sábado, 27 de septiembre de 2014

CRÓNICA / Cristi, el sacapuntas y el reino de “Mier… ami”


chavez9Carlos Machado Villanueva / El Peatón
Aquel día mi pareja y yo nos sentamos a almorzar en una de las mesas de una de las tantas Arepera Venezuela  que aún quedan en Caracas, de las tantas que ordenó abrir Chávez. Nuestra comensal acompañante comía lentamente imperturbable y hasta indiferente de nuestra presencia; y si alguna respuesta daba a nuestros intentos de confraternizar con ella, esta no pasaba de un mohín al principio silencioso de asentimiento o negación a nuestras palabras. Pero de repente su vozarrón estalló al sentir el acicate de alguno de nuestros comentarios: “Yo como lento ahora porque trabajé 40 años y comía apurada, ya estoy jubilada, y puedo vivir y comer tranquila, tengo mi casa, y ayudó al que pueda ayudar”.
Cristina, o Cristi, como también le gusta que le llamen, nos pondría así sobre a pista de su recia y rica en experiencias, personalidad de caraqueña , de la Candelaria, de la Esquina de Monroy para más señas, que aunque no nata pues llegaría de nuestro Birongo de “tabaco, ron e invocaciones en lengua africana” con apenas un añito de edad, sí por sus salidas tan caraqueñas de antes con aquellas interjecciones tan vernáculas de “¡Umjúh!, ¡Ajah!, ¡Si, no, si así es!” que van preparando a su interlocutor para su metralleta de expresiones, pero sobre todo de su visión de mujer de  un poco más de 70 primaveras a las que como dice “ a mí no me caen a cuento. ¡No, uh, qué va!
“Así es. Es gracias a ello que yo conozco a las personas apenas tenerlas al frente”, dice, cuando, le comento que gracias a su trabajo de 30 años como bibliotecaria en la biblioteca del Seguro Social especializada en psiquiatría y psicología, debe tener ojo clínico para saber con quien habla.
De pronto a razón de no recuerdo qué comentario nuestro, comentó que al regresar a Venezuela después de vivir con su único hijo “Dularte Supita”en Madrid, comenzó a escuchar en el círculo de sus amigas de la clase media-media clase de su cuadra la lamentadera: ¡Ay, Cristi, que si estos rojos-rojitos pa´allá, o que si pa´acá!”.
“Ay, chica, qué rojo-rojito y que nada, yo lo que sí sé es que menos mal que esas mier… que gobernaban este país se fueron pal´ carrizo de una buena vez. Nosotros tenemos un país hermoso, con riquezas, con gente buena y trabajadora, como es que alguien que se dice venezolano o venezolana puede decir aquí o en el extranjero que este país no sirve pa´nada”.
“Tú estas clarita, Cristina”, le dije y me respondió, “¡Ah, te distes cuenta!”. Ya entonces no pararía de hablar y de hacer sus graciosas muecas, lo que con su cenizo cabello “enchurruscado” como los del que ella llama “mi primer hijo”, cruzado por una cinta negra, de esas elásticas, que los mantiene aplacado contra su rebeldía negra al orden del peine o el cepillo, le conferían un aura  agradablemente mágica, seductora, ello a decir por lo alelados que la escuchábamos hablar mi pareja y yo.
“Ustedes me ven esta blusa, este pantalón, pues tienen conmigo tres años desde que mi mamá murió. No, mi amor, yo cuido mucho la ropa, yo sé lo que es la pobreza. Cuando me jubilé hace 15 años, como no sabía cuando me iban a pagar todas mis prestaciones, me compre seis vestidos y conjuntos con pantalón. Todavía tengo tres sin cogerles el ruedo en el escaparate”.
Lo que vendría a continuación de parte de quien ahora pasaría a ser Nuestra Cristi, para no hacer largo el cuento, fue una andanada  de anécdotas de su vida pasada y presente que nos pusieron frente a la certeza de estar frente a una mujer venezolana ejemplar en toda la extensión de la palabra, con una sola línea de conducta en su transcurrir vital, de trabajo, humanismo, solidaridad y honestidad.
“Yo no me voy de mi país. Venezuela de todo”, dice cuando mi pareja le pregunta si no volvería irse a Madrid. “Por allá andan con las franelas desteñidas y los bluyines desgastados”, comenta de los opositores con os que se topó durante su estadía en la capital española, y con respecto a los que viven y atacan a Venezuela desde la ciudad de Miami, dice jocosamente, “yo no la llamó Maiami sino Mierdami”.
“Todos ellos son un solo. Ahora vienen con la hipocresía de que quieren trabajar con Maduro. Cómo se les va a creer a ellos que robaron y robaron”.
Recordó como en un dispensario de Petare regentado por un alcalde copeyano en el que debió ir a trabajar para poder aumentar sus ingresos y ayudar a criar 4 hijos de sus hermanas, una médica la criticó por sus constantes quejas contra el latrocinio en el local dispensador de salud. “Porque ellos (esos médicos) hicieron el juramento de hipocresía, no de Hipócrates”.
“Los Mendoza, los Bermúdez, los Ocariz, y ese que gobierna en Miranda son la misma vaina. Yo no me iba a callar. Porque yo vine a trabajar aquí por hambre. El que no sabe, pobrecita, a mí me daba una lástima. Yo hablo lo que sé, porque no fui ni permisóloga, ni reposera, ni constanciera. Ni me traje nada robado para mi casa “.
Cris recuerda cuando una compañera de trabajo le dijo con tristeza, “Ay, señora Cris, qué va a pasar cuando se lleven todo”, ella  expresa con un dejo de repugnancia hacia aquel cuadro de corrupción por ella vivido, “Hasta el sacapuntas se llevaron. ¡Ay papá si mamá no sabe!”.
El momento conversativo –perdonen mi invento Lingüístico- que por derivación espontánea debía llegar, llegó.
“Yo he querido visitarlo en el Cuartel de La Montaña. Pero no… -la voz se le quiebra y las ganas de llorar afloran en Cris”, pero son se deja vencer por el dolor que aun siente por su partida, y prosigue, “Porque el nos educó. Yo no sabía lo que era un llevadero y por el hoy lo sé”, refiriéndose a aquellos días del criminal paro-sabotaje petrolero propiciado por los opositores al presidente Chávez.
“Yo digo ahora que tengo dos hijos, Hugo y Dularte Supita. Mi único hijo se pone celoso. ‘¿Qué es, mamá!, me reprocha juguetonamente’, pero yo hoy se lo digo a quien sea y donde sea, y también digo:¡Quien se meta con Hugo Chávez se mete con mi mamá, carajo”.


Antes de despedirnos, nos narró sus peripecias como una de las “Abuelas de Chávez”, aquellas mujeres adultas mayores que incluso en los momentos más difíciles le siguieron y le enviaron sus bendiciones de madre, bien cara  cara, o bien desde abajo de una tarima en uno de sus innumerables actos de masa, o desde abajo del balcón del pueblo.

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