miércoles, 27 de febrero de 2019

El Caracazo, tres décadas después todavía duele...


M. Delgado Marcucci
Ninguna fecha en nuestro intenso calendario de desencuentros históricos ha marcado tan intensamente a los venezolanos en los  últimos 50 años como los sucesos ocurridos en la capital hace hoy ya tres décadas y que terminaron sorprendiendo al mundo por la ferocidad que contenía aquella explosión social, conocida como “El Caracazo”.
De si la rabia, la impotencia o la desesperación colectiva podrían adquirir forma concreta no quedó duda en Venezuela después de que aquella mañana del 27 de febrero de 1989 los cerros decidieran bajar y arrasar a su paso todo cuánto encontraban.
Pero ¿qué la desencadenó? El mito popular atribuye a la histórica revuelta el aumento de la gasolina decretado por el entonces recién electo Carlos Andrés Pérez.
Las consecuencias de la medida económica que obedecía a la aplicación a pie de juntillas del “paquete neoliberal” del Fondo Montenario Internacional del que América Latina estaba destinada a padecer  durante toda la década de los 90, no eran otras más que el incremento automático de precios y servicios.
Y así fue como una, aparentemente insignificante protesta por el alza del pasaje en Guarenas y la muerte de uno de los manifestantes, devino en el detonante de una “rebelión” espontánea de las masas empobrecidas de venezolanos, que apenas 22 días antes, habían observado, estupefactas, el acto de “coronación” que significó la opulenta toma de posesión para su segundo periodo del presidente Pérez.
Rebasadas las fuerzas policiales la orden desde Miraflores fue sacar al Ejército para aplacar los saqueos que se prolongaron hasta el 3 de marzo. Las imágenes de los ríos de gente bajando de sus habituales “ghetos” a apropiarse de aquello que les era negado terminaron por impactar en la siquis de los venezolanos por las generaciones siguientes.
La extinta Policía Metropolitana ante la magnitud de los hechos, decidió, en vez de continuar reprimiendo, organizar el saqueo, mientras el Ejército recibió la instrucción de frenar, con los métodos de guerra, aquello que nunca antes habían vivido los venezolanos.
La historia está llena de análisis y especulaciones sobre el 27 y 28F, épica o trágica, pero todas coinciden en que desde entonces “los cerros” adquirieron un poder de disuasión política nunca antes experimentada por favela alguna en latinoamérica.
“Los cerros” se convirtieron en categoría político-semántica que hasta hoy perdura y que hasta hoy intimida.
El hoy superior general de los Jesuitas, Arturo Sosa, describió en su momento en la revista SIC del Centro Gumilla que “la gente pobre, al sentir su fuerza y verse las manos llenas, experimentó contento, euforia”, pero añadió en su artículo titulado fases y reacciones, que “de esta explosión no había que quedarse en lo anecdótico o en la perplejidad. En ella hay un mensaje de la gente venezolana a los poderes dominantes.Un mensaje de existencia”.
¡Y vaya que existían! y tanto que el “Gran Viraje” (vistoso título que colocó a las instrucciones del FMI, el entonces ministro de Cordiplan Miguelito Rodríguez) debió ser prorrateado, modificado y ralentizado. Los saqueos, las muertes y el dolor que dejaron estas fechas significaron el primer y más rotundo fracaso de esta “receta” que, sin advertir los efectos secundarios, pretendieron aplicar en el país.
El último año de la penúltima década del siglo XX, se convirtió en preámbulo de muchos virajes, mientras en el norte, las alemanias se preparaban para solo ocho meses después derribar el muro que los separaba, en el trópico este estallido social devendría en el primer eslabón hacia los grandes cambios políticos que terminaron por abolir el tradicional y ya poco apreciado bipartidismo.
 “El pueblo protagonista es una novedad histórica, incluso en un sistema político que se ha autodenominado democrático”, así encabezaba su editorial “Gloria al Bravo Pueblo”, el referido Centro Gumilla,reconocidos como investigadores sociales de primer orden y con una perspectiva progresista de la realidad nacional.
En su larga disertación sobre las causas y consecuencias de estos hechos, el editorial continuaba diciendo: “No quedaba más alternativa que un estallido social como expresión afirmativa de la existencia del pueblo y como gesto desgarrado de su voluntad de hacerse tomar en cuenta y participar en las reglas del juego de la Venezuela post-rentista”.
El número oficial de víctimas es todavía un misterio. La Peste, especie de fosa común en donde enterraron a las víctimas no declaradas (desaparecidos) de El Caracazo, significa todavía la mayor vergüenza para los venezolanos. Caracas no volvió a ser la misma tras esas 48 horas en las que fueron sacudidas por un sismo social de proporciones cataclismicas. 
Treinta años después, el pueblo sigue cargando con el peso de la crisis, esta vez de proporciones inconmesurables pero “Los cerros” aguardan en calma...

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