lunes, 31 de agosto de 2015

MITOS Julio, el ojo y su transformación



julio
Yo no sé si el tipo se estaba refiriendo al amor o qué, pero fue capaz de describir la necesidad de desahogo así: “Cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto, entonces hay que contar lo que pasa”. ¿Y quién no lo ha sentido? Cuando lo piensas, se siente idénticamente. Sabemos entonces, sin duda alguna, de las cualidades poéticas de Julio, quien parecía tener el ojo y el alma más desarrollados que el resto de los mortales, o tener simplemente otro tipo de ojo y otro tipo de alma, al punto de ser capaz de narrar las pequeñeces como cosas inmensas.
En Final de juego, después de un relato descorazonador sobre unas niñas que se paraban del lado derecho de las vías de un tren a jugar a las estatuas, todo para los ojos de un niño de ojos grises llamado Ariel, quien lanzaba papelitos diciéndole que eran lindas, Cortázar cierra así, y con sencillez le da al cuento un giro enorme e impactante: “Cuando llegó el  tren vimos sin ninguna sorpresa la tercera ventanilla vacía, y mientras nos sonreíamos entre aliviadas y furiosas, imaginamos a Ariel viajando del otro lado del coche, quieto en su asiento, mirando hacia el río con sus ojos grises”.
Pero quizás lo más increíble de Julio Cortázar no fue su capacidad casi sobrehumana de jugar al escribir y de hacer de un cuento la poesía más sensible del mundo. En un momento de su vida tuvo una transformación en torno a la labor que él creía que jugaba la literatura en el mundo. Fue cuando se consiguió con la revolución cubana. Esta lo golpeó tanto que lo dejó noqueado encima de las cosas en que tanto había creído y decidió, desde entonces, que la literatura también podía servirle a las luchas de liberación del pueblo y que un escritor no sólo debía dedicarse, tan burguesamente, a escribir mientras los demás luchaban, sino que su obra debía ser instrumento de lucha también.
Fue por esos tiempos cuando se comenzó a juntar con los revolucionarios de Centroamérica, fue cuando conoció a Roque Dalton, mencionado en su cuento “Apocalipsis de Solentiname”, y cuando, después, terminó en Nicaragua, experiencia que dio pie a su libro Nicaragua, tan violentamente dulce.
He ahí la hazaña más grande de un hombre. La de dejar atrás la comodidad que supone el aburguesamiento y volver a las entrañas del pueblo a construir con él, desafiando y rompiendo como con un martillo inmenso los paradigmas intocables de la institución literaria, dejando que su obra se manchara de sangre y de risas, dejando que cada prosa perfectamente encajada en un papel fuera el grito desesperado de los oprimidos de mundo.
POR ANDER DE TEJADA
@EPALECCS
ILUSTRACIÓN JESSICA MENA

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