
A partir del siglo XX, el descubrimiento de yacimientos petrolíferos en la capital del estado Monagas hizo que esta ciudad experimentara un amplio desarrollo vial y un crecimiento demográfico con profundas desigualdades sociales.
El oro negro trajo a la geografía monaguense un gran número de inmigrantes nacionales y extranjeros que buscaban oportunidades de empleo, educación y un mayor acceso a servicios públicos, pero también trajo como consecuencia el abandono del campo, la agricultura y la ganadería, principal actividad económica antes de los hallazgos petroleros.
Sin embargo, el éxodo campesino experimentado en Venezuela a lo largo del siglo XX -en busca de la concreción del anhelado sueño petrolero- originó que muchos de estos hombres y mujeres se trasladarán a las ciudades y no obtuviesen siquiera la posibilidad de tener un techo propio. Ejemplo de esto se evidencia en el origen de la comuna “El Rosillo”, cuyos antecedentes datan del año 1999. Provenientes de la misma Maturín, de otras ciudades de Venezuela e incluso desde fuera de nuestras fronteras, un grupo de personas que no tenían vivienda se unieron para tomar las tierras ociosas del Parcelamiento El Rosillo, terreno ubicado al suroeste de la ciudad que estaba en manos de las familias Palacios y Bianchi.

“Tengo más de 12 años luchando en mi comunidad. Yo fui de las primeras que pensé en organizar a todos aquí. Nos fuimos uniendo poco a poco para que nos llegaran los servicios públicos. Comprendimos que a otros sectores les llegaban y a nosotros no porque nos faltaba lo más importante: la organización”.
Organizarse para convivir

Oscar Ramos, comunero y popular pescadero de la zona, habla sobre uno de los proyectos más representativos que hasta ahora como comuna han consolidado y que aún sigue en marcha: el Plan de Transformación Integral del Hábitat (PTIH), impulsado por el Ministerio para las Comunas.

En el desarrollo del PTIH en la comunidad, todos los voceros y voceras integrantes de la comuna colocan su granito de arena para consolidar el sueño de tener viviendas dignas para ellos y sus familias.
Rosmery Brito es una de ellas. Colabora poniendo a disposición su propia casa “para guardar y cuidar los materiales con los que se construyen las casas de todos”. Y es que eso parte de una consigna básica: “Aquí idea es ayudarnos todos, los unos a los otros”.

Pero organizarse y concretar acuerdos que la mayoría apruebe no es tan fácil. Carlos Arias, mejor conocido como “Toto”, lo sabe de primera mano: “al contrario, fue difícil, costó reunirse, costó enemistades, discusiones. La desunión reinaba pero todo este proceso nos enseñó dos cosas muy importantes: la unión y la humanidad”.
Este colombiano de 50 años, que tiene
más de 35 viviendo en estas tierras, llegó a Maturín buscando oportunidades de empleo que no conseguía en su país de origen. “Toto” manifiesta vehemente: “A Venezuela le agradezco todo y sobre todo agradezco vivir la Venezuela actual, la que nos dejó Chávez, la del pueblo organizado que construye, que decide. Ojalá mi país coja ejemplo y cambie”.

Sentado en un tronco de madera, con el sol de mediodía sobre sus hombros y comiéndose un higo, Alejando Lima, habla de los principios de la comuna: “Nosotros aquí queríamos una comuna de verdad verdad, no de papel sino de realidades”. Lima, quien destaca que además del proyecto de las viviendas, en comuna han logrado una escuela y la consolidación de las mini fincas productivas, asegura que “solo el poder popular sabe mejor que nadie cuales son las necesidades de su comunidad y cómo solucionarlas”.
Las mini fincas productivas
La geografía de la comuna El Rosillo es rica en tierras agrícolas y comprende un espacio de 749 hectáreas. De estas, 345 son fértiles, aptas para la siembra y producción de más de 25 rubros.
La mayoría de los hogares de este sector poseen una mezcla encantadora de aromas, que van desde el olor a pasto, a orégano pasando por el malojillo, la flor de jamaica y hasta la leña en la que muchos de ellos cocinan. Y es que esto se debe a que las familias de este sector casi en su totalidad tienen patios productivos en sus viviendas.

La señora Marcela Rangel muestra orgullosa el huerto en el patio de su casa, de cuya producción hace un recuento: “Yo aquí produzco casi de todo, desde mango, guama, tamarindo, flor de jamaica, onoto, quinchoncho, orégano orejón, aguacate, lechuga, pimentón, berenjena, malojillo, albahaca, auyama. Yo aquí siembro todo lo que la tierra me da para sembrar y que sea beneficioso para nuestra alimentación”.
Del mismo modo, Marcela participa en actividades de la comuna: “Colaboro activamente en el consejo comunal, recibo material, superviso las obras, soy beneficiaria y comparto con mis vecinos y con mi comunidad en general todo lo que mi huerto produce”.

Por su parte, Elizabeth Rodríguez, productora de las mini fincas, explica que “el trabajo del productor es fuerte, no es sólo sembrar la mata, es regarla, cuidarla, estar pendiente y esperar con paciencia sus frutos”, y resalta la constancia necesaria para la labor: “Aquí los productores empezamos a trabajar desde bien tempranito y desde luego que hay matas que te dan más trabajo que otras, por ejemplo el tomate”.
El amor a la tierra se siente en sus palabras: “Yo aprendí a sembrar viendo. Mis abuelos eran campesinos de Caripe. Desde p
equeñita me gusta sembrar, eso es herencia, lo llevo en la sangre. Esto me encanta, me desestresa, hace que me olvide de cualquier problema que tengo. Uno aquí quiere tanto lo que hace que hasta mi hijo menor duerme aquí en los cultivos, agarra los cochinos, los inyecta, lava las cochineras”.

De igual modo, Rodríguez destaca la importancia que tienen estos espacios productivos, que considera como “un logro, una ayuda” para todos. “Aquí producimos de todo un poquito, mi niña”, concluye.

La comuna: construir realidades con hechos
La Ley Orgánica de las Comunas define a la comuna como “un espacio socialista que, como entidad local, es definida por la integración de comunidades vecinas con una memoria histórica compartida, rasgos culturales, usos y costumbres, que se reconocen en el territorio que ocupan y en las actividades productivas que le sirven de sustento, y sobre el cual ejercen los principios de soberanía y participación protagónica como expresión del Poder Popular, en concordancia con un régimen de producción social y el modelo de desarrollo endógeno y sustentable, contemplado en el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación”.
En la comuna El Rosillo, todos tienen clara la importancia de esta forma de organización, más allá de una simple palabra, un registro oficial o una definición legal.
“La comuna es la mejor manera de ayudar a la gente. Yo soy comunera porque me involucro en mi comunidad al 100%. Me gusta resolver los problemas que tenemos, que todos vivamos mejor. Yo gano muchísima alegría de ver a mi comunidad bien establecida”, dice Lilibeth Aguilarte.

A lo que la vocera Mallyuris Bandres acota que ser comunera es ser “luchadora”. Por esto exhorta a sus compañeros y compañeras a continuar con el legado de la comuna como nueva forma de organización popular, sabiendo que es una lucha continua en la que no pueden decaer.
El principio zapatista de “La tierra es para quien la trabaja” es patente en el recorrido que han trazado los comuneros y comuneras de El Rosillo. Han convertido unas tierras que estaban ociosas y sin uso social en núcleo productivo. Tal y como lo cuentan sus protagonistas, supieron sortear dificultades a través de la organización, consolidaron proyectos para el bienestar colectivo y han construido su propio sistema de producción y auto sustentabilidad, muy a pesar de vivir en una región obnubilada por el petróleo.
Texto: Natalí González – Prensa MinComunas.
Fotos: Gustavo Lagarde – Audiovisuales MinComunas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario