Viggo Mortensen se siente afortunado. Aclamado por crítica y público como un gran actor, apuesta por el cine independiente frente a los grandes estudios. En Madrid, donde vive desde hace unos años, habla de la vigencia de Albert Camus, de su pasión por el club de fútbol San Lorenzo y de los paparazis.
AMELIA CASTILLA/ Especial El País Semanal (2015)
Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) no pasa desapercibido. Habla bajo, como en susurros. De entrada parece serio, hasta un poco antipático, aunque solo se trate de un mecanismo de defensa ante las miradas ajenas. A sus 57 años, luce un físico impecable que realza una camisa de manga corta de cuadros y un vaquero. Su presencia en una terraza del centro de Madrid en plena canícula de julio genera miradas de soslayo, codazos al vecino y movimientos descarados de los más lanzados tratando de observarlo de cerca. El actor promocionaba su nuevo trabajo cinematográfico, Lejos de los hombres, una adaptación de El invitado, un relato de Albert Camus, que se estrena el 2 de octubre dirigida por el cineasta David Oelhoffen. En privado, fuera de las miradas de los curiosos, el actor prepara su mate (lleva todo lo necesario en una bolsa de plástico), enciende un cigarrillo y se torna enseguida como un tipo cercano y con un discurso solvente, más preocupado por la vigencia de Camus o la deriva totalitaria de Venezuela que por las tonterías que acompañan a la farándula hollywoodiense. Pintor, fotógrafo y editor, vive volcado en sus actividades culturales, a las que se añade su pasión por el San Lorenzo de Almagro, el club de fútbol bonaerense al que sigue por el mundo.
AMELIA CASTILLA/ Especial El País Semanal (2015)
Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) no pasa desapercibido. Habla bajo, como en susurros. De entrada parece serio, hasta un poco antipático, aunque solo se trate de un mecanismo de defensa ante las miradas ajenas. A sus 57 años, luce un físico impecable que realza una camisa de manga corta de cuadros y un vaquero. Su presencia en una terraza del centro de Madrid en plena canícula de julio genera miradas de soslayo, codazos al vecino y movimientos descarados de los más lanzados tratando de observarlo de cerca. El actor promocionaba su nuevo trabajo cinematográfico, Lejos de los hombres, una adaptación de El invitado, un relato de Albert Camus, que se estrena el 2 de octubre dirigida por el cineasta David Oelhoffen. En privado, fuera de las miradas de los curiosos, el actor prepara su mate (lleva todo lo necesario en una bolsa de plástico), enciende un cigarrillo y se torna enseguida como un tipo cercano y con un discurso solvente, más preocupado por la vigencia de Camus o la deriva totalitaria de Venezuela que por las tonterías que acompañan a la farándula hollywoodiense. Pintor, fotógrafo y editor, vive volcado en sus actividades culturales, a las que se añade su pasión por el San Lorenzo de Almagro, el club de fútbol bonaerense al que sigue por el mundo.
Con Lejos de los hombres, Mortensen da un paso más en su carrera por el cine independiente. Antes rodó Jauja, y luego, Las dos caras, películas que triunfaron en los festivales sin llegar a romper la taquilla. “Pura casualidad, aunque reconozco que hay más posibilidades de encontrar un buen guion en películas pequeñas. Los grandes estudios suelen arriesgar menos, sobre todo, si hay mucho dinero de por medio”, asegura apostado en la barra. A estas alturas de su carrera, Mortensen se ha ganado a pulso el respeto de la crítica y de un público mayoritario que lo descubrió como Aragorn, el capitán de los montaraces en la trilogía de El señor de los anillos; luego llegarían sus deslumbrantes interpretaciones en Una historia de violencia y Promesas del Este de la mano del director canadiense David Cronenberg, quien supo ver en él a un actor de infinitos registros, incluida una tercera colaboración como Sigmund Freud en Un método peligroso, un personaje en el que al principio no se veía. “Cronenberg cambia tanto de registro que a veces encuentra problemas de financiación por puro miedo, pero deberían promocionarlo para que rodara al menos una película al año, como Woody Allen. Nunca pierde dinero”.
En su carrera no figuran demasiadas comedias. De hecho, en las audiciones en sus inicios, siempre le veían “como al vecino, el chico bueno” de ojos claros, pero se rebeló contra esa imagen. “Me parecía que, en general, en los guiones, los malos o esos personajes un poco siniestros estaban mejor escritos y eran más interesantes de interpretar, pero no me veían así, hasta que hice uno bien; fue un desafío para mí mismo y los productores”.
A este intérprete le gustan los directores con capacidad de hablar, profesionales que no se sienten amenazados por las preguntas de los actores. Él pregunta e interviene mucho tratando de aportar ideas en los rodajes. “Ellos son los capitanes del barco, pero el cine es un trabajo colectivo. David Oelhoffen es igual que Díaz Yanes [quien le dirigió en Alatriste en 2006] o Cronenberg, son inteligentes, saben expresarse muy bien, escriben, conocen la literatura y la historia, no se sienten obligados a mostrar que mandan, te dan energía y confianza, respetan tu búsqueda en relación con el personaje”.
En Lejos de los hombres asumió también el reto de coproducirla. La película se ve como un western en el que, en la Argelia de mediados de los cincuenta, en los inicios de la guerra de la independencia, dos personajes (Daru, un maestro francés, y Mohamed, un joven argelino acusado de homicidio al que debe conducir hasta un cuartel policial) se enfrentan solos a la adversidad, amenazados por los dos bandos, los colonos franceses y la familia local con sus tradiciones ancestrales de sangre. Durante el recorrido por el árido pedregal del Atlas argelino, ambos acabarán por mostrar sus principios éticos y por reconocer sus afinidades personales a pesar de pertenecer a diferentes culturas. Daru, el profesor de origen español que interpreta Mortensen, ejerce una influencia civilizadora como portavoz de un universo con unos valores muy concretos de respeto y libertad. “Yo les enseño a leer”, le espeta a un rebelde que lo acusa de colaboracionista. ¿Se puede huir de la violencia? “Interpreto a un clásico, un tipo que no quiere saber nada de la civilización y que acaba metido en un lío. Mi personaje quiere hacer el bien, aportar algo a la sociedad pero sin combatir, algo que tenga pureza. Busca la vida, pero se da cuenta de que de alguna manera también huye, porque vivir no es solo la búsqueda de la felicidad o de la paz. Hay cosas que tarde o temprano te llegan, como la enfermedad y la muerte o las guerras y los conflictos”, añade con marcado acento argentino. Del papel le atrajo la amistad, tan complicada como inesperada, entre los dos hombres. “Me interesa la raíz sobre la guerra misma y sus consecuencias, pero no se trata de un filme ideológico o político, sino de un viaje hacia el entendimiento. No es activista, no toma bando, y creo que de esa manera puede enseñarnos algo sobre la sociedad actual, una lección que vale tanto para Europa como para Estados Unidos, los países árabes o Israel, donde existen enormes conflictos y tensiones raciales o culturales. Lejos de los hombres ya se ha visto en todos esos países y lo considero un éxito. Ha traspasado fronteras como le hubiese gustado a Camus”.
Antes del rodaje conocía bien a Camus, pero no había leído sus trabajos periodísticos de los años treinta, escritos antes de la II Guerra Mundial, cuando vivía en Argelia. “Leí eso y sus cartas con otros autores. Fue muy interesante saber más e imaginar qué hacía o cómo pensaba, buscar su lado humanista, frente al personaje terco y aislado que protagoniza el relato”. De Camus le atrae especialmente su independencia frente a las inculcaciones políticas, una posición que cobra vida en un mundo que se mueve cada vez más por trincheras. “Solía decir que hay que elegir constantemente, pero sin moverse por ideologías. No temía hacerse amigo de sus enemigos para llegar al fondo de las cosas. Todavía pervive una minoría de la izquierda francesa que no lo perdona por haber criticado a Stalin. Los seguidores de Sartre o Simone de Beauvoir, dos intelectuales brillantes, lo castigaron muy injustamente por la política y creo que por celos. Era popular, vivía su vida sin pedir permiso para opinar y cambiar de ideas. En un momento dado dijo: ‘Soy comunista, pero no puedo aceptar determinadas cosas’. Hubiera dicho lo mismo de Cuba de haberle dado tiempo y hoy de Venezuela. No recuerdo la frase textual, pero decía algo así como que la democracia no puede basarse en las ventajas del totalitarismo. Se atrevió a decirlo y no se lo perdonaron. No vale recurrir a la historia para justificar lo que sucede en cada momento, como cuando en 2006 o 2007 Chávez empezó a cerrar cadenas de televisión, ahí ya la cagó, por mucha razón que tuviera contra el imperialismo americano. Cuando empiezas con la censura pierdes la razón, igual que Fidel Castro”.
Comprometido con el mundo en el que vive, le preocupa la “calcificación ideológica que desprende el actual discurso político. A pesar de tener tantas oportunidades de aprender y comunicarse mejor a través del mundo digital, veo una dureza de puntos de vista sin verdadero discurso. Vivimos en el momento de mayor información de la historia, pero seguimos sin conocer la verdad de las cosas. Tanto los periodistas como la gente con sus ordenadores van a lo fácil, buscan puntos de vista con los que retroalimentarse”. Para combatir esas dosis de sectarismo, procura leer de todo. “Acabo de volver de Estados Unidos y el 99% de lo que se escucha en la radio, si recorres el país en auto, son argumentos de esa derecha absurda que niega que exista el problema climático o que haya un conflicto racial. Todavía dicen que Obama no es americano. Escucho y leo y busco lo que necesito, pero también tomo pequeñas dosis de eso que no me gusta para enterarme”. ¿Escucha sin prejuicios? “Los tengo, pero suelo dejar hablar a los demás, hay que tener cuidado con eso, como lo que pasó en España con las últimas elecciones (las municipales): fue algo positivo, pero cuando se dice ‘ha hablado el pueblo por fin…’, porque en 2011 también habló el pueblo, a lo mejor no les gustó. En Estados Unidos habló el pueblo cuando eligieron a Obama, pero también cuando votaron a Bush”.
Mezcla exótica de danés, norteamericano y argentino, Mortensen, que ha residido en los tres países además de en Venezuela, conoce bien lo que ocurre en España, porque vive en el centro de Madrid desde hace años y aquí organiza su vida profesional. “No me enrollo aquí más que en Dinamarca o en Estados Unidos, que son países en los que he vivido. Me llevo bien con la gente con la que ruedo, pero no soy muy de la vida de la fiesta, no participo en la farándula. Conozco a gente, voy a verlos, salgo al teatro o me encuentro con gente en la calle”. Ha sufrido en primera persona el acoso de los paparazis, primero con los americanos, convertido en Aragorn, pero acabó por cansarlos sin necesidad de recurrir a la espada. Lo mismo que ahora con los españoles, ávidos de conseguir imágenes suyas junto a la actriz Ariadna Gil, con la que mantiene una relación que comenzó durante el rodaje de Alatriste y que posee todos los tintes de una gran historia de amor. “No les doy mucho alimento, ya no encuentran muy interesante lo que hago, que si compro el pan o salgo del veterinario. Son fotos aburridas, no me pillaban nada de mi vida privada. Es molesto que se entrometan en tu vida, pero si es obvio que no te importa tanto o no haces una performance para ellos, después te dejan en paz, acaban cansándose”, añade. Pese a vivir alejado por miles de kilómetros de su hijo, Henry, fruto de su relación con la cantante Exene Cervenka, líder del grupo punk X, mantiene con él una relación constante. El día de la entrevista acababa de regresar de EE UU, una estancia que aprovechó para ver el documental que ha rodado su hijo sobre Skating Polly, una banda punk de Oklahoma (“son dos hermanas de padres distintos que hicieron su primer disco cuando tenían 10 y 14 años”), y en unos días tenía previsto volver a cruzar el Atlántico.
Fotógrafo, pintor, poeta y editor, Mortensen no parece un tipo que busque acomodarse. Le gustan los caballos, viajar y tomar fotos de los sitios por donde pasa. Parte de esas instantáneas, captadas en diferentes lugares del mundo por alguien que adora la carretera, han sido publicadas en Percebal, la editorial con sede en Santa Mónica que dirige con mano férrea y en la que se ofrecen también libros sobre el cambio climático, la economía o la música del momento. Como pintor busca la abstracción y como fotógrafo la mirada se posa en retratos y detalles humanos, pero se centra en la naturaleza y los paisajes solitarios con un destello de luz, a los que acompaña de pequeños textos o poemas, como ‘Un beso de esos’, publicado en Skovbo: “Volé de noche / y me asustó no hallarte / extraño tu luz / tu aire que salva y cura / tengo barba / te aviso / me llena saber de vos / y quiero que lo sepas / respiro con vos / guardo las caricias que me diste / y te las voy a devolver”.
Nunca quiso ser un superhéroe. Prefiere ser un tipo normal. “Las estrellas son cosas del mercado que vende actores y películas y productos. No lo rehúyo, pero me parece aburrido. Hay actores y actrices que tienen muchísimo talento, verdaderos artistas, pero en el momento en que abro una revista o enciendo la tele y los veo vendiendo relojes o café o perfumes, me distrae del trabajo que hacen como artistas”.
Mortensen se siente muy próximo al cine de autores argentinos como el guionista Fabián Casas y el director Lisandro Alonso y la vanguardia de ese país. “Argentina es el país de mi crianza, lo es en el caso de la literatura o la música; además, el cine cuenta con un recorrido interesante, una posición histórica de alto nivel, tanto en técnicos como en actores, aunque también allí, como en otros sitios, la gran mayoría de los guiones o de las películas que se hacen son mediocres. En mi caso quería hacer algo y he tenido la suerte de hacer dos (Jauja y Todos tenemos un plan)”. Con Fabián Casas comparte un blog, Sobrevueloscuervos, en el que los dos mantienen charlas sinceras sin censura. Nació fruto de la pasión de ambos por el club de fútbol San Lorenzo de Almagro y fue creciendo como las charlas con los amigos de verdad, esas en las que uno se va por las ramas y empieza hablando del dentista, el trabajo post morten en la casa de su madre (“el detritus de una vida apagada”) y la respuesta desesperada de Casas agobiado por el trabajo que dan los niños pequeños: “Entiendo que Sylvia Plath metiera la cabeza en el horno”. Sorprende tanta intimidad, expuesta a todo el que quiera pinchar un enlace, en alguien tan reservado y contenido. “Siempre hablábamos así, en un bar, en el auto. Empezamos por el equipo que nos gusta, San Lorenzo; luego una noticia o lo que fuera, hasta que un día nos preguntamos por qué no escribimos esto, conversaciones sinceras, sin censura. Funciona como un desahogo para los dos y una forma de recordar”. Para ellos el fútbol representa el drama del juego: “¿Qué pasa si uno pierde? ¿Sabemos perder los hinchas y los jugadores? Camus habló de España en esos términos, dijo que no iría a España hasta que se fuera Franco. Su generación, hablando de la Guerra Civil, aprendió que no siempre gana el que tiene razón y que el coraje no siempre tiene recompensa”.
Hace suya la frase “San Lorenzo es un sentimiento inexplicable”. “No es fácil explicar lo que nos une. No soy partidario de banderas, fronteras y pasaportes, ni de lealtad absoluta, inflexible, pero reconozco que en el caso del San Lorenzo hay algo particular que comparto con Fabián. Hay cosas que no se explican, están los colores, la historia, las estadísticas del equipo, los jugadores, los nombres, las fechas de los partidos…, pero lo que compartimos va más allá. Hay algo particular que tiene el San Lorenzo que me vincula a Fabián y los hinchas”.
¿Cómo le ha condicionado la belleza? “No lo sé, no lo pienso mucho, te ayuda a conseguir trabajo o no. La percepción del físico depende de muchas cosas, la fuerza del mercado, la personalidad y, sobre todo, el éxito que hayan tenido en taquilla tus películas”.
Viggo Mortensen ni puede ni quiere quejarse. Tanto en España como en Francia o Estados Unidos, ha trabajado con directores de mucho prestigio: “He tenido mucha suerte. Si Lejos de los hombres fuera mi última película, estaría satisfecho. Solo aprendes cuando aceptas desafíos, cuando interpretas personajes que ofrecen retos”
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