jueves, 1 de junio de 2017

Mujeres narran el ‘dulce amargo’ del oficio de vender su cuerpo en Maracaibo


Otto Rojas
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El teléfono de “Topacio” repica tres veces, a la cuarta contesta un hombre; habla acelerado y directo: “Hoy hay una promoción.  La hora vale 35 mil bolívares  y dos por 60 mil.  Si quieres el servicio completo son 50 mil bolívares. Dime la hora que quieres para ver la agenda de  ella y te la cuadro”,   dice  la persona, que en ese mundo, se hace llamar “proxeneta”.

En menos de un minuto de llamada, el hombre busca convencer al cliente, sin saber quién es él que está del otro lado de la bocina. Tiene un discurso preparado que se lo sabe de memoria, palabras asertivas para “vender” el servicio sexual: “Tiene bello rostro, buenas piernas, grandes senos y nalgas. Está dotadita y  explotada”,  añade el  ‘jefe’ de la muchacha, quien antes de colgar remata: “Si quieres te paso una foto de ella por WhatsApp sin compromiso”.

Ante la solicitud de una conversación con Topacio, una morena de 21 años,  el hombre es claro: “Ella no puede perder el tiempo hablando, debe trabajar o no gana plata”, exclama y de inmediato tranca el teléfono.

En cambio Escarlata, como se hace llamar por las noches, prefiere “patear la calle”.    Le gusta más ser una “caminadora”, lo justifica alegando que tiene más clientes de esa forma. “Lo que no se muestra, no se vende. Yo exhibo mi mercancía y atrapo, en cambio por teléfono es más difícil porque el hombre siempre es desconfiado y no sabe si lo que le estás diciendo es verdad”. 

Su  identidad la oculta debajo de la minifalda que apenas lograr cubrir su pelvis,  la escotada prenda junto a un ajustado corset de brillantes rojos es el uniforme diario de la mujer que casi alcanza los treinta años. No le gusta la “guachafita”,  ella está clara que no puede perder tiempo, tiene que hacer dinero para poner el pan en su mesa, por eso apenas llega a la avenida 5 de Julio se “activa” como ella misma dice.  
Cada hora cuenta. En sesenta minutos puede embolsillarse hasta 100 mil bolívares. “Sí, acepto transferencias”, responde ante la pregunta sobre el poco efectivo que hay. “El que se quiere comer este melón (y se agarra la cadera mientras va bajando su mano) debe pagar lo que vale, sino que se coma un mango. A mi  cuerpo le he invertido bastante, la  frutica cuesta”, aclara.

Escarlata trabaja cinco días a la semana.  “Los lunes y martes son para descansar”, recalca.   El resto de la semana está parada, cuando no tiene clientes  en una esquina de la transitada avenida de Maracaibo. Está acostumbrada a las miradas indiscretas de los conductores que bajan la velocidad para verla  y también a los gritos de los más atrevidos que bajan los vidrios para gritarle. “Nos dicen chupirico y doblatubo; antes me molestaba, pero ahora me da risa y lo que hago es mover las caderas cuando me lo dicen”. Aclara que se prostituye por oficio y no por gusto, el dinero es lo único que le hace vender sus encantos. Tiene dos hijos; el mayor cumplió 11 años,  el padre es uno de los hombres que compró los minutos de placer que ofrece Escarlata desde que tenía  17 años. “Mi padre me golpeaba y decidí irme de la casa, no tenía a donde  ir y una amiga me recomendó un señor que daba cobijo, pero a cambio perdí la virginidad. En ese momento comencé a estudiar la  carrera de  trabajadora sexual y ya me gradué”, comenta mientras se ríe.  Su  esposo la dejó  cuando se enteró que se prostituía. “Ya te conté mucho, seguiré trabajando”,  cierra la conversación y se va caminando con sus zapatos de plataforma.

Gaby no está dispuesta a hablar. Su número aparece en una cuenta de Instagram de prepagos marabinas.  “¿Quieres que te cuente mi vida de puta?”… ¡Mejor busca a otra!”. 

Pero no todas son reservadas. Por ejemplo, para  Wendy  no hay pudor y narra su historia con detalles. “Llevo mi vida normal como cualquier mujer. Estudio derecho en una universidad privada por las tardes, cuando tengo clases no agarro ningún cliente, así me pague triple, no es que vaya a dejar de prostituirme cuando me gradue. Mi familia no sabe que soy una trabajadora sexual, creen que soy enfermera y esa es mi excusa para salir por las noches sin tanta explicación. Todos los días me ven salir con mi uniforme blanco, pero debajo no llevo pantaletas”. 

En una noche “buena”, una prostituta puede ganar hasta medio millón de bolívares. “Esta vida es como la de los taxistas, a veces hay días que haces mucho dinero y otros que solo te alcanza para pagarle a los policías cuando te extorsionan.  Hay  fines de semana que no paro, trabajo literalmente, ‘hasta que el cuerpo aguante... y cómo aguanta’. Me monto en un carro y mientras voy de vuelta, me arreglo rápido y apenas me bajo en mi esquina, me para otro auto y así  va cayendo la noche.  Después de las 3:00 de la madrugada es la hora más fuerte porque los hombres salen de las discotecas ‘hambrientos’ y es cuando más buscan los servicios. Cuando sale el sol, me compro un par de pastelitos y me voy a la casa a dormir”,  cuenta Wendy.

En el día, a plena luz del sol “centrero”, camina Cristal por toda la avenida Libertador. La mujer, a diferencia de las anteriores prostitutas entrevistadas,  tiene cinco décadas sobre su cuerpo,  está lejos de modelar  la silueta de una conejita Playboy. Es robusta, con unos kilos de más, saliéndose del molde que por lo general lucen la mayoría de las sexoservidoras.  Una licra blanca con el rocío de la fritanga típica  del centro y algunas manchas de grasa automotor representan el “gancho” de esta mujer, a pesar de que a pocos metros de distancia se le nota la celulitis.  Eso no es impedimento para que algunos  buhoneros de la zona la buceen  y piten a cada rato. “Tiene buen lejos, pero de cerca… ¡Madre mía!”, repite uno de los vendedores de aguacate, quien ha sido testigo de cómo en las tardes la esperan  los choferes de carros por puesto que desean alimentar su hambre sexual, y es así como Cristal se cotiza. 

Conductores de diferentes líneas son sus clientes VIP, dicen que los más “sueltos” son los de El  Bajo, tal vez porque con ellos es más dedicada y especial. Muchas coinciden en  que este trabajo es como el de las actrices; con el pasar de los años van perdiendo oportunidades y en este caso, clientes. Desaparece la lozanía, la frescura y la energía de la juventud. “Solo ofrecemos orales”, susurra Cristal, resignada a ser destronada por las “petarditas”.

“Hago más plata haciendo oral. Tengo un don”, dijo riéndose dejando a la vista su sonrisa sin un diente. “Me embarco en el carrito por puesto y el chofer me lleva a un  lugar del centro desolado”.

Están conscientes del riesgo, pero enfrentan el peligro, todo sea por llevar más dinero a su casa.  “Siempre cargo capuchitas (condones) en mi cartera, las consigo gratis, de esas que dan en las jornadas de salud. Sin sombrerito no hay fiesta le advierto a mis clientes, tengo amigas que han sido contagiadas con herpes y hasta sida, pero yo no  quiero ser una de ellas, prefiero cobrar la tarifa normal y  estar segura”, manifiesta otra encantadora. 

Mañana se conmemora el Día Internacional de la Trabajadora Sexual, pocas saben la existencia de la fecha, pero al enterarse se emocionan,  defienden su ocupación a capa y espada.

 “No le hacemos daño a nadie. Somos amas y dueñas de nuestra vida. No cometemos un delito más allá de la moralidad de algunos que nos critican, pero tienen deseos de tenernos por unos minutos. Soy prosti... ¿y qué?”,   finaliza   Cristal... 





 
Diseño: Cristina García

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