Comuna El Curarire, estado Zulia
La plaza del pueblo es un hervidero de gente. La calle parece una exposición de motos, estacionadas una junto a la otra. Montado en la pared del monumento que domina el centro, Danis, vocero del parlamento comunal, explica a los casi 100 pescadores –como él- que están copando la plaza en asamblea, los puntos del documento que se está proponiendo llevar a Insopesca, en la capital del Zulia.
“Tenemos que estar de acuerdo porque esto nos perjudica a todos”, dice. “No podemos volver a la nasa, eso llevó a la desunión. Tenemos que cuidar los recursos”, continúa otro pescador, perdido entre la concurrencia.
La comuna “El Curarire” surge, respira y palpita en gran medida gracias a la pesca, uno de los principales ámbitos de producción, junto con la ganadería lechera. Danis Parra nació y se crió en la costa oeste del Lago de Maracaibo, en el municipio La Cañada de Urdaneta. Su padre era pescador, y el padre de su padre antes de eso. Todavía se acuerda, con una sonrisa pícara en el rostro aindiado, de su primera vez en el mar. Tenía 9 años y su padre y su hermano lo llevaron a pescar de noche. La pea le duró todo el día siguiente. Con su timidez a cuestas y los ojos perdidos debajo del sombrero, lidera al sector pesquero de la comuna, y preside la asamblea que determinará los pasos a seguir en el futuro inmediato.
El reclamo al Instituto Socialista de la Pesca y Acuicultura es el siguiente: en 2011 se ratificó, en una reunión anual en la cual confluyen 115 consejos de pescadores de todo Zulia, una serie de acuerdos que buscaban seguir las premisas de la Ley de Pesca reformada en 2008, que prohíbe la pesca de arrastre por su impacto negativo en el ecosistema marino y su biodiversidad.
Algunos de los acuerdos eran: utilizar el palangre en vez de la nasa para conservar el recurso –la nasa es una trampa que se coloca en el lecho marino durante un lapso determinado de tiempo, por lo que es susceptible de ser robada como sucedía frecuentemente en el Lago, y si además no se regulan las dimensiones, se puede capturar indiscriminadamente a ejemplares jóvenes-, establecer tallas mínimas de captura, cantidad de kilogramos semanales y días máximos permitidos para pescar por semana. Sin embargo, en la actualidad la presión de algunos empresarios de la zona está haciendo tambalear esos logros y la posibilidad de que se vuelvan a permitir los viejos métodos de pesca es un peligro palpable, que los pescadores no quieren correr.
La asamblea es la expresión de uno de los sectores más marginados de la comunidad. Los caseríos de las familias de pescadores, mayoría de ranchos de zinc a la vera del Lago, con sus lanchas manchadas de petróleo y aceite, las redes ennegrecidas tendidas bajo las galerías, constituyen una de las zonas más empobrecidas del municipio.
Danis puntualiza las necesidades del sector pesquero: edificar un centro de acopio en el cual almacenar el producto para no tener que vendérselo al privado al precio que fije el mercado, fortalecer la pesca artesanal para desalentar a los empresarios que contratan pescadores y les pagan una miseria, mantener los acuerdos en cuanto a sustentabilidad, y, sobre todas las anteriores, revertir el proceso de contaminación.
Desde la costa, golpeada por una suave brisa, se divisan en el horizonte las torres y las plataformas petroleras, testimonio de la depredación histórica que se hizo del oro negro en el Zulia. “La industria petrolera está acabando con el ecosistema, hay petróleo en la orilla. Todas las noches tenemos que lavarnos con gasolina los pies y las manos. Queremos que tapen esas tuberías. Aparte de los derrames también hay fugas de gas”, dice Danis.
En La Cañada todo se comercializa con privados: se le vende al que más pague. La principal especie que se pesca es el cangrejo azul, del que se capturan cerca de 8 toneladas diarias. El camarón varía entre 1 y 3 toneladas. En cuanto al pescado, Danis habla de aproximadamente 1 tonelada diaria. “Pero al proveedor vos le trabajáis y él vende a un precio y paga al pescador mucho menos. No es la idea venderle al mejor postor. Nuestra idea es otra”. El camino, para ellos, es claro: “Eliminar a los caveros, ser nosotros mismos los caveros, los puntos de venta los vamos a poner nosotros mismos, las relaciones de intercambio también”.
Katiuska Rincón pertenece al consejo comunal “La Gabarra”, uno de los primeros en constituirse, que junto a otros consejos del sector pesquero, dio el puntapié inicial para la conformación de la comuna. Su padre, que vive de la pesca hace 52 años, la sacó al lago por primera vez cuando tenía sólo 7 años. Después, debido a los robos de embarcaciones, la faena se volvió muy peligrosa para una niña, y a partir de allí se dedicó de lleno al estudio. “Cada vez que papi llegaba de pescar en la madrugaba nos levantaba a todos a comer el pescado fresco”.
Kati, como la conocen, cuenta que la vida en comuna le cambió la cara a la comunidad: “Ya no iba a ser un consejo comunal sino una familia, a nivel parroquial. Si una comunidad iba a tener un problema, ya iba a ser un problema de todos, como comuna”.
De profesión productor
Si uno se deja llevar por la primera impresión al ver su metro y medio de humanidad, podría quedar desconcertado. “Lo bueno viene en envase chiquito”, diría alguna abuela, en este caso por lo menos lo activo y lo inquieto. Marylis, una de las voceras que más responsabilidades asume en la comuna, creció siendo una más de 72 nietas y nietos, en una familia de pequeños productores agropecuarios (su bisabuela, una “guajira de manta”, murió a los 114 años). Ella sostiene que el espíritu que la mueve a vivir en comuna lo mamó desde su infancia, en ese compartir entre los nietos y en el día a día de la familia.
“Vivir en comuna viene de nuestros ancestros, y tenemos que rescatar esa cultura, porque es vivir en armonía y fortalecernos unos de los otros. La fortaleza es estar formado ideológicamente, si no tenemos conocimiento de lo que es el socialismo, no sabemos lo que es la comuna, porque la comuna viene de ahí”.
Cuando era joven, Marilys tenía que salir a cortar pasto de las aceras para darle de comer a las pocas vacas que tenían. Incluso la policía se la llevó detenida un par de veces en la plaza del pueblo, donde llevaba a pastar a los animales. Ahora, en su Unidad de Producción Familiar (UPF) -llamada La Flérida-, Marylis tiene ganado bovino, caprino y porcino, aunque el fuerte es la producción de quesos. Ella forma parte de los pequeños productores que recibieron las tierras expropiadas a los Urdaneta, principal familia terrateniente del municipio, en el 2003. Actualmente, el grueso de lo que produce se lo vende a privados, ya que si bien la intención es arrimarle la leche a Lácteos Los Andes, no cuentan con el transporte ni la vialidad adecuada para hacerlo. Por otra parte, el excedente de lo producido en quesos y carne se vende en la comunidad a precios solidarios.
Para Marilys, el fuerte de la comuna, cuyas desigualdades económicas y de desarrollo entre distintos sectores son muy evidentes, es la organización: “Ya estamos constituidos, somos un gobierno local. Ya todo lo que existe dentro de la parroquia es responsabilidad nuestra. Tenemos que contactar los medios para buscar la solución y erradicar esa pobreza”.
La única comuna que existe en el municipio “La Cañada de Urdaneta” es “El Curarire”, con sus 17 consejos comunales: 6 de la parte urbana, 5 de la pesquera y 6 de la agrícola. Cuando comenzaron a moverse para darle forma definitiva a la comuna, en el 2010, lo principal fue el diagnóstico inicial, que tardó cerca de dos años y sirvió para arrojar luz sobre los sectores más necesitados y en situación de pobreza extrema.
A casi un año de constituida legalmente, “El Curarire” es puro potencial. “A la comuna en 5 años la veo con una red de comercialización a varios estados del país. Con sus transportes, con sus vías construidas. Con la marginalidad que ya no va a existir. Vamos a construir las viviendas y a sacar de la pobreza a esa gente que se merece lo mejor”, afirma, decidida, Marilys.
Irwin, otro de los productores que más resultados ha obtenido en estos años, habla, haciéndole caso a los estereotipos reduccionistas, como un zuliano de sangre. Se atraganta con las palabras, de casi todo puede expresarse con propiedad, y lo que no sabe lo dibuja. Nunca deja quieta las manos, se seca el sudor de la frente y gesticula enfatizando cada frase. Un maestro de la retórica.
“No todos los productores estamos agrupados en torno a un consejo comunal, ni tampoco a una comuna: unos sienten indiferencia, otros temor, pero el gran grueso si está agrupado en torno al poder popular”, sostiene.
Irwin pertenece a ese sector de productores que, como Marylis, han logrado prosperar con su unidad familiar y se han integrado a la comuna sobre todo desde el lugar político de la organización. “El aporte nuestro es la autogestión, no es nuestra producción, pero sí es político y social”, explica.
Según él, en el espacio de la comuna se producen 45 mil litros diarios de leche. Sin embargo, el éxito de esa matriz de producción no es extensivo a los sectores pesqueros o al netamente agrícola. “Hasta hoy el Plan de Desarrollo Comunal 2014 se ha traducido a pura teoría, un requisito más para registrarnos, porque no se ha ejecutado el primer proyecto planteado de los 44 que tenemos”.
Entre ellos está la recuperación de una empresa de cría y cultivo de camarones, la puesta a punto de maquinaria agrícola, la consolidación de dos Empresas de Propiedad Social (una bloquera y una textilera que están paradas por falta de insumos) y la construcción de centros de acopio para el sector pesquero y más pozos de agua para el agrícola.
“La comuna es un espacio de oportunidades, de convivencia, es un espacio donde se rompe con los viejos paradigmas y se nos da la oportunidad de emplear otros, los valores que se han minimizado y erradicado, como la solidaridad. Es un espacio donde todos los participantes tenemos la oportunidad de interactuar, de crear, de apoyarnos y ayudarnos”, continúa Irwin, sudando bajo un solitario árbol, única sombra en varios metros a la redonda.
El reverso de la moneda
Carmen tiene los ojos rasgados, sus pómulos marcados y las manos curtidas de tierra. “Llevo la producción en mis venas: me crié en un monte, con gallinas, vacas y cochinos y gatos y perros”, cuenta.
Durante la reunión semanal de la comuna, en la que los voceros de los otros consejos comunales participan y socializan las problemáticas de sus sectores a la manera maracucha, con mucho énfasis, griterío, gesticulación y también risas y chalequeos; ella, Carmen, se mantiene más bien retraída: sus intervenciones son calmas y medidas. Se guarda todo para el día siguiente, cuando enseña el rancho de zinc donde vive junto a su esposo, y el terreno seco y yermo en el cual se levanta su casa.
El consejo comunal “Tagualayuu”, que en lengua wayuu significa “Hermanos míos”, tiene seis años. Cada una de las 42 familias que lo integran tiene su parcela, ganada a fuerza de organización allá por el 2003, cuando el Instituto Nacional de Tierras (Inti) comenzó a adjudicar las hectáreas que le había expropiado en el municipio al terrateniente Rafael Urdaneta, tocayo del prócer.
Pese a ese empuje inicial, los problemas de infraestructura han sido un freno constante para las aspiraciones productivas del sector. Sólo cuentan con un pozo para todas las familias, y el estado de los caminos, que se anegan cuando llueve, ha provocado la pérdida total de más de una cosecha.
Carmen, la mayor de 7 hermanos, hija de campesinos, cabimense, habla con voz firme y tajante: “¿Qué puede hacer un campesino sin casa, sin agua, sin luz, dentro de un fundo lleno de monte, de palos, de cujíes? Nada. Tenemos el potencial de trabajar, el deseo, y tenemos la tierra. Falta que el gobierno nos dé un impulso con financiamiento, porque sin agua, sin maquinaria, sin transporte y sin vías, no podemos producir. Aunque la tierra dé pepitas de oro”.
La mujer, que ya anda por los 50 años, relata que nunca había estado pendiente de la política, hasta que un 4 de febrero hizo el click y le dijo a su familia: “Este es el hombre”. Hoy, más de 20 años después, afirma que la clave está en que se logre obtener ese puntapié inicial: “Con la ayuda, nosotros vamos resolviendo los problemas de electricidad, de vivienda, de vías. Si le hacemos 30 viviendas aquí a los campesinos, son 30 problemas menos para el presidente y los ministros”.
Sobre los otros sectores de productores que han logrado prosperar en el territorio de la comuna, Carmen piensa que es porque hubo otras personas que lograron créditos y que tenían otra base desde donde comenzar a trabajar las tierras otorgadas en su momento. Ella, como todo su consejo comunal, sigue apostando a la organización y a la comuna como única vía para lograr lo que buscan. “Todavía es una bebé, se acaba de organizar. Lo que hemos logrado es ir paso a paso en la organización correcta, cumpliendo la ley y velando que no se viole. La comuna está floreciendo para dar los frutos: siempre nos estamos reuniendo, debatiendo, y la oposición está asustada, los mismos alcaldes y gobernadores no están a gusto porque se le está dando un poder al pueblo”.
Las nubes de polvareda que se levantan a medida que la camioneta se aleja por el camino de tierra que llega hasta la puerta de su rancho, bloquea la visión y hace el calor del mediodía todavía más agobiante. Cada tanto, algunas vacas pastan al borde de la vía. En el medio de ese paisaje desolador, un rancho se yergue solitario en un claro, sobre el suelo seco y quebradizo, rodeado por una cerca de cactus, postal de la problemática del agua que afecta a la zona agrícola.
Llega la noche bajo el techo de zinc de la galería donde se reúnen algunos comuneros, en casa de Marylis, luego de una jornada de Mercal, una visita al comedor comunitario que funciona en el sector de los pescadores y un recorrido por algunas UPF. Los zancudos tienen su momento de carnicería sin cuartel. El calor de Maracaibo, ese del que debe sentir pavor hasta el mismo Diablo, va dejando paso a una brisa que no rescata pero al menos alivia. Las comuneras y comuneros de “El Curarire”, con todos sus reclamos, aciertos y desaciertos, pese a las contradicciones y problemáticas, siguen apostando a la organización en comuna.
Texto: Martín Di Giácomo
Fotos: Gustavo Lagarde
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