Las pimpinas no están en el pensum /REPORTAJE. Estos chamos venden aproximadamente 15 puntos de gasolina y se pueden ganar hasta 20 mil. En el año escolar 2011-2012 desertaron 9.935 niños de la educación primaria y 151.998 de la media.
Un niño pequeño y muy delgado, corre por el borde de la carretera Troncal del Caribe. Entre cujíes, el infante da saltos en tropel de manera circular. Su cabellera seca y pajiza, contrasta con una sonrisa que invita a participar en su juego mañanero. Con sus manos famélicas, sostiene un cartón que muestra un número escrito en bolígrafo. Pregunto: ¿Mil doscientos qué chamo? El niño sonríe y se recuesta sobre mi carro, metiendo el cartoncito por la ventana.
Inmediatamente sale otro, de unos 14 años, aproximadamente, que estaba sentado bajo un cují. En su rostro tiene las marcas indolentes del sol. Al acercarse a la ventana, el olor a carburante se esparce por toda la cabina del vehículo. “Mil doscientos el punto de gasolina”, lanza el adolescente con naturalidad una cifra que lo aleja —como a muchos niños de la guajira— de las aulas de clases. Esa mañana, el precio por el punto de gasolina para la compra era de 1.200 bolívares.
Un punto de gasolina es la medida equivalente a 23 litros del combustible, que luego serán vendidos en Maicao por 28 o 29 mil pesos —con esa cantidad de dinero un venezolano llenaría el tanque de su carro durante dos años y medio—. Segundo, al igual que muchos niños en Paraguaipoa, prefiere estar en la carretera bachaqueando que ir al colegio.
“Mi trabajo es pararme en la vía y llevar a los bachaqueros a tanquear hasta las caletas. Después me regresan hasta el mismo lugar para seguir trabajando”.
La cantidad de combustible que vende Segundo varía. Depende de ciertos factores, por ejemplo, el cambio diario del peso colombiano y los controles que hacen en el peaje del Rio Limón.
“Si hay mucha requisa se gana poco, pero si no hay revisión la cantidad de gasolina que se compra y se vende para almacenar en las caletas aumenta. Hace una semana, el punto estaba en 2.800 para la compra y 3.200 para la venta” explica Segundo mientras el pequeño niño del cartón juega a ser bachaquero como su hermano mayor.
“Vivo solo con mi madre y mi hermanito. La mayoría de los paisanos no tenemos plata, por eso bachaqueamos. Cuando estaba en tercer grado, veía que los más grandes tenían mucha plata, muchos billetes. Yo pensaba que eran millonarios. Y quería eso, tener cobres pa’ ayudar a mi mamá”.
Para los habitantes de los municipios Mara y Guajira, el aumento de esta práctica constituye un gran aliciente en medio de las precariedades que padecen. De acuerdo con cifras de Instituto Nacional de Estadística, el 70,4% de sus habitantes viven en condiciones de pobreza o pobreza extrema.
La brisa de la Guajira golpea los cocoteros, que en su vaivén emulan a los molinos de viento. Sentado al borde de la carretera, Segundo continúa su relato pausadamente.
“Empecé a ver que los mayores tenían motos y carros. Pensé que si yo aprendía a manejar, podía tenerlo todo. Con un Caprice yo podría hacer viajes a Maracaibo y traer gasolina pa’ ayudar en mi casa. Mis compañeros me decían ‘vamos a bachaquear’. Me invitaban todas las mañanas, y así empecé a faltar a clases porque vi que ganaba más haciendo eso que estando sentado en el salón de clases. Desde las 8:00 am hasta las 6: 00 pm, vendiendo aproximadamente 15 puntos de gasolina puedo ganarme hasta 20 mil, y en un día malo mínimo 10 mil. Mi mamá tiene el sueño de que yo termine de estudiar, pero prefiero dejar la escuela que el bachaqueo”.
En la conversación, él intenta negociar la suma que puede pagar por el tanque del carro. Evidentemente, no tiene la capacidad de otros vehículos que, al modificarlos, pueden transportar hasta 100 litros por viaje. El interés por mantener la negociación desaparece y Segundo vuelve a la carretera para captar más puntos de gasolina.
Según datos presentados durante el periodo escolar 2011-2012 por el Instituto Nacional de Estadística, en el Zulia desertaron 17.843 estudiantes de educación media; cifra muy cercana a estados como Miranda (17.631) y Carabobo (15.766) pese a que dichas entidades cuentan con matrículas más bajas.
El Informe Final MIRA: Alta Guajira- Uribia, publicado por el gobierno colombiano, en febrero de 2014, evidenció que la educación representa una de las prioridades humanitarias dentro de ese territorio, fenómeno que paulatinamente se ha trasladado a la parte venezolana.
A medida que se avanza en la carretera, los niños se multiplicaban, así como la oferta de productos regulados que son escasos en Maracaibo.
De extremo a extremo, la calle principal del poblado está atiborrada de menores de edad, solos o acompañados de adultos que compran o venden gasolina, arroz y hasta cerveza. Al llegar a Paraguaipoa eran las 9: 00 am. A esa hora sonarían los timbres que anuncian el primer recreo en los colegios del poblado.
El sonido de la campana retumbaría dentro de las escuelas colmadas del ausentismo de alumnos y profesores.
En el mercado de Los Filúos, nos espera el guía en el pueblo. Propone ir al terminal del pueblo para buscar algunos productos que necesita en su casa para preparar el desayuno.
El terminal de pasajeros se encuentra detrás del mercado. Una edificación de acabado rústico, que parece más la extensión del mercado de Las Pulgas.
Antes del despliegue de la OLP en Paraguaipoa, la gente tenía quioscos para vender cualquier tipo de productos. Las personas se encontraban tiradas en la acera, así como también dentro del terminal, y vendían los productos que habían adquirido en Maracaibo, a precios regulados. Con el operativo militar, la zona quedo militarizada, y libre de comercios informales.
Entre el tumulto de personas y motorizados que se concentraban en las zona antes de la operación militar, una señora ofreció un bulto de arroz en 7.800 bolívares. Con el ofrecimiento, vino la conversación.
“Soy profesora y tengo que venir aquí a vender lo que pueda y comprar cuando voy a Maracaibo. Los niños no quieren ir a clases porque ven en el bachaqueo la solución para sus problemas económicos. Mi hijo tiene siete años, y ayer me dijo: ‘Mami dame un billete marrón, ni de 10 ni de 20 porque con un billete marrón me compro dos pasteles. Yo quiero ser como esos niños que son millonarios que son bachaqueros. Da tristeza, uno tiene miedo de denunciar esto, pero es muy grave.
Los niños lo ven como un juego, se sienten muy adultos, y quieren comportarse como ellos. Quieren demostrar que tienen muchos cobres para así tener más importancia entre sus amigos”.
“Antes el municipio no era así, es terrible ver cómo se han perdido los valores. Los niños solo quieren trabajar. Prefieren chupar gasolina que ir al colegio. Antes les interesaba aprender, les gustaba leer y escribir. En mi salón hay 25 niños y a veces solo tengo 10 durante la clase. Algunos docentes apenas tienen cinco o seis niños a quienes dar clases. Otro problema que tenemos son los maestros que no van a clases porque también se van a bachaquear. Los niños de tercer y cuarto grado no quieren entrar en clases porque ya ven el ejemplo de los mayores”.
El contrabando de combustible generó un modo de vida, que evidencia la descomposición social dentro de los grupos dedicados a dicha actividad. A este trabajo informal en los municipios fronterizos el gobierno venezolano le puso un freno. El 19 de agosto el presidente Nicolás Maduro ordenó bloquear el linde que marca el puente internacional Simón Bolívar como medida contra el bachaqueo, y le siguió Paraguachón (Estado de excepción en Mara, Guajira y Almirante Padilla) el 8 de septiembre. Sin duda, medidas urgentes.
En 2011, el Consejo Legislativo del Estado Zulia, sancionó la “Ley de Beneficio Social Estudiantil del Estado Zulia” para combatir el problema de la deserción escolar y mejorar la calidad de vida de los educandos zulianos. Sin embargo, el tráfico ilegal de gasolina ha devenido en un problema social, político, económico y educativo, que no puede ser resuelto solo con proyectos legislativos como este que profesen la equidad, la pertinencia social o el desarrollo integral de los servicios educativos en nuestro estado.
“Con 12 o 15 años ya están en el negocio. Con el negocio de las pimpinas un alumno me dijo que ya tiene moto, pero lo triste es que no tiene diploma, no hay futuro. Eso da mucho dinero y por eso los niños se dedican a las pimpinas. Yo les digo que tienen que estudiar para que ayuden a sus papas, y ellos me dicen mientras se tocan los bolsillos: No maestra yo lo que quiero son marrones. Tengo el bolsillo lleno de cobres maestra. Cuando yo era niña quería ser profesional, quería ser secretaria, educadora, teníamos otros ideales, las pimpinas no están en el pensum”.
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