Por Carlos Aznárez
Director de Resumen Latinoamericano
La esposa y el hijo de Muhammad Al-Qiq se manifiestan por su libertad,
Por favor recuerde su nombre. Se llama Muhammad al-Qiq, tiene 33 años y se está muriendo en la cárcel cumpliendo una huelga de hambre. Es periodista y ejerce la profesión en Palestina, un territorio ocupado y horadado por la violencia del invasor israelí desde 1948. Una nación que ha sufrido todo tipo de atropellos década tras década, y que por estos días asiste a una nueva vuelta de tuerca de la represión sionista contra quienes se rebelan a su dominio. En Gaza y en Cisjordania, miles de jóvenes protestan de diversas formas, y muchos de ellos son asesinados vilmente. Otros son detenidos. Todo ello frente al silencio de la mal llamada "comunidad internacional" o la manipulación de los medios corporativos, que no es lo mismo pero es igual.
Sin embargo, no todos callan. Muhammad Al-Qiq, como haría cualquier reportero que se respete a sí mismo, venía informando día a día para el canal "Al Majd", sobre lo que veían sus ojos y sentía su cuerpo, con sólo dar un recorrido por las calles de Ramalah o de Jerusalén: niños golpeados y detenidos por arrojar piedras contra tanques, mujeres jóvenes asesinadas a las que se les “planta" un cuchillo para justificar el crimen, campos con cultivos de olivos arrasados, casas demolidas por pura venganza, ciudades como Hebrón o campos de refugiadas como Jenín, bloqueados militarmente y su población sufriendo todo tipo de humillaciones.
Precisamente, el informar con objetividad sobre la barbarie israelí, es el “ delito” por el que fue detenido y torturado Al-Qiq hace tres meses en su casa de Ramallah. Numerosas denuncias de organismos de derechos humanos palestinos e internacionales advirtieron que el periodista fue colocado en una posición conocida como la banana -con la espalda sobre una silla y atado de pies y manos por debajo de la misma--, permaneciendo en una posición forzada durante 15 horas en las que sufrió violencia sexual por parte de los interrogadores. Luego de sufrir esas sevicias lo enviaron a una de las tantas cárceles-tumbas que Israel posee para martirizar aún más a un pueblo que no está dispuesto a bajar la cabeza ante su prepotencia.
Pero hay algo más, Al-Qiq, como tantos otros palestinos y palestinas sufre un tipo de detención que se denomina “administrativa", una figura que permite a las autoridades israelíes mantener bajo custodia indefinidamente a miles de “ ospechosos" sin presentar cargos ni iniciar un proceso judicial, como hacen habitualmente las dictaduras militares. Frente a esta injusticia y convencido de que si no luchaba por su libertad su suerte estaba prácticamente echada, este joven periodista decidió ponerse en huelga de hambre el pasado 25 de noviembre, para denunciar al mundo su situación. A partir de ese momento se intensificaron las medidas represivas y de presión contra el detenido. En dos oportunidades, el 30 de diciembre y el 17 de enero, jueces sionistas prorrogaron su encarcelamiento y rechazaron la apelación presentada por los abogados del Al-Qiq. Su situación de salud comenzó a agrietarse, y en un momento las autoridades israelíes decidieron trasladarlo al centro médico de la ciudad israelí de Afula, donde el colega detenido ratificó su voluntad de continuar la huelga de hambre “hasta conseguir mi libertad”. Si esto no sucediera "estoy dispuesto a morir”, expresó.
Muhammad
Al-Qiq ya lleva 64 días peleando por su dignidad, negándose a recibir
vitaminas ni tratamiento médico. Quizás evocando el martirio por el que
pasó hace décadas otro luchador como él, pero irlandés, llamado Bobby
Sands, ha planteado claramente que no quiere que se lo alimente contra
su voluntad. Pero estar preso en Israel significa bordear la orilla del
infierno en la tierra, y es por eso, que le fue impuesto a Al-Qiq otra
forma de tortura. Permaneció cuatro días atado de pies y manos a una
cama, consciente, mientras enfermeros militares le inyectaban líquidos a
la fuerza. Ahora directamente lo han amenazado con empezar alimentarlo
aplicando esta metodología, algo que él y sus defensores han repudiado
enfáticamente.
Desde
Argentina, la tierra que vio nacer y caer en combate a otro periodista
ejemplar como Rodolfo Walsh (ejemplo entre otras cosas, de solidaridad
con Palestina) va este mensaje de urgencia para que en Latinoamérica y
el mundo, allí donde haya personas que crean que los derechos humanos
son una propuesta de autodefensa frente a la barbarie, nos movilicemos
por la vida y la libertad de Muhammad Al-Qiq. Él, con su actitud
valiente pone sobre la superficie un escenario en el cual miles de
presos y presas palestinas, muchos de ellos niños niñas, se encuentran
como rehenes de las tropas de ocupación de su pueblo.
No,
no es una nota más la que estoy escribiendo, sino la expresión
epistolar de un grito de impotencia frente a lo que no debería ser
irreversible: SALVEMOS LA VIDA DE MUHAMMAD AL-QIQ y la de tantos hombres
y mujeres palestinas que viven en estado de excepción.
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