sábado, 28 de octubre de 2017

Letra Roja: El rollo que no cesa


Blas Perozo Naveda


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Blas Perozo Naveda
En el libro Me llamo Rojo de Orhan Pamuk, dice: ”Mataron a un hombre y discutieron entre ellos”, tomado del Corán, y es una cosa casi milagrosa que se da entre los que son familia, porque mi hija Valentina, a quien le arde la estirpe cada vez que se topa con la injusticia, me envió un poema sobre el crimen cometido contra Santiago Maldonado por los esbirros de Macri. Dice el poema de esta suerte: “El río suena y no trae piedras / Antú el Sol volvió a alumbrar / otro día bello y cruel / la ciudad y su furia crecieron más / el cielo se volvió a romper / cantó la guerra su canción de cuna, el amor también. / El río suena y no trajo piedras / canta canta cantan /gotas de lluvia ácida / Tala Tilo / Ombú / Jacarandá / canta la lluvia en ellos / y ellos se levantan en el soplo / tuyo: el viento. / Común pájaro / comuna nube / común árbol nativo / que sabe enraizar entre el latifundio asesino y maldito / común muchacho artesano de lo bueno / te fuiste / te fueron / desaparecieron-te. / Ahora las abuelas te buscan, las madres te buscan / los padres te buscan / los hermanos te buscan / los amigos, las amigas los desconocidos y hasta los desaparecidos te buscan / de ayer y de hoy. Te buscan. / El río ya no pudo más / y te trajo”.
Y con este poema no pude sino recordar a Juan Dávalos, un muchacho argentino que pasó por estas tierras de Dios, viniendo a dedo, según su propia expresión, desde aquella Argentina de Videla, Galtieri y otros criminales. A grosso modo, fue un tipo que llegó a mi esquina favorita de la avenida cinco de julio de Maracaibo, donde yo esperaba siempre a una novia con carro que me sacaba a pasear, por los años 60 y pico. Llegó derechito a pedirme un cigarrillo. Después de media caja de cigarrillos y el informe respectivo, éramos ya dos hermanos poetas y estudiantes que se habían encontrado en la idea común de ser revolucionarios y artistas. En esa época el gato Pérez era bueno y está descrito por Laura Antillano, magistralmente en tres o cuatro pinceladas en una de sus obras.
Juan pasó entre nosotros y dejó más de una novia, dibujos magistrales a lo Picasso, pedazos de poema, y una canción “pa beber, pa’ beber /en el fondo del mar / porque ya no se puede beber en la tierra.” Un día, después de vender todos sus dibujos para recabar fondos y continuar su viaje a los EEUU y París, nos sentamos todos los de la residencia y Juan lo gastó todo. Hernán Alvarado y yo lo llevamos a las camioneticas de Maicao.
Un día, muchos años después, en Mérida, un hombre grande llamado Baica Dávalos, al saber mi nombre, me abrazó llorando. Al preguntarle por Juan, su hijo, me respondió: “lo desaparecieron los milicos”. Mataron a un hombre y discutieron entre ellos.

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