Luis Aguirre
Con 82 años Vilma Tracanelli de Tognetti dice que las orquídeas la hacen más longevas. Le dedica todas las mañanas. Vive para ellas y con cada flor una historia, una alegría, una celebración.
Sentada en el patio de su casa, en La Puerta, estado Trujillo, a 3.106 kilómetros de Maracaibo, hace el inventario. Ha cultivado cerca de siete mil especies y la que se lleva todos los honores es Anguloa tognettiae. Sí, así como su apellido, pero en versión latín.
No podía ser de otra manera. Ella descubrió la especie de color blanco dando un paseo por la montaña y en 1999 aparece clasificada en el libro Lycaste, Ida and anguloa. The essential Guide, del autor inglés Henry Francis Oakeley, quien visitó la primera feria latinoamericana de orquídeas en Caracas y se llevó la sorpresa, solo se conocía la de flor roja y amarilla.
Cuando esta italiana — nacida en San Vito, Udine, al norte de Venecia, y residenciada en Valera desde que llegó con sus padres siendo una muchacha— recogió el bulbo de la orquídea en su caminata dominical con sus amigas no tenía ni idea sobre la flor que saldría.
Cuando esta italiana — nacida en San Vito, Udine, al norte de Venecia, y residenciada en Valera desde que llegó con sus padres siendo una muchacha— recogió el bulbo de la orquídea en su caminata dominical con sus amigas no tenía ni idea sobre la flor que saldría.
Hoy, 25 años después, se llama Anguloa tognettiae, una orquídea de hábito terrestre, que prefiere el clima cálido al frío, con pseudobulbos de color verde oscuro, obovoides, envueltos en la juventud por unas hojas basales más pequeñas y que llevan tres hojas, plegadas, verdes pálidos, delgadas, de crucería. Florece en la primavera y surgen con un nuevo crecimiento en una inflorescencia erecta de 12 18 cm de largo, con 1 as flores fragantes.
Celosa de su “hija”, Vilma dice que como la planta está en extinción la tiene resguardada; y a lo lejos la señala, entre las otras miles de orquídeas que adornan su patio de tres niveles. No nos acercamos mucho, y hace una desvío estratégico hacia las moras, arranca la más oscura y la ofrece.
Celosa de su “hija”, Vilma dice que como la planta está en extinción la tiene resguardada; y a lo lejos la señala, entre las otras miles de orquídeas que adornan su patio de tres niveles. No nos acercamos mucho, y hace una desvío estratégico hacia las moras, arranca la más oscura y la ofrece.
Allí suelta que su esposo tenía un taller mecánico y en algunos viajes que hizo a Caracas le iba trayendo orquídeas. El aficionado era él, pero un accidente trágico dejó viuda a Vilma con apenas 35 años y tres niños, la mayor tenía 16.
“El duelo lo pasé con las orquídeas. Mis lágrimas prácticamente regaban las matas”, revela en su andar. Hace silencios pausados y continúa: “Toda la vida en vivido en Valera desde que llegué siendo una muchacha. Yo estaba dedicada al hogar y a mis tres hijos. Con la muerte de mi esposo y mis padres, me aboqué a las orquídeas”. Nunca ambicionó en convertirse en coleccionista. No era su destino.
Sin embargo, el destino se encargó de que fuera parte de la historia de los coleccionista. “Ese mundo es muy cerrado. Recuerdo que cuando llegaba a las exposiciones en Caracas siempre decían de manera despectiva: ‘Allá viene la gocha’. Me hacían sentir de segunda categoría. Yo no tenía estudios ni mucho menos, el cultivo de mis orquídeas es empírico como la naturaleza misma. Luego fui haciendo amigos en cada encuentro... Imagínate termine siendo muy cercana de los más reconocidos de la capital... Ellos me ayudaron mucho, a veces llevaba matas que no le conocía el nombre, y en cada reunión aprendía más... Compré libro para educarme”.
Vilma se niega a hablar sobre los trucos para el mantenimiento de las orquídeas... “A las matas hay que darles amor. Usted no me puede pedir que le regale una orquídea y al mes venirme a decir que le dé otra porque se le murió. A esa gente no le doy. Eso me lo hizo una amiga y le dije que fuera al vivero a comprar para que le duela el dinero. No crea que estoy esclavizada a las matas, solo le dedico entre tres o cuatro horas en la mañana, y me ayuda la chica de los quehaceres domésticos porque también le gusta. Esto se llama amor o pasión, como quiera”.
Para ella la orquídea tiene menos cuidados y cultivo que cualquier flor. Solo tiene que estar bien ubicada, que reciba luz y saber ponerle agua. “Florece sola, ella viene del monte y allí nadie le está dando cuidados. Olvidense de estar usar implementos o herramientas que inventan en internet. Delen amor y cuando llueva póngala un ratico para que reciba todas los compuestos. Ellas viven donde hay mucha humedad”.
La “reina” de la flor nacional como le dicen en el pueblo, sigilosamente se mete entre varias plantas y saca una maceta, busca una lupa y se confiesa fanática de las orquídeas miniaturas. Una gran sonrisa sale de los ojos azules.
Con los años, expresa, que se ha ido desapegando y aunque no tiene un vivero, es capaz de vender y regalar. Lo hace con conocidos o personas recomendadas. Eso sí, tiene temple para decir que no vende ni regala.
A Vilma le sobra el carácter y nobleza. Cada día contempla su jardín como obra de Dios. Siente que el día que floreció la anguloa blanca Dios la premió.
“Me asombré el día que floreció y porque coincidió para llevarla a la primera exposición latinoamericana que se realizó en Caracas. Para mayor suerte, estaba Henry Francis Oakeley, quien clasificó mi mata, en este tipo de género. En la exposición él me pidió si podía venir a mi casa para ver todas mis orquídeas y mi trabajo. Yo le dije que sí y lo acompañaron tres personas. Los hospedé en mi casa y quedaron fascinados. Después siempre mantuvimos contacto y en 1999 me da la noticia que me habían clasificado como la descubridora de la especie en floración blanca, y la bautizaron con mi apellido en latín”.
Orgullosa, Vilma siempre le dice a sus hijos que les dedica este honor. “Siempre fui muy buena madre, sin embargo no sé si ellos en algún momento se sintieron descuidados por mi avocación a las plantas. Yo les digo: su apellido está en los anales de los libros por su mamá”.
Las orquídeas de “la gocha” están en muchos hogares, incluso en casa de su familia en Italia, en Londres y por todo el territorio nacional.
“Aquí vino también el director del botánico de Munich. Se quedó en mi casa. Él es polinizador. También le di una orquídea y está allá en Alemania. Los de Londres se llevaron la semilla para sembrarlas allá y se les dio perfectamente”.
A su juicio cada venezolano debería cultivar una flor en su casa, porque es parte de nuestro símbolo patrio. “Creo que ahora hay más interés de los venezolanos por las orquídeas. Es un verdadero tesoro cultivar esta belleza”.
“Mi vida son las orquídeas, otros dirían que soy orquidiófila, en realidad soy ‘orquidiota’ porque me gasto mucho tiempo en esto y no hago fortuna. A veces vienen señoras al frente de mi casa y me felicitan por el cuidado del jardín, yo me acerco y le regalo alguna planta o ‘hijos’ para que se lleven a sus casas. Este jardín no es mío, es de Dios”.
En este momento suenan las campanas de la iglesia, son las 6:00 pm. Vilma tiene un pollo deshuesado listo para la cena. Su hijo está por llegar. Y antes de despedirse encuentra una similitud entre ella y las orquídeas: “Somo grandes madres, ella en flor y yo en mujer, no me creo una orquídea. Yo soy Vilma”.
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