martes, 29 de abril de 2014

Otaiza, no más descalificación de nuestros muertos


El amarillismo en las redes sociales ataca de nuevo. Expertos en rumores y chismes, incluyendo periodistas y sesudos analistas, convierten una vez más al periodismo en fiscal, juez y jurado. El objetivo es claro, enturbiar los hechos y no permitir que se aclaren. Detrás de estos análisis han gravitado siempre intereses bastardos y salarios que engrosan cuentas bancarias, celebrando danzas macabras encima de la lápida de nuestros muertos y la Revolución es la que siempre sale perjudicada.

En la lógica del cerro hay un viejo adagio que reza lo siguiente: "El muerto hiede a los tres días". Es decir, el muerto no puede defenderse y el chisme que desata tiene el poder de destruirlo o convertirlo en santo; todo depende de la, o las lenguas que agiten y terminen capitalizando esos chismes.

Mataron a Eliecer Otaiza, ¡Lo mataron! Partamos de ese hecho cruel y real. Igual que el Comandante Chávez y todos los revolucionarios que han muerto, sea por circunstancias, accidentales, naturales o violentas, siempre nos encontramos con otra realidad: fueron combatientes que nunca claudicaron y, como bien repetía el Comandante: "No somos monedita de oro para agradarle a todo el mundo". La espada de Damocles es un estigma en tiempos de Revolución. Esa es otra realidad a la que, lamentablemente, nos acostumbramos. He dicho en varias oportunidades y lo repito nuevamente, todos podemos sentir miedo, pero jamás ser cobardes. Eliecer Otaiza fue un valiente y defensor permanente del legado del Comandante Chávez.

No han pasado ni veinticuatro horas del anuncio de este asesinato -todo indica que lo mataron el sábado-, y ya las redes sociales se convirtieron en un albañal de runrunes, chismes y todo tipo de asquerosa basura para asesinarlo, esta vez, moralmente. No bastaron cuatro tiros y lanzarlo a un barranco. Ahora hay que descalificarlo y hacerle un segundo entierro más profundo, para empañar su espíritu combatiente y enlodar su condición revolucionaria.

El revolucionario no se puede tomar un whisky o un ron o una cerveza o un vino, tampoco puede asistir a una fiesta, mucho menos puede andar en carro o enamorar a una muchacha o, incluso, tener a un personal de seguridad que lo resguarde por ser un personaje público y porque, en el caso de Otaiza, se confirma que es muy cierta la posibilidad de un atentado, o vestirse bien para asistir a un acto o conmemoración o andar perfumado, porque parece que toda su carrera revolucionaria depende del maldito chisme que hurga y magnifica o manipula eventos cotidianos para destrozarlo. Repetimos, ¡está muerto!, destruir su enorme calidad de combatiente es una condición sine qua non para destruir la Revolución.
Recordemos, cuántas veces no vimos el patético informe anual del fascista Berrizbeitia, sacando cuentas hasta del costo del café que se tomaba el Comandante Chávez y, después de muerto, se aceleraron hipotéticas herencias, sumas cuantiosas en bancos del exterior y cuanta mierda se le ocurre pasar por las mentes febriles de aquellos que construyen las descalificaciones.

Ahora, esta práctica no es nueva. Por ejemplo, no habían terminado de enterrar los restos calcinados de Danilo Anderson y ya se hablaba de una supuesta caja fuerte que estaba en su oficina, de una supuesta red de extorsión, de la vida íntima y los gustos del fiscal. Pero, a nadie se le ocurre hablar de la deuda que tiene la justicia con este caso. Casi diez años después de la muerte de Danilo, aún no se tienen presos a los autores intelectuales. Tanto enlodaron y mancillaron la memoria de este hombre que se atrevió a enfrentar a la oligarquía firmante del decreto Carmona, que le metieron un candado y lo enterraron en las gavetas del olvido. Igual pasó con Rafael Cabrices al que se le arrimaron supuestas propiedades. A Martín Zapata que ahora es descalificado por personeros de la iglesia que puja por tomar el control de la Universidad Santa Rosa, si es que no tomaron ya el control de ella. A Carlos Escarrá, insigne revolucionario. A Jean Doménico Pulitti, y a todos aquellos combatientes que entregaron su vida por la Revolución.

Lo triste de esto, es ver como muchos caen en este juego perverso de manipulaciones, rumores y chismes. Dudan ante la mancha infame. Cuestionan ante campañas miserables y terminan justificando la muerte del camarada como algo inevitable; peor aún, terminan juzgando a la Revolución y, acaso, como ahora, sentencian al proceso y lo carean ante la posibilidad de permitir que los “santos opositores” pudiesen tener la razón de estar viviendo la agonía de la revolución bolivariana. Y, ¡Carajo!, nosotros tenemos la culpa.
La culpa, nuestra culpa, parte de un hecho incuestionable, la impunidad en dos vertientes:
Primera vertiente ¿Por qué no defendemos con la justicia en la mano y castigamos con la ley los asesinatos morales que son impulsados desde bastiones bastardos identificados que se escudan con esa vaina que ellos llaman “Libertad de Expresión”? Eso jamás puede llamarse libertad de expresión; menos aún si ese asesinato moral arrastra a la familia del camarada muerto que no puede defenderse. Además, ¿quiénes están detrás de esa campaña de descalificación o quiénes son los autores intelectuales o que intereses tocaba el camarada que fue vilmente asesinado?

Segunda vertiente. Los asesinatos no pueden quedar impunes. No hablo solo del camarada Otaiza; también hablo de los once camaradas que murieron producto del llamado a la “arrechera” que hizo Capriles Radonski el 15 de abril de 2013 y los más de cuarenta compatriotas que han muerto en este segundo llamado a las guarimbas y al golpe continuado, ejecutado por Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma. Tanto los asesinos directos como los intelectuales deben pagar por sus delitos. Esa deuda que tenemos con el pueblo debe saldarse. Es un problema moral y de justicia que no admite más retardo. Coño, cuando hablo de moral es porque no hay capital más revolucionario que ese, la moral. Sea quien sea y caiga quien caiga, el pueblo respaldaría una medida dura, directa y sin tapujos de manera contundente.

Ayer, el Presidente Nicolás Maduro nos dijo en cadena nacional, que la nueva ofensiva económica iba a hacer todo el esfuerzo para combatir y condenar a quienes estén incursos en la corrupción que se genera en las cadenas de producción, distribución y venta de los alimentos y de todos aquellos rubros sensibles que son necesarios para al pueblo. Pues bien, que empiecen a caer presos uno a uno, desde el importador o productor que es responsable y cómplice de la espiral inflacionaria, hasta aquel minorista que le importa un carajo enriquecerse a costa del hambre del pueblo. Todo corrupto es en esencia enemigo de la Revolución, enemigo del pueblo venezolano y enemigo del legado del Comandante Chávez. Vamos a ser más claros, pregunto:

¿Somos o no somos defensores y herederos del legado de nuestro Comandante Hugo Chávez?

Nuestros muertos se defienden con la vida. Hay la necesidad de hacerlo en todos los frentes. Ya basta de tanta mierda y descalificaciones. Tiene que haber justicia y sobre todo pasión revolucionaria. Chávez se convirtió en huracán y portavoz de las mayorías; le dio voz a quienes fueron víctimas de la soberbia de aquellos que aún se esconden detrás del diálogo. La verdad nos asiste. Por eso necesitan que Chávez y todos nuestros revolucionarios muertos sean ejecutados física y moralmente.

Rechacemos la descalificación y el asesinato moral de nuestros muertos, carajo, o terminarán convirtiendo en héroes a un oligarca, a un banquero o a Obama.

mariosilvagarcia1959@gmail.com



Mario Silva García


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