sábado, 29 de septiembre de 2018

Gladys despedirá a Ender en una urna


Alejandro Bracho
Leonel Sandrea
Nuevamente en la sala de su casa estaba el cadáver de Ender Bracho Hernández,  de 39 años, en el barrio Los Reyes Magos.   Ahora el cuerpo reposaba en un ataúd de madera color caoba bordeado por pedestales con flores sencillas y un crucifijo de metal al fondo. Como manda la tradición. 
La opción de enterrarlo en una vieja nevera y el hueco en el frente de su casa quedaron  en el pasado. Familiares lograron conseguir la ayuda de la Gobernación y la Alcaldía para darle una sepultura digna. 
El semblante de sus familiares era muy distinto ayer,  al día cuando lo levantaron con unas sábanas y lo metieron en el hueco de dos metros de profundidad. Había dolor, pero también cesó la angustia.  
El dolor de su madre, Gladys, estaba intacto. Al menos sentía un aire de tranquilidad  al saber que su hijo  no iba a ser enterrado de manera tan informal. 
“Ha sido  para la familia Bracho un sepelio sufrido, un calvario que comenzó desde que Ender se complicó por una infección en un  oído y un paro respiratorio terminó con su vida”, dijo un allegado. 
Ender dejó a un hijo de 11 meses de nacido y a una mujer viuda. “Trabajaba en lo que consiguiera, principalmente en la albañilería como ayudante”, comentaron familiares.
Tenía afectado el sistema inmunológico pero los altos costos en medicinas y las carencias hospitalarias no le permitían curarse. 
Yadira, su hermana, era quien lo ayudaba. “Yo lo llevaba siempre al hospital. En el ‘Adolfo Pons’ le pusieron un suero porque estaba deshidratado pero no había cupo en la UCI, los médicos decían que había que intubarlo”, dijo. 
La misma situación económica de Yadira y la familia Bracho les impidió  avanzar.
“Si se me moría en el hospital, ¿que hacía?, ¿de dónde sacaba dinero para movilizarme?, no tenía ni para los pasajes”, se lamentaba la hermana. 
Para ayer estaba previsto el entierro, pero como reza el dicho: “Cuando el pobre lava,  llueve”.  Cayó un aguacero y eso impidió que lo sepultaran de una vez en el cementerio San Sebastián. El agua afectó el terreno.
El cuerpo de Ender   pasó una noche más en su casa, aunque esta vez en un cajón de madera y rodeado de gente sentada en sillas blancas

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