Marielys Zambrano Lozada / mzambrano@panodi.com
Sondeando las profundidades de aquella conciencia es imposible no estremecerse cuando queda al descubierto la pasión que la mueve: vivir.
Es Ana Isabel Pineda, una viuda que hoy está cumpliendo sus 86. Ella, en medio del trabajo, vendiendo periódicos desde 1957, hace ya 59 años, ha visto el cambio de rostro de la ciudad que puso a Venezuela en el mapa petrolero mundial: Cabimas.
Una ciudad con cuerpo rural para entonces, y que ahora ya luce más cambiada, por no decir moderna, porque sus calles siguen destrozadas.
Todos los días desde 1957, fecha en la cual instaló su tarantín de pregonera y comenzó a ganarse la vida, hasta hoy, Isabel, como la conocen quienes hacen vida en el casco central de la ciudad, ha escuchado miles de personas que se han sentado en el banco, de madera, curtido, que tiene a su lado para el visitante que quiere tomarse un café y debatir las noticias publicadas en los periódicos que vende, entre ellos PANORAMA.
Fue allí donde conversó con el ex presidente Luis Herrera Campins del cual tiene el mejor recuerdo: “¡Él si estaba bueno! ¡Que mis palabras no ofendan a Perez Soto!”, su marido, llamado Rafael Rosales, pero apodado así porque decían que se parecía a un militar con ese apellido. Isabel enviudó de él hace 28 años. Fue el padre de cinco de sus ocho hijos, uno de ellos muerto también.
“Sentadita en mi banquito vi cuando hicieron las calles del centro, cuando construyeron la plaza Bolívar, cuando tumbaron el Pasaje Sorocaima, cuando llegaron los turcos a edificar sus comercios, las primeras funciones de cine que hubo en la ciudad, cuando construyeron la Catedral, la única que hay en la Costa Oriental del Lago, la caída de Marcos Pérez Jiménez, el movimiento de la ciudad en cada golpe de estado que hubo después, y cuando hicieron la corresponsalía de PANORAMA en la COL. ¡Qué no he visto yo! Estas calles las hizo Caldera”, dice entre risas.
“Un día antes de la caída de Pérez Jiménez estaba solita sentada aquí. No había un alma en las calles. Me fui pal coñ…. ¿Qué iba a hacer?”.
Isabel es tachirense. Nació en San Juan de Colón. Su papá, de origen italiano, no sabe qué pasó con él. Solo recuerda que a los ocho años quedó huérfana de madre y la enviaron sola, en una accidentada travesía –parte de ella en lanchas- a Maracaibo, donde la recibió una tía. A los 12 años se mudó a Valera y de ahí saltó a Cabimas.
Por más de 21 mil 500 días ha abierto su tarantín todos los días en el casco central. Primero en la esquina de la Farmacia Popular, donde el modesto inmueble era de madera y láminas de zinc. Ahí no duró mucho, La sacaron porque le cobraban “derecho de frente”. Se mudó una cuadra más atrás donde aún sigue en pie con un tarantín más moderno, que se lo construyeron en el sector Tierra Negra –un barrio popular al noroeste de Cabimas- hace más de 50 años. Está hecho de hierro y hasta tiene medidor propio para garantizarle electricidad. Debe cinco meses de recibos. Dice que los pagará la semana entrante.
Todos los “porpuesteros” de la ciudad la conocen. Ya saben que se instala allí a las 4:30 a 5:00 de la madrugada y se va a la 1:00 de la tarde.
“Con el uso de internet ya las ventas de periódicos han mermado mucho. Casi toda la gente lee las noticias por la computadora. Pero siempre están los renuentes que le gusta verlo en papel”.
La crisis la ha golpeado. Antes vendía variedad de revistas: Venezuela Gráfica, Novelitas vaqueras, Vanidades, Cosmopiltan, Zeta, Crónicas policiales, entre muchísimas más. También vendía el Kino Táchira, golosinas, cigarros y café. Ahora solo puede vender periódicos y chicles.
Isabel fue testigo de los cambios de moda en las zulianas a quienes ha visto desfilar con pelucas, sin pelucas, con postizos, sin postizos, con telas psicodélicas, con tacones, con sandalias, con jeans bota estrecha, bota ancha, prelavados, minifaldas, con la línea negra pintada arriba del párpado, luego con la línea abajo, y pare de contar. Pero ella siempre anda igual desde 1957: con vestido a media pierna, manga corta, con cuello tipo camisa y dos bolsillos al frente, cocuizas y el reloj adelantado media hora.
Ocho días de escuela no fueron suficientes para que aprendiera a escribir, aunque sabe leer. Aún así, ha estado ligada al periodismo desde hace 59 años. “Los periodistas son amigos míos. A más de uno vi llorar por las presiones a las que eran objeto. Aquí oigo a todos. Yo reparto lo que ellos escriben”.
La municipalidad la ha condecorado en el Día de la Mujer, recibió el botón de la Zulianidad otorgado por la Gobernación del Zulia, un diploma del Club de Leones y una medalla por el Día del Trabajador en la Costa Oriental. Es que en 57 años solo ha faltado al trabajo dos veces: cuando se murió su esposo, y cuando le dio Chikungunya, que la tumbó en cama.
En el 2004 hicieron un Catálogo de Patrimonio Cultural de la ciudad pero su nombre no fue incluido en él. Incorporaron a otros con menos “sabor a pueblo”.
Vender periódicos es su vida, oficio que asegura desempeñará hasta que muera.
Un acercamiento para ir más allá del saludo fraterno que todos los días encuentra, la sorprende. Saber que saldrá en prensa la inquieta y le llena los ojos de “agüita”. Lo agradece. Y hace la observación que de regalo espera lo que siempre pide en Navidad: “Comprame mi botellita de vino. Así sea de cocina. Que de vez en cuando me siento y me sirvo mi poquito”.
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