, no sirve para vivir... La mayor enfermedad, hoy día, no es la lepra ni la tuberculosis. Sino mas bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos”.
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