Posted: 17 Oct 2017 12:24 PM PDT
Es probable que muchas personas, tanto en el exterior como dentro del propio país, se pregunten cómo en medio del escenario de crisis que atraviesa Venezuela el Gobierno haya logrado arrasar en las elecciones regionales con un triunfo en 18 gobernaciones frente a solo cinco por parte de la oposición. Lo primero que hay que decir es que, al contrario de lo que irresponsablemente dicen los políticos escuálidos, en este proceso no hubo ningún tipo de fraude electoral. Los resultados anunciados por el CNE corresponden a lo que sucedió realmente en las urnas. La oposición mal puede cantar fraude cuando ellos estuvieron presentes y avalaron todo el proceso de auditorías y tuvieron testigos capacitados para vigilar el proceso en todas las mesas electorales. Decir que hubo fraude es gritar al país y al mundo que sus miles de testigos electorales son una partida de imbéciles puestos por ellos mismos. Dicho esto, lo segundo que hay que aclarar es que lo que necesita explicación no son los resultados electorales sino precisamente la sorpresa que estos pueden generar en una opinión pública invadida por relatos apocalípticos que anunciaban una casi inevitable muerte política del chavismo.
El problema de la oposición, desde la llegada de Hugo Chávez al poder y la insurgencia política del movimiento popular, ha sido siempre su férrea postura de negación de la realidad social que es el chavismo. Durante años se han dedicado, con su discurso a través de todos los medios de comunicación posibles, a desconocer la existencia de un pueblo chavista. Han hecho creer, no solo al público consumidor de noticias en el exterior, sino a su propia gente en este país, que prácticamente en Venezuela no existen los chavistas. Vendieron la idea de que el chavismo es solo una élite política que está en el Gobierno. Se trata de la imposición ideológica de los deseos políticos de las clases medias y altas: algo tan insoportable para ellos como lo es la existencia de un líder popular como Chávez y un pueblo mayoritario que se reconoce en él, lo ama y lo sigue, no debe ser verdad. La lectura sentimental de su propia angustia personal es proyectada al resto de la sociedad. Y esto tiene consecuencias políticas verificables. Todas las veces que la oposición ha desconocido al chavismo (que son la mayoría) han sido aplastados en las urnas. Solo cuando emplearon una estrategia de intentar convencer a la población chavista, reconociéndola y apelando a sus disgustos o malestares o tristezas respecto al Gobierno, es que han logrado la mayor concurrencia electoral. Pasó en 2013 cuando murió Chávez y pasó en las elecciones legislativas de 2015. En ambos casos le hablaron directamente a los chavistas, en un ejercicio de simulación de lo que en realidad había hecho Chávez desde 1998: hacerle saber al pueblo que su existencia es reconocida y es poderosa. Por el contrario, cuando la soberbia se ha apoderado del discurso antichavista y su actuación política ha consistido en la pretensión de que el Gobierno carece por completo de apoyo popular, cuando la estigmatización del chavismo se hace más virulenta, este se fortalece y defiende su postura original de rechazo a quienes le demuestran su intención de hacerlos volver a desaparecer. El chavismo es una identidad política de supervivencia.
En segundo lugar, la oposición se dedicó a desestimular el voto de sus seguidores. Su torpeza política los llevó a vender la idea de que derrocarían de forma expresa a Nicolás Maduro, en una clara subestimación no sólo del chavismo sino de la propia fuerza política del Gobierno. Convencieron a sus seguidores de que la forma de salir de la pesadilla que para ellos significa el chavismo era la insurrección, mediante la violencia callejera y la caotización del país. Provocaron la muerte de más de cien personas en cuatro meses sobre la base de la estigmatización del sistema electoral venezolano representado por el Consejo Nacional Electoral. La base política opositora dejó de considerar las elecciones como un medio de participación. Al fracasar esta estrategia, decidieron volver a apelar al voto para lograr espacios de poder en las regiones. Esta contradicción, lógicamente, los hizo fracasar en su convocatoria. Su propia gente sencillamente dejó de creer en el liderazgo político concentrado en la llamada Mesa de la Unidad Democrática y el sentimiento de frustración y rabia contra su dirigencia neutralizó su capacidad de movilización.
Estos elementos cubrieron el espacio político venezolano y pasaron por encima del malestar social que genera la crisis económica. A esto se suman los esfuerzos del Gobierno por aliviar el problema del difícil acceso de la población a los productos básicos, esfuerzos que no hay que desestimar aun cuando se considere que no son suficientes para solucionar la crisis. El Gobierno ciertamente ha paliado el golpe económico haciendo uso de todo un sistema de asistencia social con subsidios directos e indirectos a la capacidad de compra de los sectores populares, junto a aumentos consecutivos de los salarios de los trabajadores. Así se quiera criticar estas medidas o la ausencia de otras, es imposible negar que sin este accionar las consecuencias sociales y políticas de la actual situación económica serían mucho peores.
Para entender lo que pasa en Venezuela hay que saber leer cómo se mueven la emoción y la razón política de los venezolanos. El chavismo existe, y no solo es una realidad en el cuerpo social venezolano, sino que es también una racionalidad política que se desplaza entre la positividad de un pueblo que reconoce en él su propia existencia y la negatividad de un discurso que pretende desaparecerlo y sin embargo lo fortalece.
Publicado en Ciudad CCS el 18/10/2017. (Versión corta)
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